Capítulo 2: Albaricoque

En la lejanía pude observar a una de esas personas que venía con un chico que no se veía muy afectado, con él llevaba a una señora entre sus brazos, ella lloraba con tanta fuerza que no podía contener sus temblores. Los seguí con la mirada hacia la dirección a la que se dirigía y vi una carpa, debajo está el hueco y a un lado la tierra. Suelto un suspiro, estaba tan ensimismada que no lo había notado.

Cuando llegan al lugar todos forman un semicírculo dejando al muchacho y lo que supongo que son sus padres al frente. Los que están encargados de llevar el ataúd lo dejan a un lado del hueco y un cura se acerca, durante un rato hablan sobre la persona muerta. Desde donde estoy no logro escuchar muy bien y terminan siendo murmullos ininteligibles, luego los que la van a sepultar dejan caer el ataúd al hueco con la ayuda de unas cuerdas, después le echan la tierra y es ahí cuando el muchacho que se mantenía impasible rompe en llanto y empieza a gritar.

Hay más personas de lo que suelo ver cuando hay un entierro, en su gran mayoría son jóvenes. Luego de casi dos horas todos se van y el cementerio vuelve a su usual silencio.

Me levanto con los pies entumidos, estiro cada parte de mi cuerpo como si fuera un gato y merodeo hasta la nueva tumba. La tierra está un poco húmeda, dentro de unos meses será cubierta por un manto de césped verde, encima de la tierra están los ramos de flores que sus conocidos han dejado y varias rosas blancas regadas a su alrededor, me coloco de cuclillas y leo:

—Valeria Bennet Henderson.

Debajo de su nombre está el epitafio y su fecha:

Por ser una gran hija, hermana y amiga.

Siempre estarás en nuestros corazones.

Qui fecit in dura modo. Atte: Su hermano.

♦ 09/04/1995

† 28/02/2018

—Y ¿tú cómo has muerto? —pregunté levantándome y mirando cada uno de los ramos de flores, muchos de ellos contienen rosas blancas.

Vuelvo a ver de nuevo su fecha y hago cálculos mentalmente, tenía 23 años, era joven para haber muerto por una causa natural, por la forma en que sus familiares lloraron, supondría que fue algo más allá de alguna enfermedad, y todas las rosas blancas giran en torno a que alguien le hizo daño, quizás fue asesinada y quizás no. O solamente se suicidó. Pero volviendo al tema de las rosas significaría un símbolo de inocencia y pureza, vuelvo a mirar de nuevo las fechas y el 28 se queda suspendido unos instantes en mi cabeza, murió ayer. Una nueva pregunta nace en mi interior, siento mucha más curiosidad.

¿Cómo fue asesinada?

—Lyn —la voz de Luca hace que despegue mi atención de Valeria—, el cementerio ya va a cerrar.

Se da la vuelta y camina entre las tumbas, le echo un último vistazo a Valeria y sigo a Luca. Cruzamos todo el camposanto y camino tras él, el cielo ya se está tornando oscuro y el sol está escondiéndose tras las montañas al oeste, haciendo que el azul sea reemplazado por colores anaranjados y rosados. Cuando llegamos a la entrada ya está el otro guardia que toma el turno nocturno.

—Adiós, nos vemos después —me despido de Luca y vuelvo de nuevo a colocarme los audífonos.

Me detengo a la salida del cementerio cuando le doy Play desde los audífonos y empieza a sonar una melodía un poco sentimental y pesarosa, cerré los ojos y luego continué caminado con la música céltica sonando en mis oídos. Después de un no tan largo viaje en bus, llegué a casa, mi padre no estaba en la sala de estar y cuando pasé al comedor me detuve y divisé en la mesa unos archivos del trabajo, un nuevo caso.

Me acerqué quitándome los audífonos y dejándolos colgando de mi cuello, la sorpresa invadió mi rostro cuando en unas de las carpetas leí:

Valeria Bennet Henderson.

Recuerdo cuando mi madre se enojaba con Elián por dejar sus cosas del trabajo por ahí, siempre decía —la niña, no puede ver esas cosas—, luego ella agarraba todos los archivos y los dejaba en el despacho de mi padre. Ahora ya no era así y tampoco era una niña, después de la muerte de mi madre empecé a ver todos los archivos que Elián llevaba a casa. Él primero se negaba y me decía que eran cosas que no podría quitar de mi cabeza, tenía razón, nunca podría olvidarlas, pero igualmente sentía curiosidad, luego de un tiempo se dio cuenta de que era casi imposible de hacerme entender lo contrario y empezó a dejar los archivos en la mesa del comedor.

Abrí una silla de la mesa y me senté al frente de los archivos, sujeté la carpeta en mis manos y luego escudriñé su contenido. Había varias fotos de Valeria, primero examiné una de ella normal, cabello castaño, ojos azules, piel bronceada y aspecto natural, como una foto cualquiera. Las demás eran fotos de cómo fue encontrada.

Así, la primera foto de su cuerpo completo de cómo fue hallada, el entorno es pastoso y lleno de delgadas hojas rojas, que al parecer hacen que el ambiente se vea diferente, y la posición de su cuerpo era extraña, estaba acomodada como si estuviera en un ataúd, pero con la diferencia de que sus manos cubren sus pechos desnudos.

Sus uñas están cortadas todas del mismo largor y pintadas de color albaricoque, estaba completamente desnuda. Sus muñecas tienen marcas, y las demás partes de su cuerpo también, está completamente limpia sin ningún rastro de sangre o cualquier tipo de suciedad, su cabello se encuentra delicadamente suelto sobre la tierra con pequeñas rosas blancas y sus ojos están abiertos mirando a la nada, sus labios están pintados con un labial rosa pálido.

La dejo encima de la mesa y veo otra, esta es diferente, es una foto de su rostro, un escalofrío recorre mi columna vertebral, es como si ella me estuviera viendo tras la foto, su piel se ve fría y tersa. Su rostro no tiene ningún indicio de haber sido golpeado, nada, parece una foto normal separando el hecho de que está muerta.

Una foto de sus pies hace que todo mi cuerpo se sienta frío, las uñas de sus pies también están pintadas del mismo color de las uñas de sus manos, tiene marcas de haber sido amarada con cuerdas gruesas, las laceraciones afirman que luchó para liberarse, pero no lo logró.

El asesino se preocupó en dejar todo su cuerpo limpio sin ningún rastro de sangre, sus heridas se ven resientes sin ninguna costra. Las uñas de sus pies al igual que de las manos están cortadas todas casi del mismo tamaño, una foto de sus uñas muestra que por debajo de la queratina pintada no tiene nada, está totalmente limpio.

—Veo que ya estás entretenida con mi nuevo caso —dice mi padre tras mi espalda.

Levanté el rostro de la fotografía y lo observé detrás de mi hombro, lleva puesto su uniforme verde de la policía.

—¡Qué forma tan desagradable de morir! —Manifiesto mi desavenencia.

—Lo es —concordó conmigo.

—¿Su familia, cómo está? —Dije con curiosidad soltando las fotos sobre la mesa.

Se acerca y acomoda todas las fotos dentro de la carpeta y las deja a un lado, tomó asiento frente de mí, deja caer su cabeza entre las manos y soltando el aire de sus pulmones, levanta la mirada. Sus ojos azules se ven agotados y su cabello, más desarreglado de lo normal, ha pasado sus manos muchas veces por ahí.

—Están muy mal, sus padres quieren que busquemos al asesino lo más pronto posible —rezongó, pasa una de sus manos entre las hebras de su cabello—. Y no es que no quiera buscarlo, porque obviamente quiero meter a ese hijo de puta en la cárcel—se detiene y suelta un bufido, luego continúa hablando—, pero solamente ha pasado un día y ya están presionando.

—Sí, pero ellos deben entender que eso no funciona así, ¿verdad? —Puntualicé, y él me sonríe.

—Sí, ellos deben entender que tan rápido no se puede —se recuesta contra el espaldar de la silla—, todavía no nos entregan los resultados de la autopsia.

—¿Cuándo los entregan? —Dije observando los archivos, ahora fuera de mi alcance.

—De pronto mañana nos entreguen los primeros resultados —se levanta y sujeta todos los archivos y se va con ellos a su despacho.

Me quedo mirando hacia la pared del comedor, el caso de mi madre duro tres meses para poder ser resuelto y eso que allí en el supermercado había cámaras, también las declaraciones de los que sobrevivieron sirvieron de ayuda, pero esto es diferente porque un asesino siempre se equivoca en algo, no existe el crimen perfecto.

Después de cenar con mi padre y hablar sobre cosas aleatorias nos vamos a dormir, mañana él tiene que madrugar al igual que yo, él va a trabajar y yo tengo que ir a la universidad. En mi habitación me cambio la ropa por un pijama y voy al baño a quitarme el maquillaje, con un pañito húmedo me limpio el labial morado, luego me quito el eyeliner y la máscara de pestañas. Me recojo el cabello en una trenza y luego me voy a dormir.

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