Ocho

—Buenos días— saludó— Veo que te levantaste de buen humor, es la primera vez que te veo sonriendo— miro para abajo algo avergonzado.

—Buenos días— camino hacia la casa con Elizabeth siguiéndome atrás.

— ¿Dónde estamos? Me gusta este lugar— miré alrededor sin parar de caminar.

—En la casa de mis abuelos— la verdad era un lugar bastante tranquilo y bonito, si es que buscas paz y no te gusta el ruido y el constante movimiento de la ciudad. A lo lejos se veían las cosechas de trigo y también varios árboles plantados en fila.

Una vez frente a la casa, me acerqué, tomé aire y toqué la puerta. No sé ni qué hora era, pero se podía ver lo hermoso del amanecer y la rubia lo sabía bien, pues, estaba embobada contemplando su belleza. Escuché la puerta rechinar, y cuando miro para alfrente, me encuentro a mi abuela, quien al reconocerme, se le dibujó una gran sonrisa en el rostro.

— ¡Pero si es mi querido Ray!— me abrazo fuertemente feliz y yo le correspondí de la misma manera. Era más baja que yo, su rizado pelo corto me hacía cosquillas en el mentón.

— ¿Cómo estás, abuela?— pregunté cortésmente, tenía otra crianza, los modales son primordiales para ella.

—Bien, mi amor— se separó— Y yo a vos te veo más que bien— dio una mirada rápida señalando a Elizabeth.

—Perdón, ella es Elizabeth Nilsson, una amiga— «Mierda ¿Hice bien al decirle su nombre». Elizabeth se acerca con una cálida sonrisa.

—Un gusto conocerla...

—Dime Margareth— algo sorprendida, se dan la mano en forma de saludo.

—Encantada.

—Que linda— soltó su mano suavemente.

Nos invitó a pasar y nos ofreció un delicioso desayuno mientras nos cuestionaba y decía lo feliz que la hacía sentir esta sorpresiva visita. Al parecer eran las seis de la mañana, mi abuelo está hace rato con sus empleados en el campo ¿No nos habrá visto? Supongo que nos pasó de largo. Después de desayunar, Margareth, mi abuela, hizo subir a Elizabeth con ella para mostrarles los vestidos que usaba en su juventud.

— ¿Ray, te gusta?— voltee a mirarla y justo bajaba por las escaleras.

Tenía el pelo húmedo y llevaba puesto un vestido por arriba de las rodillas blanco con flores amarillas que le quedaba perfecto, con unos zapatos planos también amarillos. Parecía que brillaba y su sonrisa sorprendentemente era más hermosa. Nunca la había visto con tanto detalle, nunca me había fijado en sus dos lunares en la parte izquierda de su cuello, que su pelo brillaba tanto o que sus azules ojos eran tan profundos, ella es tan... Esa chica tiene una belleza inexplicable de verdad, es ¹inefable.

— ¿Y, me queda bien?— sacudió la pollera del vestido suavemente.

—Sí, la verdad es que sí— admití mirando para otro lado disimuladamente, escondiendo mi cara porque sentía las mejillas arder.

—Ella es una chica muy bonita— habló Margareth mirándola con admiración— Una cara tan linda que es difícil de olvidar— la miré ¿La habrá reconocido? Pero, a lo que dijo, tiene razón. Mamá la describió como un ángel, no se equivocaba ¿Será real?

—También quisiera bañarme— me levanté de la silla con un movimiento algo brusco sobresaltandolas ¿Por qué reaccioné así?

—Eh, sí, corazón— me sonrió— Le hará bien un buen baño.

—Con permiso— agarré el bolso y subí las escaleras apurado.

Busqué mi ropa con cuidado, quería verme bien, quería ¿Impresionar a Elizabeth? De un momento a otro, los matones pasaron a otro plano ¿Por qué le estoy dando prioridad a mi vestimenta? No sé, no quiero quedar en ridículo ante ella. Agarré mi toalla y me metí al baño cerrando la puerta, ya abajo del agua de la ducha sentí como cada músculo de mi cuerpo se relajaba, necesitaba esto, simplemente lo necesitaba. Sequé mi pelo y cuerpo y me vestí, me miré al espejo para poder peinarme y vi los cepillos de dientes, lástima que no traje el mío, mi boca debe oler mal en este momento, debería pedirle uno a mi abuela. Me miré por última vez y bajé, sólo se encontraba la mamá de mi mamá amansando una muy grande masa de harina.

—Abuela ¿Por casualidad no tendrías algún cepillo?— pregunté y asintió.

—Abajo de la piletita, cariño— respondió sin dejar de amasar.

—Gracias.

—Cuando termines, tu novia te espera en el jardín de atrás— me avisó. No pude evitar sonrojarme.

—Ella no...— no vale la pena.

Subí, me lave los dientes con un cepillo nuevo y bajé rápidamente para ir con Elizabeth, estaba sentada como una sirena, mientras jugaba con una flor diente de león y miraba la nada. Me acerqué lentamente, por alguna razón estaba un poco nervioso. Me senté al lado y cuando iba a decir algo ella habló.

—Tu abuela es tan dulce, me agrada— bajó la mirada sin parar de jugar con la flor.

—Sí, vos también a ella— quedamos en silencio, no tenía nada que decir y tampoco tenía la necesidad de decir algo.

—Cuando me gritaste mi nombre en el auto me vino con un flash— comentó la miré— Una voz gruesa solía gritar mi nombre furioso— me miró.

—Capaz sea algún recuerdo, probablemente tu papá— encogió los hombros y su vista paseó de nuevo a la flor.

—También lo hermoso del amanecer, algo me dice que no es la primera vez que lo contemplo con tanto amor— miré al frente, el cielo seguía anaranjado.

—Eso bueno, capaz estés recordando, un avance— traté de animarla, notaba algo apagado su tono de voz.

—No sé— dudó— ¿Y si mis recuerdos son malos? Algo me asusta, algo dentro de mí no quiere recordar— se sinceró— No me gusta esto, capaz no tuve una vida feliz, por algo perdí mis memorias— fruncí los labios pensativo.

—Enfoquémonos en otra cosa— sugerí— ¿Y si mejor nos conocemos más?— crucé mis piernas— ¿Qué te gusta hacer aparte de mirar los amaneceres?— me miró agradecida y le sonreí.

—No sé, estar rodeada de naturaleza en paz— sonrió feliz mientras jugaba con sus manos dejando la flor de lado.

Se ve tan tierna tímida.

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