Capítulo 8: Miedo

Tengo la frente perlada de sudor, el calor hoy está insoportable y Joel hace dos minutos que se fue, me coloco de pie y mi cuerpo cae hacia la izquierda, sostengo la puerta antes de que pueda caer al suelo, suelto aire de los pulmones y tras el cristal veo a Joel en una casa donde tienen una tienda pequeñita. Desaparece por unos cuantos segundos tras la puerta y vuelve con dos cosas en las manos.

Se acerca y me mira con el ceño fruncido, cuando está más cerca aprecio lo que tiene sus manos, una tiene una botella de agua y en la otra una bolsa de agua congelada. Me mira tras el vidrio y pasa por detrás, deja las cosas que compro en el asiento y luego me ayuda a volver de nuevo a sentarme, su cara queda muy cerca de la mía.

—¿Por qué eres tan inquieta? —Me habla y percibo su aliento mentolado.

Luego pasa un brazo por atrás y agarra las cosas que antes había depositado en los asientos. Me deja la botella de agua en las piernas y él se lleva el hielo. Abre la puerta del copiloto y del salpicadero, saca un trapito azul, envuelve el hielo en eso y luego se agacha y me vuelve a subir la bota del pantalón, agradezco que hoy me coloqué unos zapatos de caña baja porque casi siempre acostumbro a ponerme botas.

Sus dedos rozan la parte hinchada y luego me mira, coloca el hielo al lado del agua y después empieza a desanudar el cordón, quita el zapato y lo deja en el suelo, su mano sujeta el hielo y roza mi muslo un instante. Pasa con delicadeza el hielo por toda la parte hinchada, quejidos se escapan de mis labios. Cuando termina de pasar el hielo me mira y señala el agua que tengo en mis muslos.

—Es para ti —dice colocándose de pie.

Lo miro con desconfianza y me destapo la botella, escucho el característico clic al abrirse. No voy a mentir, pero mis manos están temblando, intento sujetar el agua con fuerza, pero se resbala de mis manos y cae al suelo. En el transcurso le cae agua a Joel y él levanta la mirada molesto.

—¿Qué haces? —Indica mirando el agua que sigue regándose en el suelo.

—No confío en ti —fue lo único que salió de mis labios.

Los ojos de él se abren con sorpresa y luego suelta una risa nerviosa, mientras sigue colocando el hielo en la zona afectada.

—No soy una persona peligrosa —terminó por decir él.

—Y yo soy católica —me limité a decir y él levantó ambas cejas.

Una broma de muy mal gusto y que no debería haber hecho, él me miró fijamente y luego soltó una pesada risa, se estaba burlando de mí. Sabía que todo se debía a mi apariencia y que probablemente volvía a caer al mismo juicio que todos tenía sobre mí. Mucha gente me tildaba de satánica e incluso algunos adultos muy mayores, me trataban de bruja, para ellos era imposible que alguien como yo pudiera llegar a creer en algún Dios.

—Mi padre es policía —volví a hablar.

Él volvió a reír de nuevo y negó con la cabeza, se levantó y me dio la espalda, para luego mirarme con una mirada llena de reproche.

—Mi padre es panadero —dijo con una pequeña sonrisa.

Noté que estaba mintiendo y que probablemente no me había creído. Miro mi pie y lo muevo un poco y siento menos dolor, el frío del hielo surtió efecto. Hago un ademán de inclinar mi cuerpo hacia adelante para colocarme el zapato, cuando mis dedos alcanzan la bota otra me la arrebatan de la mano, los ojos verdes de Joel me miran con diversión. Su mano derecha sujeta mi pie y con la otra coloca la bota con cuidado, después le hace un nudo.

Se queda ahí un rato y luego con una sonrisa incómoda me dice:

—Siento mucho lo de hace rato.

Le dedico otra sonrisa incómoda.

—Eso fue raro —le digo y me coloco de pie, un jalón me hace sostenerme de él, luego lo aparto de un empujón y me voy caminando, podría decir que intento caminar adecuadamente.

—¿A dónde vas? —Dice él colocándose a mi lado.

—A mi casa, así que no estorbes —le respondo intentando acelerar el paso.

—Yo puedo llevarte —se ofrece agarrando mi brazo, me detengo porque me sorprendió.

—No —me niego de inmediato.

—Vamos, te prometo que no voy a intentar hacer algo, ¿además cómo piensas irte así? —Señala mi pie lastimado.

Él me jala hacia su auto, camino detrás de él y luego entro sola al asiento del copiloto, él no dice nada y luego me señala el cinturón para que me lo ponga, lo hago y él pone el auto en marcha. Sacó mi celular y le envío mi ubicación en tiempo real a Miguel, con un mensaje de que llegaré pronto a su casa. El transcurso del cementerio a la casa de Miguel es muy corto y llegamos en menos de media hora, le agradezco y me bajo sin su ayuda. Me acerco a la casa y toco con un poco de prisa, escucho como las llantas del auto aceleran y cuando giro, él ya se ha ido. Cuando volteo veo a Miguel apoyado en el umbral de la puerta.

—Últimamente, estás viniendo mucho a mi casa —dice entre cerrando los ojos acusadoramente.

—Me lastimé el pie —lo señalo y él lo mira con interés, luego se ríe.

—Eso fue el Karma —manifiesta dejando de reírse.

—Como sea —lo empujo—, déjame pasar.

Él se quita de la puerta y yo dentro cojeando a su casa, por lo que veo, Caro no está. Me siento en un sofá y miro a Miguel, él se sienta a mi lado y hablamos durante un rato, me quité los zapatos para que no me lastimará más el tobillo.

—Lyn —se acerca y me agarra un mechón de cabello, le doy una palmada a su mano y él hace una mueca y luego agrega—: ¿puedes hacerme un favor?

—No, ya te hice uno —le digo quitándole de encima.

—Pero es que este no es nada del otro mundo —reprocha como un niño pequeño.

—Dime qué es y te diré si lo hago —le coloco un dedo en la cosa blanca de su nariz, él la quita de una palmada.

—Es solo grabar un vídeo.

...•°•°•...

Cuando lo escuché decir eso pensé que era para algo estúpido, pero ahora no sé qué nombre ponerle a lo que me está prácticamente obligando a hacer.

—¡Vamos Chachi! —Chilla con emoción.

La pelusa esponjosa marrón que es Chachi lo sigue dando pequeños saltitos como un conejo, muchos en la universidad pensarán que Miguel tiene un Pitbull o un Pastor Alemán, pero no, él tiene un Pomerania. Su perrito se va detrás de él, la única manera que lo siga es porque le está dando golosinas. Cuando llegamos a la habitación de Miguel me señala el extremo de la cama que está contra la pared, voy y me siento allí. Luego levanta a Chachi y este empieza a sacudirse para que lo suelte.

—Ya, ya, ya te suelto —le habla Miguel transformando su voz en otra cosa más aguda.

Deja al perro en la cama y para que no se vaya le pone golosinas para que se quede ahí, luego Miguel agarra una cobija y va tras el umbral de la puerta. No puedo creer que vaya a grabar esto, es un poco ridículo.

—Chachi —llama a su perrito—, Chachi, mírame.

El perrito lo mira, pero vuelve a comer, me río porque el video realmente está quedando chistoso. Lo vuelve a llamar y el perro lo vuelve a mirar, él mueve la cobija y se cubre con ella como lo hacen las demás personas que han hecho el mismo video, luego la cobija cae y él ya no está, ¡magia! Chachi no hace nada, se le queda mirando, luego se da la vuelta y empieza a oler la cama, se acerca a mí y huele la cámara.

—Hola, Chachi —lo saludo.

El perro me ladra y da una vuelta feliz, había dicho que el video es ridículo porque sabía que él no iba a reaccionar como los demás perros, a Chachi le importa muy poco Miguel, quizás porque él le habla con voz chillona como si fuera un bebé y yo le hablo normal. Cuando aparto la vista del perro y veo a Miguel con los brazos cruzados al otro lado de la cama.

—¿Por qué mi perro parece más tuyo? —Dice con dramatismo. Se deja caer a la cama y Chachi va y le huele la cara.

Me río y la única manera que veo para consolarlo es acostarme a su lado, dejé de grabar cuando vi a Miguel con los brazos cruzados como un niño enfurruñado.

—De todas maneras, es más que obvio que Chachi nunca lo hubiera hecho —le digo tocando la pequeña cabeza del perro que está entre los dos.

Miguel suelta un gruñido lastimero y sacude la cabeza de su perro en una tierna acaricia, nos quedamos los dos acostados en la cama en total silencio con Chachi en medio revolcándose entre las sábanas, de repente dio un salto encima de Miguel, él con una sonrisa pensó que quería jugar, pero no. Chachi solamente quería las golosinas que él se había guardado en el bolsillo, luego el perro salta de cama cuando consigue lo que quería y se va, quedamos los dos solos, mirando al techo sin nada más que hacer.

Recuerdo cuando nos hicimos amigos, yo siempre me he mantenido alejada de las personas de la universidad, solamente hablaba con ellas cuando tenía trabajos en grupo y luego nada, se podría decir que soy un ser antisocial y que Miguel es todo lo contrario a mí, él es más sociable, mucho más, querido por la mayoría de las chicas y chicos, buen estudiante con muy buenas calificaciones.

Todo empezó por una apuesta, él que pudiera llegar a tener algo conmigo, más exactamente, tener relaciones sexuales. Miguel estaba en el grupo, él llegó un día y me invitó a un café en la misma cafetería dónde vamos después de la universidad, hablamos un rato y me comentó sobre la apuesta. Mi primera reacción fue reírme y luego me quedé en silencio sopesando las posibilidades de que quizás hubiera ocurrido algo totalmente desagradable. Entonces hicimos un trato, quedamos en un bar donde sus amigos también habían quedado y tomamos un poco, luego nos fuimos para su casa y nos quedamos dormidos viendo una película.

Al otro día Miguel me dio la mitad del dinero de la apuesta. No puedo decir que desde ahí nos hicimos amigos inseparables porque eso no ocurrió, yo seguí con mi vida como si nada hubiera pasado y él también, en la universidad nos ignoramos por completo y luego un día empezó a llover, llovía tan duro que me tocó esperar bajo la salida de la universidad y ya estaba completamente mojada, la mayoría de estudiantes ya se habían ido y yo me había quedado resolviendo unas dudas con un profesor, cuando salí estaba lloviendo a cántaros.

Luego un carro se detuvo a mi lado y la puerta se abrió y vi a Miguel, desde ahí nos empezamos a acercar más, hasta que nos hicimos amigos inseparables. Hubo problemas, muchos problemas porque el rumor de la apuesta se corrió por la mayoría de estudiantes chismosos y claro estaban los amigos de Miguel que confirmaban el rumor, durante semanas fui el tema principal de conversación de muchos estudiantes, sin embargo, Miguel intentó desenmascarar el rumor, pero nadie le creyó y así se quedó, luego las personas se aburrieron y encontraron otro chisme más interesante que el mío.

Me levanto de un brinco y quedo sentada a su lado, él se asusta. Le pego un puño en su brazo izquierdo y él se queja.

—Mis cien mil —le reclamo.

Él me mira desde abajo como si estuviera hablando en otro idioma, después de unos segundos se ríe.

—Lo siento —gira su torso hacia la derecha y abre un cajón de la mesa de noche, de ahí saca unos billetes que luego me entrega—, se me había olvidado.

Cuento los billetes que tengo en la mano y luego los guardo en el bolsillo trasero de mi pantalón, mañana les buscaré un uso. Me quedo otra vez en la casa de Miguel y nos acostamos por la madrugada después de ver unas películas juntos, dormimos juntos en la cama de Miguel en compañía de la pelusa marrón.

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