Uou... —Kesman se apoya en su propio brazo, y pareciera que dormita, no ha dormido toda la madrugada, estaba lejos, bien lejos, cabalmente… y cuando mira, ya su primo no está allí. Y más bien, Sigmund, que parece haber cambiado de imagen virtualmente, está próximo a él.
—Sigmund, que pasó….— le cuestiona Kesman, sorprendido de verse así, descansando fuera de hora.
— Señor, he investigado, todo lo que me pedisteis…—suspira hondo Sigmund— realmente los médicos que os verán, son de psiquiatría:
—Utilizarán unos mecanismos de proyección interna a través de la retina, a través de esa inmersión en la anatomía humana, ingresan supuestamente a lo más profundo de tu cerebro y se encaminan por las corrientes de la memoria, hasta lugares que quieran o permita la misma ciencia y el mismo cerebro humano.
— Y qué me aconsejáis.
— Que es bueno que os hagáis ver… precisamos teneros sano y cuerdo, para tantos trajines de la empresa, esto que está pasando contigo es fenomenal.
— Sí, es fenomenal…— qué lindo suena. —Por supuesto, qué es fenomenal para mí, imaginarme que me están analizando hasta el pensamiento.
— No, no me refiero a lo que ves o pensáis, o sentís o percibís, o calculáis, etc. Me refiero a tu mismo estado de cansancio físico —que puede ser lo que os anda preocupando.
— Nada. No tengo nada, ¿Vos creéis aún que aquella visión de esa joven rubia en las ventanas y el balcón del Palacio Buckingham, me preocupa todavía?… creéis, que estoy alucinando, que me he inventado, que desde mis quince años, ella habita en mi memoria y que no puedo olvidarla, que la vi y que la visteis vos, y lo pones en tela de juicio ante la incredulidad de otros.
—Por ello mismo, debéis, –debemos ir, juntos, yo os ayudaré, estaré allí, os acompañaré, eso será peligroso, tenéis una gran mentalidad, no será dañada para nada… —esas imágenes —esas visiones, —esas sensaciones, —eso de Venus, —eso del punto, es solamente novelas, ficción, ya lo veréis. La rubia aquella, —es producto de vuestra adolescencia, —no existe ni se llama así–… Chisi… —todo eso es una locura.
—Bueno, está bien, quiero ir a descansar, cierra mi despacho, mi primo hará todos los encuentros que debería hacer yo, hoy, hacer junto a él… En fin, junto a vosotros. —Llama a todas las centrales europeas y de la región del Medio Oriente, así como las subsidiarias sudamericanas y centro americanas… que hagan la reunión de proyectos al mando de mi primo.
—Está bien mi ahijado querido, está bien… Apenas tenéis veinte años y ya sois casi dueño del mundo.
—Cuesta mucho, cuesta mucho.
— ¿El helicóptero está allí?
—Si…
Después de cinco minutos, Kesman, —sube al helicóptero y vuela por encima de los predios de Nueva York y pasa próximo a la Estatua de la Libertad.
Se dirige a un lugar secreto, en el cual tiene su mansión casi enterrada en una colina de piedra y vegetación, al otro lado del río Hudson.
Al acostarse, en una recámara por cuyo ventanal se aprecian muchísimas plantas florales, frutales y palmeras — que son las principales imágenes o seres que le acompañan.
Todavía de terno completo, se abre la camisa y reposa mirando el techo y luego, sus ojos, se cierran, pero su mente va a Londres, cinco años, antes, y ve, sí la ve, es ella, solamente puede ser ella, la preciosa Chisi, de sus sueños de adolescencia.
La imagen de la chica huye, —se sumerge en unos pasillos que se hacen sótanos, laberintos —que acaban en orificios que salen al mar, a la profundidad del mar y después, a espacios, lejanos, azules y verdes, amarillos, anaranjados; —pasan volando hacia los fondos infinitos estelares, de su pensamiento, allá, lejos, cada vez más lejos, ella parece volar, irse para más y más lejos: —al sol, al otro lado del sol. —Sí, a Alpha Centauro —.
De pronto, la última imagen se despide mirándolos, —ella, — es bellísima, cómo estará actualmente, más bella, una joven quizá de diecisiete años… —preciosa estrella del fin de los cielos y todo el firmamento.
Kesman, se ha dormido.
Al despertar, está ante un equipamiento ultra moderno del tipo de análisis cerebral, pero aquí: unos aparatos como lapiceras negras, estilizadas, de harta largura, ubicadas en un ruedo de puntas que están por encima de su rostro, a un metro de distancia: son lapiceros de rayos láser, que se mueven con un brazo dirigido desde el robot central —que eleva su camilla y acomoda su espalda y cabeza de cierta manera que sus ojos —son apuntados directamente por esas lapiceras.
Al hacer el movimiento de ajuste a la altura, ve a Sigmund el cual tiene puesta, ropa de bioseguridad al igual que el médico y asistentes.
Recuerda que hace un día, estaba en su oficina y luego se fue a casa, durmió y no recuerda más.
¿Qué paso?
Bien, aquí estamos.
El brazo del robot se aproxima, —se detiene frente a sus ojos.
—No sentirás nada — le dice el médico.
Kesman, asiente cerrando los ojos.
Al abrirlos, dos luces se encienden, el impacto de luz es como si un rápido chasquido— de dedos, —luego la sensación del ingreso mismo a la vista –como si un gran haz de luz, haya sido enviado a un túnel, –mejor, a una caverna de aquellas del comienzo de la tierra, del paleozoico con característi as mesotérmicas, allí, la luz ingresa y uno puede verla, —sigues mirando y esa luz va hacia tu espíritu mismo, al fondo del cerebro, por caminos insospechados, entonces se detiene, primero se detuvo el ojo derecho, y luego el del ojo izquierdo va más lento, —toma milésimas de segundo para detenerse finalmente, —mientras la luz del derecho queda estática, y luego, ambas se conectan a través de las corrientes de la visión que se juntan a las fuentes de la memoria, por los rayos que van ingresando en miles de rayos de la luz.
— Pase, pronto – le dice el médico a Sigmund.
— Gracias.
— Lo hago pasar pues su sobrino no quiso firmar ningún documento. Y debo contar con su presencia para cualquier problema.
— Sí, es que salimos muy temprano. Él no reaccionaba. Estaba como durmiendo. Debería ir a la oficina antes de las ocho.
— Sí. Me explicó la médica que les recibió. Por favor no vaya a hablarle. Estamos iniciando el procedimiento. Estará así. Dormido.
Sigmundo, se acomoda el equipamiento visual y de perceción sonora, por el cual verá, escuchará y le serán impartidas cualesquier indicaciones de cómo estar allí en ese lugar científico ultramoderno.
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