Para asombro y casi molestia de Bobby, pues casi todos los ejecutivos han subido hasta el helipuerto, lo que van a ver los expectantes empleados, que observan la portezuela de la nave, esperando ver salir a Kesman.
Pero, vaya, decepción, por una parte, y atracción por otra… mayormente de los varones, jóvenes y maduros que hay allí ahora… al abrir la portezuela de la nave, no sale Kesman, y sí, ocho, bellas mujeres rubias, que intentan sostener sus preciosas cabelleras hasta la cintura o espalda y hombros.
Son todas así, parecidas, algunas casi albinas; se han presentado, bien trajeadas.
Bajan lentamente del helicóptero y atontadas aún, ya por el vuelo, como por ese inesperado público de ejecutivos de la mayor empresa de construcciones que les miran atónitos y encantados.
Las jóvenes, sonríen, tragan saliva, parpadean nerviosas, se acomodan el cabello, se ponen las gafas, a cuales más finas y elegantes, son sus cuerpos esbeltos y perfectos, se mueven algunas como modelos, otras, como simples jóvenes recién salidas del secundario y casi, muy pocas aparentan edad universitaria, como de 18 años.
Las bellas rubias avanzan risueñas y nerviosas.
Siguen las señales de las incómodas recepcionistas y secretarias de la Global, que también intentan contener la sorpresa y orientan a las recién llegadas para dirigirse al ascenso más amplio y pasar.
Pero, han omitido el saludo al sub gerente Bobby Blender, pues como nadie sabe del protocolo ante tal sorpresa, caminan unos para allá, otros para acá y comienzan a descender en el ascensor panorámico de la pared de brillantez vidrios platinados, que reflejan la capital del orbe.
Bobby, no se inmuta, acomoda sus cabellos despeinados y va atrás, y tras de él, le sigue Sigmund, asombrado, y atento, pues sabe o percibe que es algo planeado quizá… ¿quizá?, bien, no puede asegurarlo, mira a Bobby cuando cierra la puerta del ascensor y varias chicas hay allí, y Bobby traga saliva y sonríe muy trémulo, emocionado, embelesado y transpirando la gota gorda, desea que pronto se detenga el elevador.
Es que ahí acaba la fantasía, llegan al piso 22, y se abre la puerta principal del pasillo que lleva a las principales gerencias.
Bobby debe alcanzar al otro grupo que ya está allí, y entre ellas va una tropa de curiosos ejecutivos que intentan sonsa car a las guapas muchachas, alguna señal que les de motivos para el chisme más rápido que pueda llegar a sus oídos.
Bobby consigue la puerta de sus oficina, antes que el grupo pase de la línea en dirección a la sal de ejecutivos, y abre la puerta… por aquí por favor intenta pero la boca está dura.
Sin embargo, la puerta abierta, su mano que indica que pasen, y la mirada a Sigmund que ha llegado a su lado, y la suplica visual que le hace Bobby para que arroje a los buitres de allí... y ayuda para que las ocho muchachas ingresen de inmediato a su despacho…
Acción cumplida, las chicas dentro, Bobby cierra la puerta.
Sigmund golpea tres veces y Bobby abre, pasa en cuanto las visitas, admiradas, contemplan Nueva York y se desplazan bellamente femeniles a lo largo y ancho del despacho del sub gerente.
Por cierto, un salón nada envidiable al del principal, que no ha llegado aún, por lo menos en ese arribo del primer helicóptero.
— Por favor, ladies, please señoritas – dice nerviosamente.
Ellas se aproximan, algunas se quitan las gafas, mientras Sigmund está cada vez más asombrado.
Sí, las bellas rubias se sientan, y cada cual, toma las gafas y las retiran de sus ojos…no deben cubrirlos pues ese es uno de lo puntos de interés más importantes.
— My God – alcanza a decir Bobby y mira a Sigmund. — Yes, — interviene el secretario regordete,
— Yes… — Gracias, thanks, girls, please, take bear, coca cola, please, wáter… — Bobby, mejor es que os calléis.
Sí, voy a relatar yo mismo, las rubias, todas ellas, tienen bellísimos ojos celestes como el cielo, ni azules ni violetas, ni verdes esmeraldas, ni grises marinos, ni nada, celestes mismos, preciosos ojos azules, sí… ¿a quién recordáis?... sí, no hay más a quién recordar, son exactamente parecidas a aquella jovencita del balcón en el Palacio de Buckingham, cinco años, antes, y estas, son muchachas de cinco años más que aquella que ha debido contar con escasos catorce años…
Parecen sus copias, sus clones, sus, fotocopias exactas, padrones exactos, mirada, sonrisa, inocencia, dulzura, encanto, todos los atributos y donaires que pudieron notar quienes la vieron.
Kesman Kerr, que salió del grupo y la siguió pero nunca pudo encontrarla entre la cantidad de invitados y muchas niñas rubias que pasaban junto a él…
Bobby intenta fijar sus ojos en una, aquella que mira y sonríe, a la otra a su lado, que ha elevado la vista al cielo raso, y su mirada sigue ingenuamente las líneas de luces de la sala, que genera formas preciosas en la pared… y a aquella de más allá que observa la mesa que gira y cuyas luces también provocan atención, y a una tercera cuarta, quinta, sexta séptima y octava, que cada cual, hace lo posible por estar feliz, y mostrar sus alegrías en ese lugar tope del mundo, una reino de lujo, una maravilla de predio de gran atracción internacional, en la mayor empresa ya dijimos, de arquitectura en vidrio del planeta Tierra.
— Por Dios, cual, de ellas, podrá ser, o podrá al menos tratar de representar, a la muchacha del balcón, son todas bellísimas, todas perfectas.
Todas tienen un poco y un gran tanto de aquella jovencita, y hasta una de ellas puede ser, ya que la solicitud internacional para una audiencia marcada allí, de forma alucinantemente secreta, realizada por alguien, más allá de Bobby o de Sigmund, podrá encarnar, el sueño de Kesman, su última ambición, su anhelo vital, su puerta de escape, a la, o de la, locura y la pasión que lo ha consumido, mental y espiritualmente en cinco años, provocando supuestamente, aquella rara insuflación de su memoria, que ha ido perdiendo y está al borde del final, en que no quedará nada…
Además de un pasado escrito, ordenado y solicitado con toda el alma por él, y qué ahora, parece estar próximo a realizarse.
Cuál de ellas, por Dios, es la preciosa, cómo dijo Sigmund que consiguió que alguien le diga su nombre, o su apellido y alguien le indicó y le sopló que se trataba de Chitsi, o como respingó Kesman diciendo: no es Chitsi, es Chisi, como si él la conociera, como si la haya visto antes, en alguna parte del mundo, del tiempo, de su memoria, ya desaparecida, de este tramo que va de cinco años hacia atrás.
No pudieron conseguir inclusive, con aquel equipamiento láser para introducirse en el cerebro y llegar a viajar en la memoria temporal de un ser humano.
Pues, sí, una de ellas quizá sea aquella jovencita que se llamó Chitsi o Chisi y de la cual Kesman está separado por años...
O quizá más, quizá milenios, o quizá más aún: millones de años luz… O sea talvez una simple alucinación, una locura real, de la cual hay que salvarlo.
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