Capítulo 1: Primer Último Día

“Se debe abrazar el mundo físico como si fuera la última parada, como si fuera todo lo  que hay” –Alyson Noel (Amandi) 

El cielo estaba lleno de motas de algodón que llenaban mi entorno de sombra, con  un azul lejano, y el plano sol intentando dejar escapar rayos a través de un árbol  que lo escondía. Las hojas no caían, el viento se las había llevado todas en el  turno de luna. Mientras camino, mis pies arrastrados arrugan el crujido de las  hojas sobre el liso cemento. Con un sonido ligero, similar a cuando metes la mano  en un empaque de galletas de soda desmoronadas. Con el viento lleno de  soplidos de tonos que forman melodías irregulares, que alborotan disparejamente  mi cabello.

Hoy volví a ir a Mesdom y estuve algo eufórica pero supongo que mejor. ¡Oh, pero  como quiero dejar de temer a demostrar amor! En verdad quería abrazar a todos  al verlos, pues, finalmente siento la gracia de la compañía.

A pesar, muchos chicos de la institución dicen que no encajo en este grupo de  ¨feos¨. Si, Llaman “feos” a la gente por poseer una cara peculiar, extraña o  cualquier aspecto que ellos consideren poco convencional. Sin embargo, cuando  tenía ocho años solía pensar que las caras que me parecían extrañas eran tan  solo las que no había visto en ninguna de mis vidas anteriores.

Solo espero que esta alegría y energía sea lo suficientemente fuerte como para  seguir trabajando. Ojalá lo sea, ojalá sea lindo crecer aquí, ojalá lo haga…

¿Puedes creer honestamente que hayamos cruzado el mundo mientras este  dormía? Yo aún no, por eso creo que debe haber alguna otra felicidad más que la  vacía, pero aun mirando a la cara de la luz de la felicidad, temo a lo que pueda  encontrar asomándome, aún más en sus profundidades, ya que aun en ese  estado todos estamos predestinados a volar sobre cada ciudad, arriba, pero por  debajo de la línea, de todos esos parámetros de los que aún no puedo escapar.

Para mi sorpresa Ralph me siguió de vuelta en mi camino con el sol en sus ojos y  por su cuenta. ¡Oh cosa simple! ¿A dónde te has ido? Estoy envejeciendo y  necesito algo para percatarme de ello, y siendo solo una humana, aun siento que  nací para odiar, y odiar gran parte de esa luz que ahora recibo.

Finalmente hago lo que quiero y vivo cada día como el último porque después de  todo, lo son aquí en Ingresum. ¿No lo había mencionado acaso? Vivo en este país  lleno de portales al resto de los demás países de la tierra, pero que no puede ser  nada mejor que aquellos… Estamos en guerra, así que por mi seguridad y la de  ustedes no podré develar a lo largo de esta historia los originarios lugares donde  crecimos y vivimos, si no aquellos a los que nos transportaron.

Por su parte, Jonas estuvo sentado leyendo, me recordó a mi durante mis días en  Italia, y solo espero que para él (como para mí lo fue) sea un tipo de felicidad  dentro del caos, y lo disfrute como una taza de café en el Everest. Me preocupa,  aunque no debería, pues es de esas personas que hacen lo que sea por  aceptación, y por más que lo sea, un libro jamás debería ser usado de ese modo.

En Mesdom no me ocurre nada de lo que me sucedía en Italia, y aquí tengo más  de lo que siempre he querido. En Roma siempre ocurrían esas divisiones sociales  que siempre odié, de auténticos ingrusantes que se creen mejores por tener en su  sangre rocíos de la auténtica Italia.

Voy subiendo las escaleras, y al llegar al final escucho cada murmullo como si  fuera un sabor y cada grito como una revuelta de ruidos, haciendo formar todo  junto un silencio atormentador, así es, silencio, porque nada de lo que suena es  nada. Algunos de esos gritos dirigidos hacia mí... Mi cabello cae sobre mi ojo al  toparme con un fuerte empujón de alguien y no me molesto en levantar la vista. Al  llegar a mi fila volteo a los lados y sé que lo único que tengo en común con esas  personas es el mismo uniforme gris y la obligación de estar allí. Todas entre ellas  hablan a gritos, risas, sonidos telefónicos, siento que en cualquier momento  atacarán, siento el cambio de ambiente entre despegar a las nubes al bailar, sentir  el galope de mi caballo, caer hacia las estrellas... aunque no lo haya vivido  reciente. Y fue cuando atacaron, en ese momento mi corazón era un frasco y mi  alma una pelota, una pelota que rebotaba sola por todos los lados del frasco  intentando salir y despegar con él, cuando el frasco no hacía más que encogerse  dejando a la pelota sin espacio para volar. Como si todo lo del exterior se  estuviera siendo más fuerte y no pudiera adaptarme a ello. Por esas personas  ignorantes que dicen cosas sin sentido para mí, no digo sola, porque mi soledad  es la que ha estado allí para mí, la que me hace compañía sin importar.

Aunque aún sin barreras, no entiendo por completo la raza humana, creo,  además, que ningún humano lo hace, quien crea hacerlo mentiría. No se puede  conocer una esencia con la que cargas desde que llegaste a la tierra.

Y sí, me hizo entender todos aquellos rechazos, pero no me enseñó una cosa… A  escoger cuidadosamente con quien comparto mis sueños.

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