Se había ingresado al tiempo y espacio correspondiente, elegido por el científico.
Y allí, dentro del cerebro de Kesman, el médico y Sigmund, pueden ver en la pantalla:
Un paisaje infinito.
Ambos lados del cerebro, deben conjugar imágenes y recuerdos.
Por ahora, eran solamente luces y colores que estaban en movimiento, formando células que adquieren cuerpo y crecen; separándose, van y se apegan, luego se unen a otras y así, sucesivamente; el fondo es un vacío inmenso, completamente negro, apenas unas luces, unos vislumbres como estrellas y nubes que desaparecen y vuelven en forma de vegetales y animales que van surgiendo.
En cuanto a eso, Kesman, aparentemente se ha dormido.
Sigmund da unos pasos.
Teme por él… eso es muy nuevo, es una prueba científica, aunque ya se ha trabajado en animales y voluntarios, pero hoy con Kesman, el avance es más amplio.
—¿Se le dijo que será completamente seguro y que su cerebro no corre ningún riesgo? — interrogó Sigmund.
— Sí, pero él no exigió firmar nada. En todo caso sería como un voluntario desconocido. – Le adviertió el médico.
— Pero debió usted decirnos, a mí o a su primo.
— Pidió, que a nadie. Yo le he llamado a usted pues comprendo que el nivel de "fuga de su memoria", no es nada sencillo – aseguró el científico.
— Por supuesto, fue lenta y de pronto, este año se disparó...– dice Sigmund con su notorio rostro apenado.
— Es un caso extraordinario – declara el médico.
— Estoy muy preocupado. ¿Por qué esas imágenes tardan tanto en resolverse, en aparecer en su memoria como usted afirma que han encontrado en otros participantes del experimento?
— Son casos más simples, algunos son de mayores de edad que se van acercando a la senectud o vejez. Otros por cuestiones de dolencias paralelas o algunos disturbios cerebrales. Lo de él es incógnito – confirma el galeno y científico.
— Pero, esa mezcolanza que aparece, es muy dificil de entender. Como si un montón de imágenes vinieran de otro universo. No son seres vegetales ni animales conocidos– Sigmund, brinda su opinión.
El médico entonces le pide:— Más bien, usted me ayudaría, si puede contarme aspectos de él y este suceso... desde cuando y cómo...
Sigmund no permitiría tenerlo de cobaya y le advierte: — No puedo, para mí es muy dificil... pero, bueno: Este joven, nació hace 20 años, vivió sin madre y solo su padre lo crió y ...
— ¿Usted es su tío?
— No... Yo, bueno, soy de esa familia, pero, los encontré después de mucho tiempo, aquí.
— ¿Aquí en Nueva York?
— Sí, bien no aquí mismo...pero... ¡mire se movió!
— Sí, hay una reacción... es como si estuviera soñando. Luego me sigue contando... voy a hacer una inmersión mayor en el espacio cerebral.
— ¿No hay peligro?
— No, debe usted también mantener la calma.
Mientras tanto, Sigmund no lo vea, despierto y parado, delante de él, no estará tranquilo, al fin de cuentas, —él es su secretario, o más, que eso, es algo así como: su cuidador –lo vio nacer, crecer, y ayudó en sus primeros juegos, –lo vio caminar por primera vez y luego subirse a los árboles, – Si alguien quiere conocer algo de Kesman, no precisa saber a través de esos métodos científicos, extraordinarios.
Sigmund, por supuesto, sabe más, que muchísimos de sus mejores amigos y familiares, así hayan rodeado al joven desde que tuvo memoria emotiva y uso de razón.
Sigmund lo sostuvo en los brazos, cuando al nacer, su madre, la bella Otilia, lo alumbró, lo trajo al mundo terrenal, y ella lamentablemente partió a los escasos quince minutos.
Sigmund tuvo que llevar al bebé hasta la ventana de vidrio, por la cual su joven padre, Levit, estaba fuera, en el pasillo, caminaba nerviosamente y había dado la espalda a la ventana y llevado sus manos al vidrio desesperado.
Sigmund apegó al bebé Kesman a la ventana y Levit, giró lentamente, pues pareció sentir la energía venida y cruzada por medio del vidrio y entonces, su rostro se apegó al de su hijo y sonrió; sus ojos se abrieron dichosamente, y besó el vidrio, en la parte que tocaba al pequeño rostro del bebé.
Pero fue cuando, Levit levantó la vista y miró a Sigmund, que estaba como paralizado: — No puede ser… – Pareció decir con sus ojos detenidos fijamente en el rostro del amigo, y la respuesta fue sí… ella, se fue.
Levit, era un hombre-ángel, y ella era de una galaxia desconocida.
Había subsistido al tiempo en una plataforma interna de la atmósfera terrestre, junto a su familia.
Sus orígenes eran infinitos y escondidos.
Igual que Levit, ni él mismo sabía de sus condiciones relacionadas con la humanidad terrestre.
Los espacios en que vivían no eran aún mencionados en los años iniciales del siglo XXI, en el conocimiento común, humano terrestre.
Ningún vestigio espacial, hasta ese tiempo, había sido interceptado. Por lo menos, de ese tipo de vida extraterrestre.
Levit, en su tristeza, recordó que al tiempo de haber conocido a Otilia, no sabía nada de seres angelicales, entre los humanos de la Tierra.
Peor aún, que hayan seres de otros planetas que pudieran vivir tomando el oxígeno terrestre.
Odilia por su vez, era una especie muy rara y sus uniones fueron puramente naturales.
Tal como se conocen dos humanos, ellos se conocieron, pero hubo algo sobrenatural al conocerse:
—Él era apasionado por la música y los bosques repletos de oxígeno puro.
—Se internaba en esos mundos verdes aledaños a las metrópolis como Nueva York.
—Esos árboles inmensos, repletos de musgo, hongos, de verdor prendido en las cáscaras de los antiquísimos árboles.
— "El ángel no puede engendrar, es una discusión que apenas sostuvo ciertas reuniones de alta inteligencia".
— "El ángel no puede llorar, no tiene tristeza, su alma es tan pura y blanca que, no hay nada para él, que sea malo o imperdonable".
—Escuchaba hablar de esos puntos de vista de ciertos seres espirituosos de los bosques.
—Mientras tanto Odilia era marítima y atmosférica.
—El mar y el cielo eran su sitio de vida.
—Ella no vivía ni abajo ni arriba. Su sitio era la Tierra, pero su alma, su esencia misma, su fuerza y energía eran totalmente aire y agua.
— ¿Cómo es eso?
El médico había encontrado un canal cerebral, por el cual, se abrió la imagen a unos espacios terrestres aparentemente, y las vibraciones que generaron las imágenes habían provocado un terremoto y un maremoto, que hicieron vibrar la maquinaria científica.
— Debo detener esto – afirmó el científico y comenzó a pulsar botones desactivando la inmersión cerebral.
Sigmund estaba frío, completamente asombrado y asustado.
La vida de Kesman, valía más que lo que pudiera imaginar ese médico y toda esa gran maquinaria de investigación cerebral.
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