Pleónades

Arlon enciende la pantalla aérea y ve a sus amigos en aquel primer castillo al que llegaron: "Buen día, ¿Durmieron bien?" Marcello Komadina al captar en su audífono incrustado en las orejas le responde: "Arlon, la noche entera fue terrible con frío y de parar los pelos, y somos corajudos, para estar en este castillo horrible que aún no es el de la Ciénaga.

Alexandre rememora lo sucedido: "Primero fue el tremendo mordisco que casi partió el puente levadizo y si no era por los maderos duros, habría sacado media lonja del trasero de Fausto... después aquella risilla, espeluznante." Komadina, sonriendo, prosigue: "Vinimos a dormir después que Penestrón nos dio pedazos de carne seca y panes duros. Yo no pude comer esos panes, pese a que tengo buenos dientes y porque estaban ácidos y enmohecidos. Ahg... lo siento... todo es un asco por acá. "Fausto, agrega: "Sí... mira este aposento palaciego, que horripilante... más parece un frío catafalco de piedra, y nos fue ofrecido para 'descansar'. Es una terrible heladera y hiede a todo.

Arlon sonríe: "Imagino... pero deben adaptarse... Y cuéntenme qué más pasó."

Marcello se sienta y apoya en la pared: "Al apagarse la última vela, se escucharon durante toda la noche unas voces y ciertos quejidos monstruosos." "Sí... — continúa Fausto: – Y como estamos durmiendo en el suelo de piedra, yo captaba gemidos y gritos que parecían vibrar en las piedras que conforman el piso helado y fétido de este lugar."

Alex Caussin, agrega: "Al final, tanto con miedo como con frío, nos dormimos."

"¿Y al despertar hoy, qué pasó?" Interroga Arlon.

"Hace menos de media hora, por una ventana, pudimos ver a tres hombres que zunchaban el agua del riachuelo pantanoso." Fausto Glaccio viene más próximo a ellos y saluda: "¿Sabes qué estaban haciendo? Pues, espantando a la bestia verde que casi me agarra de las nalgas." Fausto, mientras se rasca la cabeza, prosigue: — Los hombres comenzaron a arreglar el puente, mientras continuaban con las varas espantando al cocodrilo.

En eso, Penestrón golpeó la puerta y la abrió desde fuera: — ¡Ya, a levantarse flojos!

Alex, finge estar despertando: — ¡Ya estamos!

— Venid a comer algo que después conoceréis al marqués... Además tenéis visita... quizás les conozcáis.

Al entrar al salón de la mesa rústica para las cómodas, una mujer les espera diciéndoles: — Buenos días, asquerosos recién llegados, pero en especial el que será el bobo más comestible de los cocodrilos Ji, ji, ji, ji.

– La fingida y atenta mujer, alta y huesuda, casi esquelética, de pelo rojizo, con un peinado estrafalario, que parecía de verdad un castillo de torres puntiagudas como agujas de coser, mueve la cabeza sarcasticamente:

— Buenos... días...— Fausto Glaccio fue el único que contestó.

— Me llamo Leridana y soy la nodriza de mi niño-grande el Conde Marcio, hijo mayor de Pleonedes. Vosotros sois nuestros primeros invitados para lo que venís aquí de tan... Tan lejos... ji, ji, ji... aquí estaréis por unos días y sus cuantas noches... ji, ji, ji. Os ruego vuestra atención. ¿Escuchasteis niño travieso que enloqueciste anoche al hermoso juguete de mi niño? ¿Escuchasteis? ¡Nunca más le violentéis! ¿Eh?

— ¡Sí, señora... Leridana! – Contesta Fausto, avergonzado ante las miradas de sus amigos y compañeros de viaje de inmersión a ese lugar a cientos de años del pasado.

— Bien, me atenderéis todos vosotros pues son mis clases que no volveré a repetir, para que compongáis vuestros relatos que de estos cuentos reales sacaréis y que os iré contando en el trayecto que dure esta orden del Rey.

— Sí, señora Leridana — responde Komadina, al ver que Fausto ha enmudecido.

— Podéis serviros el desayuno mientras escucháis.

Es así la primera historia:

《Hubo una vez un gran castillo que fue construido por varios hermanos, nacidos nobles herederos de un Rey Visigodo, de nombre Pleónades, a quien le decían Pléo.

La mujer se atraganta con su propia saliva, tose y se limpia la baba que se viene a su vestido guinda, se pasa la mano mirando la saliva derramada y prosigue:

"Pléo nació en un gran reino repleto de riqueza material, traído de la India, de Medio Oriente y de la lejana Rusia, de más abajo de Persia, de más al este de China y lo último del imperio maravilloso proveniente del Japón. Era un bebecito muy lindo pero un tanto tonto... vino al mundo una noche oscura.

Pues fue este Pléonades, quien heredó este sitio enorme entre los Alpes y las cordilleras Germánicas y Húngaras... Y allí, ganando batallas, hizo su propio reino y se autonombró Rey y después soberano mayor, Emperador de Ciénaga.

La Ciénaga era un valle pintoresco, tibio en primavera, cálido en verano sin ser quemante; templado y delicioso en otoño; y un tanto frío sin caer demasiada nieve ni quedar demasiado húmedo en invierno.

Pléo tuvo varias mujeres y varios hijos... Muchos de ellos en lejanos pagos y otros en el mismo reino.

Pleónedes era centrado, de muchos dones y dotes, pero más que todo, de muchísima suerte para lograr tamañas ofrendas de la tierra y las gentes que trabajaron para él.

Así fue reuniendo Señoríos, Condados, Marquesados y Ducados... muchos por devolución de cuentas, de pagos de deudas atrasadas, cuyas fortunas perdidas, tras la quiebra de las ganancias por cultivos mal hechos, y productos arruinados por el desorden y la mala administración, la dejadez o las pésimas ventas, y en fin, otros por dedicarse al hartazgo de la lujuria, del lujo y las bebidas y comidas, o por no haber sabido salir de sus deudas saltándose una a la otra y la otra, para honrar sus préstamos recibidos, fueron perdiendo sus posesiones y fortunas... Y así, acabándose muchos nombres famosos que se perdieron de las realezas, de tantos nombres y títulos que pudieron haber ganado y de las tantas concesiones, en ducados y condados y marquesados que pasaron a manos de muchos reyes sacres y veleidosos, tacaños y despiadados, salvándolos tantas veces, Pleónedes, que aceptaba negociados con los reyes y nobles que iban quedando ricos y no les perdonaban, recibía los bienes escondidos de estos en garantía y amistad."

Venían esos servidores y le decían:

— "Plonedes, eres nuestra solución...paga mi deuda. Dame espacio en tu tierra y castillos y trabajaré para ti y te pagaré lo que me has salvado. Devolveré a mis acreedores y te daré mis casas más escondidas y mis hijas serán mujeres de tus hijos..."

Así Pleonedes fue quedando tan rico que ni él sabía cuánto tenía.

Cuando el tiempo pasó, Pleonedes ya estaba quedando viejo y llamó a sus hijos mayores. Era por el año de 1369.

Un día, al acabar la guerra, cómo comenzó, así de pronto, toda la cuestión de las herencias entre los príncipes de aquel reino se inició. El príncipe Juan optó por los campos aledaños al castillo principal; el príncipe Javier prefirió recibir las construcciones dentro del enunciado testamentario del reino; el príncipe Octavio dijo que se quedaría con todo el ganado caballar, que por cierto eran muchísimas cabezas de cuadrúpedos de las mejores razas del universo, y el príncipe menor, Fabián, optó por lo que quedara.

— ¡Qué mujer para saber hablar! — expresó Babilony desde su mesa de controles que parecía volar en el aire mientras veía en otra pantalla a su amigo Arlon que le comentaba lo siguiente:

— Sí, pobres muchachos, esto será difícil, aguantar varios días allí, escuchando la habla y deberán tomar los datos de cada cuento para atar los cabos sobre lo que van a hacer allí.

— Arlon, dime, ¿y las muchachas por qué no están allí? — le interrogó Babilony a su constructor.

— Están, pero ella las está escondiendo...no las podremos ver hasta que yo resuelva por qué no aparecen. No sé en qué parte están ellas y el mismo Fabián.

...***...

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