CINCO AÑOS DESPUÉS
Nueva York
Kesman ya tiene veinte años.
Como todo gran ejecutivo, sentado en un sillón finísimo, giratorio, mira el perfil de rascacielos de la mayor metrópoli del mundo.
La cúspide del cielo, bueno, ya no la última del planeta, pero allí en el piso que está la oficina de Kesman, parece el confín más elevado del orbe.
Se balancea y empuja el sillón que rueda con él hacía casi el borde del abismo, separado únicamente por el gran vitral de Rayban, una de las marcas de vidrios más ponderadas de la industria moderna, la cual, ha evolucionado al punto de los inimaginable, que se convierte casi en acero, en los altos paneles que son cortados con diamantes originales del África, los cuales, en finísimos cortadores, ya completamente mecanizados por computadoras que los rigen y direccionan, para cortar los enormes paneles que forran los predios más elevados de la superficie terrestre, desde allí, hasta Toronto, en Canadá, o Tokio, hasta Australia y en fin, cualquier metrópoli o megalópolis mundial, tomando como ciudad principal la bella y espacial, la increíble y fantástica Dubái, ciudad de las mil y una noches moderna, capital de los Emiratos árabes.
Kesman, al apegarse hasta el borde, su rostro se junta al vidrio y su hálito marca en el mismo, dejando un perfil como que grabado, en el cual, parece ver él mismo, la tristeza de sus ojos, que parecen estrellas diurnas, que quieren quitarle brillo al sol, visto celeste por el tono del panel. Cualquiera que tuviera vértigo, sentiría un vacío casi mortal al ver desde el propio borde del piso, todo el vació de ciento ochenta metros, en el fastuoso apartamento que es la sede de su empresa, de la Global Enterprise Inc., dedicada cabalmente al desarrollo de materiales constructivos de última generación, que incluyen al grafeno, material resistente y flexible de alta capacidad como para llegar a sostener edificios pesados para ubicarlos en montañas frías y puntiagudas, así como, en costas de arrecifes de insuperables vacíos y precipicios montañosos, recortados por el tiempo, como rascacielos que pasen de las nubes, tal cual en la última capital nombrada y se eleven, aún más, de los que ya hay en esa metrópoli ultra moderna.
Su empresa es una de las más connotadas a nivel mundial y sus condiciones millonarias le proporcionan un desapego de la gravedad espiritual o material y física, que los maneja, lógicamente, de forma intensa, de dar envidia y al mismo tiempo, admiración, pues es un rubro, por allá de abismal, como tan poderosamente fuerte, por los mecanismos que atirantan los extremos y puntas de los bordes, en que se sostiene la industria de la construcción a escala universal, sin consideraciones de ningún orden, cuando de tratarse, de materiales de altísima calidad y diseños ye estudios de gran exactitud de proyección, en cuyas reglas no existe el mínimo perdón ni comprensión. Por supuesto, de estar miles de vidas en el entorno de cada proyecto, de tan elevados presupuestos cósmicos, como así humanos, casi a la altura de los dioses del equilibrio.
Se pone de pie y apoyase en el vidrio, apegando todo su pecho y cuerpo entero, frontalmente, entonces abre los brazos como cualquier humano y parece una lagartija, prendida, con los dedos completamente abiertos, sí, no es más que una lagartija, como aquellas que suben y bajan las paredes en las selvas tropicales del planeta. Así, con ese fondo de Nueva York, su entorno se torna más allá de universal, es realmente el diseño de un antiguo artista italiano, gira y queda de espaldas y ahora la figura es exacta al Hombre de Vitrubio, el diseño de Leonardo da Vinci.
Así se queda unos instantes, respira hondo, profundamente, de ojos cerrados, imaginándose que no está en vertical sino en horizontal.
«Relaja, humano, estimado Kes…» dice, para sí, moviendo apenas los labios.
Entonces se abre la puerta.
—Qué pasa Kesman, queréis suicidaros…
— Ah… loco, no me agrada que interrumpáis así.
— Vos me ordenasteis que entrara sin avisar…
— Eso fue hace tiempo, cuando ingresé aquí y me parecía todo, un borde del abismo.
— Cómo lo que es, estimado primo.
— Bien, siéntate, dime, qué conseguisteis.
— Tenéis 10 días de descanso, apenas diez.
— Qué bueno, qué bueno.
— Pero ya sabéis cómo son esos diez días…
— Uff, entiendo… a querer olvidar.
— Es tu stress…
— Cómo que stress yo no se qué es eso…
— Ya Superman… hasta Clak Kent se cansaba…
— Yo soy Kes…
— Veis, estáis al borde de la locura.
— Kes…man…
— Ya, dime de una vez.
— De los diez días, tres tenéis para las cuestiones médicas, relax síquica, y sumersión. Dime de la cuestión medica, ¿lo haréis? deberá ser al hilo, extenuante, pues son casi ocho horas en la clínica.
— Qué queréis de mi, hombre, no estoy loco.
— Kesman, debéis, entrar en análisis profundo, con una técnica que irá a los confines de tu memoria, para retrotraer lo mínimo y lo máximo que puedas tener allí, la cual parece dañada, por ciertos fundamentos psíquicos que antes eran simple fantasía.
— Por favor, primo, deja de tanta credulidad en lo imposible. Eso es abstracto y ni yo lo creo. Lo que me ha pasado a mí, es, meramente de cansancio físico, no mental. No me he separado de este escritorio desde mis 16 años, cuando…
— Escuchadme Kes…man… debo irme a unas reuniones programadas con la empresa de arquitectura e ingeniería alemana que ha contratado nuestros servicios para los proyectos del subterráneo entre Hamburgo y Liverpool. Aquí está tu agenda de vacación, no hay más, mañana, deberá estar su señor magnate, gerente general de la Global Enterprise Inc., completamente en descanso y tu chofer te llevará en el helicóptero desde la torre hasta el Valley para iniciar a las nueve de la mañana tu intervención. Os dejo, debo también ir a ver las reuniones con los príncipes de Dubái, para ver cuando nos juntamos, espero, que esto sea luego mismo de los diez días, de tu vacación. La agenda para Alemania y Dubái, no puede demorar y pasarse, después viene los del predio de vidrio que protegerá el Danubio en la parte que pasa por la ciudad capital de Austria.
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