El sonido del grafito al deslizarse por las hojas es lo primero que escuché al abrir las puertas del salón, todos voltean a verme, mientras la mayoría sostiene un lápiz en la mano. Es ahí cuando me doy cuenta de que en la mitad de aquel salón hay un modelo acostado en un diván cubierto de sábanas, el rostro de aquel hombre se queda grabado en mi cabeza, además puedo notar la desnudez de su cuerpo sin mirar más allá.
Quizás el chirrido de la puerta fue demasiado fuerte, no lo sabré, nunca me he detenido a pensar sobre lo que ellos piensan sobre mí, sin darle mucha importancia, le sonrió al modelo, para luego mirar al profesor, que al parecer estaba molesto.
—Llega tarde, Srta. Ackerman —amonesta haciendo que todos vuelvan a sus caballetes.
—Lo siento, Sr. Phillips —le respondo avanzando a mi lugar.
Ignoré por completo la tenaz mirada que me dedicó el Sr. Phillips, luego deslicé mi mirada hacia el modelo, su belleza me abrumó un poco y solté una pequeña sonrisa. Al observar a mis compañeros me doy cuenta de que están haciendo un retrato de él.
Desvío la mirada hacia mis manos y luego de tomar un lápiz empiezo a analizar la perspectiva de su cuerpo, me detengo más de lo necesario observando cada minúscula parte de su cuerpo. Sin más comienzo con mi trabajo y dibujo cada parte de su figura a la perfección, sin omitir detalles.
Cuando me detengo un poco en su miembro viril, serpenteo mi mirada sobre su pecho hasta su rostro, sus ojos hacen contacto con los míos mientras en sus labios una sonrisa taimada se desliza lentamente. Me pregunto internamente desde hace cuánto tiempo me está viendo, con una expresión impertérrita, sigo con mi dibujo, hasta que la campana resuena en todo el lugar.
Todos dejan sus lápices en sus lugares, yo me limito a guardar los míos, detrás de mi caballete puedo notar que el modelo se está colocando de pie, su cabello rubio cae sobre sus hombros mientras recoge una bata para cubrir su desnudez.
—Ya saben, dejen sus dibujos ahí y nos vemos en la siguiente clase —ordena el profesor y algunos compañeros se levantan para irse del salón.
Me levanté estirando un poco mis brazos, sentí como alguien clavaba su mirada en mí, pero simplemente no giré mi cabeza para mirar ni una sola vez, poniéndome mi mochila, salgó del salón y sigo mi camino. Afuera el aire se siente un poco frío y es ahí donde me uno con la aglomeración de universitarios, esta es la última clase del día y siento tanta paz por no tener que convivir con estas personas durante más tiempo. Me escurro entre las personas hasta que veo la salida de la universidad, en las escaleras dejo que mi mochila cuelgue de un brazo y rebusco en ella mis audífonos.
—Hola —me saludó una voz desconocida.
Sin levantar el rostro y mirando el interior de mi mochila, le respondí con tedio:
—Hola.
Seguí mi búsqueda dentro del desorden de mi mochila, empiezo a apartar algunas pequeñas libretas, para poder ver con más claridad.
—Me preguntaba si… —sigue hablando él.
—Yo también me pregunto muchas cosas —lo interrumpo de inmediato, una sonrisa cubre mis labios al sentir el delgado cable de mis audífonos y sigo hablando—, y no voy molestando a gente por ahí.
Sin levantar el rostro conecto los audífonos al celular y me los coloco a la vez que empiezo a bajar las escaleras, la mochila vuelve de nuevo a su lugar y camino restándole importancia a la persona que intentó hablar conmigo. En silencio camino hacia la parada de autobuses, mientras escucho un poco de música clásica.
El día está nublado y hay varias personas que llevan consigo, sombrillas. Yo nunca llevo una, prefiero sentir que las gotas hagan contacto con mi piel y que el frío me envuelva como un viejo y conocido amigo, simplemente me gusta más la sensación de estar helada y no una tórrida. Cuando ya estoy dentro del autobús me siento en los penúltimos asientos, dejo caer mi frente contra el gélido cristal y cierro los ojos durante un instante.
Ya son cuatro años desde que ella se fue, cuatro años donde las cosas cambiaron, también las personas, antes que mi madre muriera quería ser igual a ella, después de su muerte ya no. Creo que mi forma de pensar cambió bastante y la manera de comportarme con los demás también lo hizo. La escritura era la manera en la que mi madre se expresaba y no la mía, cuando el tiempo fue pasando me di cuenta de que lo mío es el arte de dibujar y plasmar mis pensamientos en un papel o cualquier otra cosa.
Al bajarme del autobús me quité los audífonos y los guardé, es mejor observar las solitarias calles sin ningún sonido que interrumpa el tranquilo silencio, siempre es así, quizás por eso he estado viniendo mucho más últimamente. Cerca del cementerio hay muy pocas casas y estas solamente son abiertas para vender flores o lápidas para los muertos, pero de ahí ya no hay más personas, siempre son las mismas. Las puertas principales del cementerio están abiertas y puedo ver al portero sentado en un tronco cortado ojeando una revista.
—Buenas tardes, Luca —saludé deteniéndome frente a él.
—Buenas tardes, Lyn —respondió levantando sus ojos de la revista.
Le sonrío cortésmente y avanzo por el camino de piedrecillas hasta llegar a las divisiones de los camposantos, hay varias personas arreglando las tumbas de sus muertos, a veces creo que hacen competencias de cuál es la mejor, hay varias tumbas que tiene decoraciones ridículamente excesivas y otras que solamente están abandonas. Caminé por un tramo que se dirige al camposanto donde está mi madre, al llegar me siento al lado y con las puntas de mis dedos acaricio la lápida.
Eloise Mitchell Russell.
Cierro los ojos, todavía es doloroso pensar su nombre, todavía es doloroso recordarla. Suelto un largo suspiro y miro tres lápidas más adelante, siento como la melancolía inunda todo mi ser.
—Ya han pasado cuatro años —le digo a ella y a la vez a la nada.
Vuelvo a cerrar los ojos y junto mis rodillas contra mi pecho, apoyé mi frente en ellas y controlo las repentinas ganas que tengo de llorar, las abrazo y aprieto con fuerza. Duele, duele mucho y no lo puedo detener, recuerdos me atiborran la memoria y soy incapaz de retenerme, el nudo de mi garganta cada vez se hace más fuerte, —tengo que ser fuerte— me recuerdo, a ella no le gustaría verme así, respiro con fuerza y levanto mi cabeza dejando mi mentón apoyado en las rodillas.
—Feliz aniversario —susurro como una broma de muy mal gusto, sonrío y termina siendo una mueca.
Todavía recuerdo el día que mi padre llegó al colegio, y como entró sin pedir permiso, en la manera en como ignoró a todo el mundo y me sacó del salón de clases, el profesor no se atrevió a decir nada. Mi padre ese día iba con su uniforme de policía y estaba más serio de lo normal, no le pregunté qué había pasado. Cuando entramos en el auto y me llevó a la casa, la sentí vacía y solitaria, entonces él habló y nuestro mundo cayó y se rompió en miles de pedazos que con el tiempo hemos intentado arreglar, pero simplemente ya no se puede.
La tumba de mi madre no tiene nada, solamente la lápida, que tiene inscrito:
Por ser una excelente escritora, madre y esposa.
Y las fechas:
♦ 29/02/1976
† 01/03/2014
Ahora mismo tendría 42 años, si nada de eso hubiera ocurrido, nuestra familia seguiría completa, sin ella es como si toda la alegría de la casa se hubiera desaparecido y ya no volviera nunca más. Ese día mi padre me prometió que siempre me cuidaría y que no dejaría que nada me pasara. Creo que, de los dos, él fue el que salió más afectado, se conocieron en el instituto y desde ahí no se volvieron a separar hasta hace cuatro años.
Unos fuertes sollozos interrumpen mi cavilación llamando totalmente mi atención, al girar mi rostro veo a varias personas vestidas de negro detrás de un ataúd.
—Otro nuevo vecino —digo para mis adentros.
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