—Es muy peligroso— le advertí serio— Y el piso de arriba es inestable, así que no sé si podamos ir— bufó e hizo puchero.
—Quería ir a mi habitación— hablo como una nena chiquita.
—Yo me caí, y tuve suerte de salir ileso— la miré— No sé si vas a tener la misma suerte.
—Por ahí tenga más suerte y no caiga— presumió— Somos dos personas diferentes con distintos karmas— alcé una ceja y puse mis manos sobre mis caderas.
—¿Qué tipo de karma esperas con solo hacer caprichos? — abrió la boca con indignación y se llevó una mano al pecho.
—Así que sacamos los trapitos al sol— se acercó a mí con el entrecejo fruncido. Está claro que no es una pelea seria, sino un simple juego para distraernos— Pues vos sos un mandón presumido— habló picándome el pecho con su dedo índice.
—No te imaginas lo dolido que estoy— hablé con sarcasmo— Ahora pongámonos serios y vayamos.
En la calle, Elizabeth me tomó de la mano, sí, creo que le gusta jugar conmigo y ponerme nervioso. La vibra de Elizabeth nunca cambiaba, esa alegría siempre la llevaba encima, le daba al ambiente un poco menos de miedo, era increíble, después de todo lo que me contó mamá era cierto.
Asomé la cabeza por el portón para observar si se veía a alguien, pero no, estaba vacío. Entramos sigilosamente, medio agachados, como en los videojuegos de guerra, pero en vez de armas manteníamos nuestras manos juntas. De vez en cuando miraba a Elizabeth para ver cómo iba y cuando lo notaba me sonreía como respuesta. Subimos las escaleras y al llegar arriba, aseguraba el paso para ella, esta vez ella me guió a su habitación la cual era muy grande y blanca. Sin cuidado empezó a revisar todo con emoción, mientras yo vigilaba en la puerta, había nostalgia y algo de tristeza en su mirar, quisiera saber qué recuerdos tiene en este lugar.
Abrió cajones y puertas, se miró en el sucio espejo y tocó suavemente su antigua cama, sacó casi todo de las cajas guardadas y leyó todo papel que encontraba con una sonrisa en la cara, excepto un cuaderno rosado y peludo que, al parecer, era su diario íntimo.
—Elizabeth, apúrate— susurré lo suficiente alto para que ella me escuche.
De la nada escucho un ruido abajo ¿Habrá llegado alguien? Cerré la puerta con cuidado para no hacer mucho ruido, pero igual rechinaba. Le hice señas a ella para que se acercara a mí mientras caminaba al gran ropero, sin soltar su diario, vino hacia mí y juntos nos metimos adentro cerrando las puertas.
—¿Qué pasó? — preguntó en susurro abrazando su cuaderno contra su pecho.
—Creo que hay alguien abajo? — contente para después apoyar mi dedo índice sobre mis labios haciéndole entender que mantenga silencio y entendió.
Pasaron casi dos minutos cuando escuchamos la puerta quejarse tensando mi cuerpo por completo. Mantuve la compostura y mi respiración tranquila deseando que no revisara el ropero, se escuchaba a alguien merodeando por la habitación con cautela.
—¿Ray? — después de segundos reconocí la voz ¿Acaso era Charlie? — Te vi entrando— qué pesado. Sentí la mirada de Elizabeth sobre mí y abrí la puerta dejándome ver—¡Ray!
—¡Shh! — lo callé enseguida saliendo del ropero— ¿Qué haces acá?
—Te vi entrando con alguien y te seguí ¿Sabías que esto es propiedad privada? — asentí algo irritado— Nunca había conocido a esta versión tuya, me gusta— miró por encima de mi hombro— Espero no estar interrumpiendo nada— habló juguetonamente paseando, nuevamente, su vista hacia mí con picardía.
—Ella es Elizabeth, Elizabeth él es Charlie— los presenté corriéndome una poco al costado para que se puedan saludar.
—Un gusto— la rubia se acercó y extendió su mano hacia él en forma de saludo— Elizabeth Nilsson— él aceptó su mano.
—Compartimos apellidos— se soltaron y ambos se sonrieron— Soy Charlie Nilsson ¿No seremos parientes? — bromeó.
—No sé, no conozco ni la mitad de ellos— crucé mis brazos y miré a otra parte molesto.
—Increíble, yo tampoco— moví mi pie impaciente.
—Creo que ya deberíamos irnos— los interrumpí de malhumor, ya habíamos pasado mucho tiempo dentro de la mansión, en cualquier momento pueden volver.
—Los invito a tomar algo o caminar por ahí— empezaron a caminar hacia la salida ignorando mi presencia por completo ¿Es en serio?
—Nos encantaría ¿No, Ray? — obviamente no.
—No— dije seco.
—Podemos ir a la cafetería Archer, abrió hace muy poco y se está haciendo bastante popular— sugirió él, otra vez ignorándome completamente.
—Suena bien— aceptó, suspiré rendido y solo los seguí.
La tarde se hizo larguísima, no paraban de hablar y yo me había puesto de malhumor, odio que me ignoren y era lo que justamente estaban haciendo. Sentado en la misma mesa que ellos, pagando lo que había pedido yo y la rubia también, Charlie se pagaba lo suyo, se supone que es una invitación, debería pagar todo él ¿O no sabe? Miro por la ventana sin saber qué hacer y en eso distingo un hombre mirándonos dentro de un auto negro que, cuando se dio cuenta de que también lo estaba viendo, subió su ventanilla lentamente sin apartar la vista y arrancó el auto dejándome mudo en mi lugar ¿Nos están vigilando?
—Tenemos que irnos— los interrumpí y ambos me miraron expectantes— Mamá ya debe de estar preparando la comida para la cena.
—Claro— Elizabeth miró a Charlie sonriente— Fue un placer, Charlie, me divertí mucho hablando con vos.
—Yo también, espero que nos podamos juntar de nuevo— giré los ojos molesto, hoy está especialmente irritable.
—Hasta la próxima— Agarré mi saco, ella su cuaderno, la tomé de la mano y la saqué de ahí casi arrastrándola.
Ya afuera del edificio, se apuró a seguirme el paso y acomodo su mano con la mía para un mejor agarre. No le dije sobre el auto ni pienso contárselo por ahora, solo quiero llegar a casa a salvo junto con ella para poder descansar otro día más, y así, mañana capaz, encontrar una solución.
Casi llegando a la puerta del edificio donde vivía, me empiezo a marear, por instinto, me apoyo en la pared para no caerme. Miro a Elizabeth quien me mira con una gran preocupación mientras me pregunta que me pasa, sin poder reunir fuerzas para responderle, las piernas se me aflojan y caigo viendo solo oscuridad.
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