Kesman se queda ahí, pleno de quietud, inmóvil, — y atrás de él, sus seguidores, amigos, parientes y quienes no son de la empresa y casualmente sucedió esto y aprovecharon para entrar en aquel predio privadísimo de la Global.
Algunos van sacando fotografías, caminando rápido, no pierden su tiempo, la codicia llevada del brazo de la curiosidad, les hace moverse rápido, por los corredores, como si robaran algo desde sus equipos móviles…
El sol se ha elevado en un cielo azul bajo, pues arriba hay vientos y nubes muy ralas que favorecen al momento de inspiración y quiera o se pueda decir de espiritualidad…
Pero esas ambiciones provienen de los ojos de Kesman, que contienen un tiempo, un espacio y muchas, muchas, muchísimas historias de la humanidad.
Su padre le habló, su madre no le aconsejó, pues ya se había ido, pero en físico, por ello sus consejos fueron como misas o cultos.
Historias bellísimas escuchó, y aquí está… fundida su mente, supuestamente, claro, en un vacío luminoso, infinito y eterno, –apenas ha conseguido verse en los últimos instantes, corriendo tras aquella muchacha rubia en el Palacio de Buckingham.
Allí, a lo que la chiquilla entraba por un portal abierto a las nubes, se esfumó, y solamente él, consiguió ver el color de su vestido rosa pálido, mezclado con blanco y celeste, que se elevó y perdió en el espacio blanco del fondo de aquel portal.
Kesman, había retornado sobre sus pasos, y en silencio como aquel, volvió al balcón en el cual le esperaba Bobby y Sigmund.
Entones, giró, y buscó nuevamente en el balcón las últimas imágenes de ella y ahora él, giraba hacia atrás, lentamente, se cortó esa inspiración o recuerdo o lo qué sea esa locura, pues miró a todo aquel grupo de personas, que le eran, extraños, ya que hablar de Kesman, sin que él le diga nada a uno, es muy difícil.
—Lo íntimo de él, es muy lejano, intocable.
—Ahora, observa, de frente a todos los supuestos empleados o socios, o lo que sean, y ellos, y ellas, le miran también.
Por Dios, las ocho, muchachas rubias, han subido de pronto hasta la terraza, y Bobby y Sigmund, quedan estupefactos, cuando las mira de frente, de lejos, a unos treinta metros en la terraza de platino, estructura de grafeno y diamante, vidrio y ribetes de madera finísima de la América del Sur.
Y allí, están las ocho jóvenes rubias.
Bobby se pone inquieto, no había ordenado nada... nada y de pronto, está sucediendo todo aquello, él se recuperó del desmayo y ayudado por Normandía Ker, consiguió reponerse y caminar hacia donde iban los demás, a la terraza... ¡Qué pasa algo, sí! —Kesman está yendo a la terraza y él tuvo que sacar fuerza de donde no tenían ese momento sus piernas; y fue.
Llegó a un elevador y le abrieron campo para que suban ambos.
Sigmund, también está nervioso… Quieren ir a detener a Kesman, que ha visto a las jóvenes, y está cada vez más estático.
Bobby detiene del brazo a Sigmund… Le hace una señal muy leve de: — No… no vayas… déjalo, —parece decirle…
Y entonces Kesman camina, —da un paso, se detiene, —otro paso se detiene, el tercero y de nuevo… unos dos segundos y entonces comienza a caminar, —va hacia el frente, se vuelve a detener un contado—un segundo-estelar, ante las ocho muchachas rubias y les mira a todas en una especie de panorámica visual, como en las antiguas películas de Hollywood… y retorna su mirada de igual manera, pero no hubo ningún mínimo lance de sorpresa; ninguna expresión.
Ellas, evitan mirarle a los ojos, es una especie de Moisés, de Salomón, de un gran rey, al cual no se le consigue mirar de frente por la fuerza que alcanza su mirada ante cualquier observación intencionada.
Entonces, Kesman baja la cabeza… qué pasa… Se pregunta Bobby.
Pero Bobby para Kesman, es un alguien lejano ahora; le viene un vacío –ya en el alma, –más allá de toda mente, –de toda conciencia, –de toda razón y sentimiento, –nada,–no hay nada de respuesta, su mente está totalmente vacía, allí, eso todo–, no es nada para él. –Ahora, se mueve, –camina en dirección a la escalinata, comienza a bajar y va piso por piso, mirando los ventanales, caminando por los pasillos, que avanzan solos, como las calles en París, desde hace muchos años, ya fueron realizadas por la Global.
Ingresa a las oficinas, –los empleados vuelven corriendo a sus puestos, –suponen que está haciendo una revisión y quién no… ja, ja, –tomados por la sorpresa, –temen pues, que esa acción imperdible, extraña, completamente inesperada, sucediera, pero es así, y así que:
Los funcionarios han retornado a sus lugares, corriendo, sonriendo, asustados, nerviosos, algunos toman aquello como algo por demás gracioso, pues se tropiezan, caen, se golpean las canillas, los brazos.
Son más de cuatrocientas personas que circulan por allí en condiciones de trabajo, —aparte de otras tantas que están de visita y se metieron en eso, y pues, —lo verá el gerente general de la Global Enterprise.
—El señor Kesman Kehr, está aquí tan cerca, lo tenemos, esto es un gran milagro, más que cualquiera que pase hoy en día… opina una muchacha y las otras, le toman fotos como pueden, no importa, que sea de espaldas, una consigue una foto de su dorso, parte de la nuca y de la espalda, es un hombre perfecto, como sea que se lo vea, o como sea que esté su cabello, a él le queda bien, se repiten siempre sus amigos.
Así que la foto movida, la dejarán en el móvil, y siguen insistiendo tras él, pues las fotos, son además de un gran recuerdo, una forma de decirle al dueño de la Global, que lo estiman, así que caminan, aquí y allí, y en cada piso, en cada oficina, le muestran sus trabajos, sus proyectos.
Él mira, ojea, sonríe levemente, sigue caminando, ni siquiera felicita, solamente sonríe, y sus sonrisas leves, son tomadas más como agrado… qué maravilla, el gerente general de la Global Enterprise Inc., ha visitado su palacio —su castillo imperial, económico, en la cúpula del mundo…— allí Nueva York, —que es y seguirá siendo por mucho tiempo, por todo lo que dure esta civilización seguramente, la más rica metrópoli, la más famosa, la más dinámica de todas las del orbe.
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