Capítulo 4

Pauline

Otra vez me está pasando, lo puedo sentir. Mi corazón late desbocado, el aire me falta. Pero esto es diferente a todo lo que había experimentado antes. Acabo de ver al hombre más bello de esta tierra. (No exagero). He quedado sembrada en medio de la librería, sin poder dar un solo paso. No puedo dejar de mirar esos ojos que me han recibido, su mirada me ha llenado de calor, pese a las gotas de agua que descienden por todo mi cuerpo. Noto que él me mira en detalle y me doy cuenta que mi vestido es solo una capa fina y arrugada pegada a mi piel. Comienzo a temblar, dejo de mirarlo y veo mis botas llenas de barro. Él está infinitamente guapo, ricamente vestido e impecable y yo soy un desastre ambulante. Me apartó un mechón de cabello mojado de la frente y casi podría jurar que en su semblante frío impasible vi un destello de diversión.

Seguramente pensará que soy una loca, como todos los demás lo piensan. O peor aún, podría pensar que soy de mal augurio y marcharse de la librería. Pero no se marcha, se queda allí de pie, con libro en la mano y puedo leer que se trata de un libro de poemas del Vizconde de Parny, es un libro de poemas eróticos. Leí sobre él en una

revista y compré un libro suyo de poemas a la naturaleza. Pero este libro me generaba mucha curiosidad y ahora justo lo encuentro en las manos de un hombre tan bello.

Sigo en mis pensamientos hasta que siento la presencia de Aurelie, tras de mi quien lanza una especie de manta oscura sobre mis hombros .No es un atuendo de moda, pero ayuda mucho, pues prácticamente estaba semidesnuda frente al hermoso desconocido. Con un gesto le agradezco a Aurelie en silencio y avanzo hacia donde se encuentra el desconocido, pues está cerca del mostrador. Él no deja de mirarme y no puedo descifrar su mirada, lentamente me hace un gesto de saludo y le hago una torpe reverencia. Mis pies casi enredan entre sí. El desconocido se mantiene serio, impasible, como una bella máscara de mármol. Nunca antes lo había visto, de ser así seguramente lo recordaría. Llegó finalmente al mostrador y saludó cortésmente al empleado, con el rabillo del ojo puedo ver que el desconocido, se sienta en un sillón y empieza a hojear el libro que tiene en sus manos. Para controlarme intento actuar con naturalidad y le preguntó al empleado por las novedades editoriales. Como siempre, actúa con incomodidad ante mí (tal vez use un amuleto para protegerse de mí). No quiere atenderme, eso se nota a leguas. Pero mi dinero siempre es bueno y los libros son costosos. Aunque hoy luzca como una loca, tengo dinero en mi bolsa y él empleado lo sabe.

De manera mecánica, el empleado narra las novedades y me muestra los libros con antipatía. Elijo varios, entre ellos algunos de Voltaire, libros de poemas y la novela de moda “Relaciones peligrosas” de Choderlos de Laclos. El empleado pone los ojos en blanco, al ver que también quiero comprarla, pues se dice que es una novela escandalosa. Pero se nota que quiere deshacerse pronto de mí, quizás teme que su amuleto no lo proteja del todo. Mientras él empleado pone mis recién comprados libros en mi bolsa, aprovecho para mirar en dirección del guapo lector. Al parecer algo de lo que lee le complace mucho pues en sus ojos hay un brillo extraño. Para mi sorpresa, levanta los ojos del libro y los posa en mí, con una mirada hambrienta. No puedo creer que alguien como yo le pueda parecer atractiva, ni siquiera puedo decir que ahora me veo medianamente presentable. Sin embargo su mirada no se aparta de mí .Luego se levanta sin dejar de mirarme, hace un reverencia de despedida y dice “buenas tardes”. Su voz era grave, varonil y cálida. Sentí un estremecimiento en todo mi cuerpo.

Él se marchó pero dejó su perfume en el ambiente, olía exquisito, amaderado, con notas de ron y tal vez unas notas de jazmín. En resumen era un hombre divino, como pocos. Al menos yo no recordaba haber visto a ninguno ni semejante. La belleza rubia de Monsieur Dumas era insignificante y aburrida frente a la belleza intensa y

contundente de este desconocido. Aurelie carraspeó y esto me trajo de vuelta a la realidad, le pagué al odioso empleado y a los pocos minutos salimos de la librería. Pensé que si tal vez él empleado fuese sido un poco más amable podría haberle preguntado quién era el caballero, pero no quería delatarme frente a él. Sabía que debido a mi aspecto actual no había dado una buena impresión y una pregunta tan indiscreta terminaría de

hundirme. Además, como otros tantos, este empleado era supersticioso, para él yo sólo era la mala suerte en persona. Pude notar su cara de alivio cuando salí de la librería.

Me subí al carruaje y de nuevo la presencia silenciosa pero atenta de Aurelie me proporcionó calma. El viaje a casa fue breve y al llegar corrí a mi habitación para quitarme el mojado vestido. Lo primero que hice al llegar fue escribir, quería contarle al papel lo que había vivido. Otra vez me pasaba lo sentía en mi cuerpo, pero era más fuerte. Ese hombre me había hechizado. Todo en él la fascinaba: su porte, su figura, su elegancia, su mirada y sus ojos, sobre todo sus grandes ojos.

Hoy encontré al hombre más bello del mundo, con un libro que quiero leer en su mano. Su mirada me hizo desear mucho más. Sin saberlo encendió cada parte de mi cuerpo y de mi alma…

Tras escribir varios fragmento ssueltos, al cabo de una hora comencé a sentir escalofríos en todo mi cuerpo, malestar y una molestia en la garganta. Tenía todos los síntomas de un terrible catarro. La fiebre comenzó a subir y Aurelie al notar mi malestar comenzó a cuidarme servicialmente. Estaba delirando, tal vez fue la lluvia o fue la fuerte impresión provocada por el encuentro de esta tarde. En mis delirios creí ver a ese hombre, desnudo en mi cama, a mi lado, cerca de mí como nunca lo había estado ningún hombre ni siquiera en mis imaginaciones más descabelladas. Al poco tiempo caí totalmente en un estado inconsciente. Podría morir gozosa sumergida en este bello delirio.