Capítulo 6

Pauline estuvo enferma por varias semanas. Sólo Aurelie la cuidaba con dedicación, quién al no ser

vigilada por nadie, le dio a tomar un brebaje de hierbas y le aplicó varios remedios naturales para bajarle la fiebre. La Baronesa, actual esposa del padre de Pauline ni siquiera se tomó la molestia de ir a la habitación de su hijastra

para ver como se encontraba. Solo le dijo a Aurelie que se ocupara de Pauline y que llamara al médico. El médico no ayudó mucho, pues le inquietaba el estado de salud de Pauline, su alta fiebre y constantes delirios no cedían con los remedios habituales.

Pauline estaba fatigada emocionalmente, el aislamiento en el que vivía, la frialdad de su padre, el constante rechazo social al que era sometida y la última decepción amorosa que había vivido con Monsieur Dumas hicieron que su cuerpo y su alma colapsaran. Con las atenciones de Aurelie, poco a poco su salud fue mejorando. Pero en su cuerpo habían quedados las huellas de la fiebre y también en su mente. Estaba más delgada, más pálida y ojerosa, su cabello había crecido y algo dentro de ella se había quebrado. El recuerdo de Adrien, Monsieur Dumas le producía nauseas, él había sido un miserable con ella y ya no quería volver a pasar por eso. Estaba harta y asqueada de las personas como él, siempre creyéndose superiores y mofándose de los demás. Así estuviese

sola toda la vida, Pauline viviría con dignidad. Para ella era más seguro soñar con un hombre como el desconocido de los bellos ojos negros. No lo conocía y quizás nunca lo volvería a ver, pero ese sueño no le haría daño. Ella jamás se le declararía ni le escribiría una carta de amor que luego pudieran usar en su contra. Solo soñaría, escribiría y trataría de vivir una buena vida, dadas las circunstancias.

Pero había algo que inquietaba a Pauline. Lo que su padre le había dicho acerca de encontrarle un

esposo. No quería casarse con un anciano, ni con un hombre desagradable y la prisa que tenía su padre por casarla le hacía temer lo peor. Prefería pasar el resto de su vida sola que ser obligada a casarse, sería profundamente infeliz.

Pero si su esposo fuese un hombre como el bello desconocido de la librería, se sentiría dichosa de ser

una mujer casada. Pero para Pauline, esto sólo era una fantasía: era un imposible.

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El Barón de Saint- Remy le entregó al caballero Jules Dupont, padre del actual Duque de Valois un

adelanto en monedas de oro para sellar su acuerdo. El caballero Dupont era un hombre consumido por el alcohol y la adicción al juego, era el único hijo del antiguo Duque de Valois. A la muerte de su padre no asumió el ducado sino que éste le fue transmitido a su único hijo Pierre Dupont. Hace años había enviudado y vivía solo con su hijo en su mansión. La propiedad era muy extensa y requería muchos cuidados, pero el dinero se agotaba gracias a los

extravagantes gastos de él y su hijo. Pierre Dupont, actual Duque de Valois, era libertino, derrochador y arrogante. Vivía solo para las fiestas, para la diversión y para su amante Louise de Mallay, la presuntuosa hija de un caballero sin fortuna. Louise era rubia, de ojos verdes, pálida, delgada y casi tan alta como Pierre. Era bella, de rasgos finos, su carácter era explosivo, vivía por y para el placer y en esta red de deseo el Duque de Valois estaba atrapado desde hace tiempo, hasta el punto de pensar que la amaba y que para sellar esta unión debía casarse con ella. No tenía idea de que su padre había decidido otro destino para él en el trato que hizo con el Barón de Saint-Remy.

Horas más tarde el Barón de Saint-Remy preparaba su viaje de vuelta a su mansión. Quería ver a su esposa y le preocupaba que ahora que por fin había encontrado un esposo para Pauline, ella se encontraba en un estado delicado de salud. Tenía que preparar todo en menos de una semana y pedirle a su hija que se comportara como una señorita de su posición. Ahora ella iba a ser una duquesa y pronto tendría que trasladarse a su nuevo hogar.

Esa misma noche el caballero Dupont, estaba en su despacho nervioso, tomando una copa de coñac tras otra. Ya había recibido el adelanto de su acuerdo. Y esperaba a que su hijo el Duque de Valois llegara para comunicarle la noticia de que debía casarse cuanto antes con la hija de un opulento Barón. Sabía que su hijo no aceptaría este acuerdo, que se

enfurecería, pero la cruda verdad era que ya no tenían dinero. Discretamente habían ido despidiendo sirvientes y vendiendo algunas joyas antiguas de su familia Y con este acuerdo podrían resolver sus problemas financieros. Su hijo no querría dejar a su amante Louise pero al fin y al cabo ella no era rica y era una mujer irritante. La hija del Barón tal vez sería una solterona fea, pero su hijo no tenía que amarla, solo desposarla para recibir los beneficios

prometidos por el Barón. Sin embargo tendría que hacerla su mujer al menos una vez para dejarla embarazada, ya que el Barón puso esta condición, su hija Pauline tendría que tener un hijo con el Duque. El Barón deseaba que su nieto fuera el próximo Duque de Valois.

El caballero Dupont, sabía que su hijo le armaría un escándalo pero también sabía que su hijo amaba el dinero y le encantaba derrocharlo a su antojo. Tenían una gran oportunidad ante ellos y su hijo sólo tenía que hacer unos cuantos sacrificios para asegurarse una vida de lujos a largo plazo. Esa noche esperó a su hijo hasta la madrugada, pero no llegó a dormir. Seguramente estaría en un festín pues para él todos los días eran una fiesta tras otra, no pensaba que la bolsa de monedas de oro se vaciaba cada día que y no había como llenarla. En una semana su hijo tendría que trasladarse a la residencia del Barón y sellar el compromiso con su hija. No había más tiempo. Un duque jamás podría vivir en la indigencia ni en la miseria. Así que aunque Pauline fuese horrible o loca su hijo tendría que casarse con ella.