Capítulo diez

Una oportunidad

Amanda estaba vomitando. Yo sujetaba su cintura. Era más delgada de lo que se veía con la ropa que usaba habitualmente. Una vez que acabó la ayudé a enjuagarse la boca.

—Puedes utilizar ese cepillo de dientes, es nuevo. Mañana compraré uno para mí —le aseguré y se los lavó frente a mí.

—Me parece que puedo caminar sola —dijo y la solté, pero me quedé junto a ella—. Quiero irme a mi casa.

—Está lloviendo con mucha fuerza. Será mejor que esperes a que amanezca, no falta mucho —le aseguré y no me respondió. Solo se acostó de nuevo en mi cama. Parecía tan frágil que tenía temor de tocarla, eso me molestaba, pero no sabía bien por qué.

—¿No te burlarás de mí? —preguntó ella desde la cama.

—¿De qué hablas? —pregunté y me acerqué.

—Siempre estás molestándome y ahora pareces temerme. ¿Te doy asco? —su pregunta me hizo ruido en la cabeza.

—Solo quería darte espacio. Matías me dijo que era como debía actuar —le indiqué y me miró sorprendida.

—¿Le contaste? —preguntó aterrada.

—Solo le dije que estaba con una chica y había tomado una droga extraña. Nadie sabe que te traje a mi casa —traté de calmarla, pero parecía que nada de lo que le dijera serviría—. Escucha Amanda, debo confesarte que me gustas más que antes aún. Incluso ese beso fue espectacular, pero...

—¿Nos besamos? —preguntó mientras se tocaba los labios.

—Tú me besaste en el taxi —antes de poder seguir hablando se puso a llorar. Traté de acercarme, pero ella pareció furiosa—. ¿Qué diablos te ocurre?

—Ese beso no era tuyo. ¿Por qué lo tomaste? —me preguntó enojada—. Eres un desgraciado.

Me acerqué y me subí sobre ella inmovilizándola. Parecía querer morderme como si fuera una loba rabiosa.

—Si quisiera podría hacerte cosas mucho peores que darte un simple beso. No te olvides que soy un hombre y tu una mujer, una que por cierto me calienta mucho. Aun así, te respeté en todo momento, ya que cuando te encontré estabas completamente desnuda y ni siquiera me percaté de que eras virgen porque en vez de mirarte te ayudé a vestirte. No necesito tu agradecimiento, pero por lo menos reconoce tus errores —dije enojado, lo bueno es que estaba molesta y ya no lloraba, siempre era mejor.

—Apártate —era una desgraciada orgullosa.

—¿Y qué si no lo hago? —pregunté aún molesto.

—Esta vez si te romperé la nariz —dijo y suspiré. ¿Por qué me gustaba tanto esta mujer?

Me acosté a su lado y volví a suspirar.

—Lamento reaccionar así —dijo sorprendiéndome.

—Está bien, ni que fuera tu primer beso —dije sonriendo y la miré. Ella se dio vuelta dandome la espalda—. ¿Ese fue tu primer beso?

—¿Y que si lo fuera? Se suponía que tenía que ser para alguien especial —dijo hiriendo mi ego.

—¿Nino es especial para ti? —pregunté algo celoso. Me sorprendí cuando ella me respondió con una afirmación.

—Nino fue el primer hombre del que me enamoré. Pensaba darle todas mis primeras veces a él —ella estaba siendo demasiado sincera. Tenía que dejar de preguntarle cosas—. Gracias por rescatarme.

—¿Te gustaría que fuéramos a desayunar juntos? —pregunté y se dio vuelta para verme.

—No quiero comer —dijo y me abrazó—. ¿Podrías quedarte así un rato?

—Está bien —dije y no pude evitar sonreír.

¿Qué me estaba pasando? Yo era el heredero de un imperio. No podía dejarme llevar por los sentimientos. Amanda y yo no pasaríamos de una noche de sex*, y ahora que sabía que era virgen no me interesaba tanto hacerlo con ella. La mayoría no disfrutaban sus primeras veces. Y yo podía ser muchas cosas, pero no me excitaba torturar mujeres.

Mi padre volvió a llamarme. Esta vez no respondí. No tenía ganas de hablar con él. Sabía lo que me diría. Y había tenido una noche demasiado larga como para tener que soportarlo. Mis hombres me mandaron un mensaje de donde habían dejado los cuerpos descuartizados. Sin huellas ni piezas dentales. Se lo merecían, nadie jugaba con un Sergey o la chica de uno. Amanda despertó y me miró, parecía estar confundida. Le di los buenos días y me preguntó que día era.

—Es sábado todo el día —dije y le mostré la hora en mi Rolex.

—Mierd*, debo estar en media hora en casa de mi tía —dijo y se puso de pie.

Pude admirar su bello trasero, ya que el de ella era más grande que el de la chica que se había olvidado los shorts y le ajustaba un poco. Miró para todos lados buscando algo.

—El baño es la puerta negra —le dije y me levanté.

Yo tenía hambre, así que fui a hacerme algo para comer. Salió de mi cuarto y me preguntó donde estaba la ropa y le señalé el lavadero.

—Hola, tía, si estoy bien. Solo quería avisarte que llegaré un poco más tarde. No pasa nada, solo me quedé dormida. Si la fiesta estuvo genial, ¿Te llegó la foto? Qué bueno. Estoy a ponto de entrar a la ducha. Claro, nos vemos —le mentía bien a su tía. Parecía que la mujer se preocupaba mucho por ella. Me mostró el vestido y la miré sin entender.

—No puedo ir vestida con esto a la casa de mi tía —dijo y se sentó en el sofá. Parecía frustrada.

—Yo podría sacar mi moto y llevarte a tu casa por ropa, y luego de tu tía —dije mientras comía la pera que había sacado de la nevera.

—¿Podrías hacerlo? —preguntó entusiasmada.

—Sí, pero tengo sueño. Anoche hice de héroe y no estoy acostumbrado. Invité a mi damisela en peligro a desayunar, pero me rechazó —dije y ella me miró molesta.

—¿Qué quieres a cambio? —preguntó como si se resignara.

—Tengo hambre —dije y me aseguró que no haría tiempo de comer conmigo e ir a casa de su tía—. Podrías llevarme contigo, me gusta la comida casera de Argentina.

—No, nunca —dijo y tomé un cuchillo para cortar otro pedazo de pera. Ella miró su móvil que parecía seguir roto—. Salgamos a cenar esta noche.

—No —dije y me miró con incertidumbre—. No cumples tu palabra. Me volverás a engañar. Quiero comida casera.

—Te juro que lo haré, por mi vida. Vendré a cocinarte a ti si lo deseas —dijo y me gustó un poco su idea.

—Que sea en tu casa, quiero saber cómo se ve por dentro —ella parecía molesta. Sin embargo, aceptó.

Autora: Osaku

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