Capítulo 5: Primer viaje astral

“Pensar es el diálogo del alma consigo misma” –Platón (Osimis y Teolo)

Muy bien ahora te contaré lo mejor que he sentido en mi vida, cuando creí que  volaba en un sueño.

Sé lo que estarás pensando, creo que es la primera vez que de verdad siento algo  en un sueño, algo más que ansiedad, peligro, extrañeza o fluidez. Fue  simplemente lo mejor, incluso de la vida real, pero no quiero hablar de lo que es  real y lo que no por un segundo, solo contar la mayor experiencia que he vivido en  toda mi vida. En el sueño me encontraba en dos lugares a la vez, estaba en mi  cama agitándome de un lado a otro cuando vi algo blanco y esponjado, no sabría  decir cuánto, ya que no había sombra que lo definiera, era totalmente blanco y  estaba arriba, mis ojos entornados intentaban definirlo, vi abrirse algo en el centro  como rasgado de papel, y entonces la nube se transformó en una sombra  totalmente negra, y pude ver un azul, no era tan oscuro, como si le hubieran  echado un toque de morado sin convertirlo tanto.

En ese momento sentí que todo mi cuerpo fue hacia atrás, como si un dios de otro  lado estuviera inhalando y me levantaba, es cuando, tirada en la cama de mi  madre. Empiezo a flotar. Mi entorno se volvió completamente blanco, parecía que  el viento inhalara en todas las direcciones y mi interior se estiraba. Estaba  volando, pero caía, estoy bajo el agua, mientras más iba al fondo más me elevaba.  Sentía frio, como una ligera luz oculta, que volvía blanco mi exterior.

Ni queriendo hubiese soñado algo así, dicen que solo los de alma libre llegan a  soñar eso, y que caer significa que tú has renacido, que te elevas, había soñado  que caía solo una sola vez antes, pero era una picada hacia abajo en un ambiente  urbano lleno de edificios y una calle abajo que me esperaba, no recuerdo si llegue  a caer o si desperté, tal vez lo halla soñado cuando era muy pequeña y sé que  algo así no lo podría haber olvidado, o amenos eliminarlo de mí por completo.  Intento volver a aquel momento buscando entre todos aquellos sentimientos, a ver  si entre ellos recuerdo lo familiar; y lo siento en mi claramente, como para buscar  eso sin penderse en ese momento que ni miles de palabras ni miles de vivencias  podrían llegar a definirlo si aún no lo has vivido, y ya lo viví. Y a eso le temo, a  olvidarlo.

Todo aquello fue en realidad mi primer viaje astral.

Ahora caigo y caigo infinitamente... ¿Se le llama caer si no tiene fin? Cada vez me  elevo hasta lo más profundo. Siento como cada punto de luz se fuga a mis  espaldas, y llegan nuevos de ellos, más lejanos, que se acercan, sigo cayendo y  elevándome a una profundidad que jamás creí alcanzar.

Todo eso solo con levantar la vista al marino cielo nocturno.

Al despertar solo supe ya no era la misma de antes, quiero saberlo para no  perderlo, aunque creo que es mejor que se quede así, sabiéndolo seguro lo  perdería más rápido teniéndolo inconsciente, y sé que esas mariposas que  estuvieron dentro de mí en aquel momento están recuperando el tiempo perdido,  que están allí haciendo que las cosas valgan la pena, que están allí sabiendo que  haré algo bueno gracias a que me han enseñado a volar.

Capítulo 6:  Fuego

«Esperanza. Es lo único más fuerte que el miedo. Una pequeña dosis de esperanza es  efectiva, mucha es peligrosa. Una chispa está bien, siempre y cuando esté contenida». –Suzanne Collins (Viatorem)

Recuerdo muchas cosas de mi pasado, pero solo una de cuando era bebé, una  aparte de los momentos de aquellas fotos vergonzosas, o en las que estaba  distraída. No sé si de verdad lo soñé o fue solo un pensamiento, porque ahora son  pocas las cosas de las que estoy segura.

El sol estaba detrás de la montaña y veía como el fuego se acercaba más y el  calor venia hacia mí, y no ese que me gusta tanto sentir, como al que abraza a  todos en la playa, o las veces que te esfuerzas mucho para dar todo de ti en algún  deporte y sudas, no. Era el calor más negro que se puede imaginar y solo lo  estaba sintiendo desde mi ventana, que por cierto, era imposible abrir porque un  vidrio me lo impedía. Era un fuego avasallador, lo alcanzaba todo. Como si una  línea de fuego encendiera todo a su paso dejando cenizas, y cuando sentía que  estaba a punto de alcanzarme a mí… Desperté.

Todos los días, a veces noches, me levantaba para solo abrir la ventana, abría  bien los ojos, no me gustaba cerrarlos en aquel momento. Generalmente los cierro  para convertir cualquier sentimiento que no necesite la vista en una imagen  borrosa.

Veía todo a mi alrededor, era tan pero tan diferente, porque todo siempre me  parecía enorme. En esos tiempos aun habían lugares de mi habitación que no  alcanzaba a ver, y al ver aquello solo sabía que había algo más, que aun cuando  llegara a ver cada detalle de mi habitación, habría algo más, y eso era suficiente, y  estaba bien, aunque no supiera qué.

Poco a poco y con el ritmo del reloj a través de mi ventana iban pasando los días,  y cada vez sentía que algo se eliminaba, creí que llegaría a crecer y aun podría  seguir mirando al mar y llenarme de esperanzas cuando llegara el momento en el  que mi debilidad se revelara, sin embargo, cada vez se iba haciendo más limitado,  cada vez sentía más humo. Difícilmente yo cada día volvía a abrir esa ventana, sin  dejar que eso me permitiera crecer.

Llego un día en el que iba a abrir la ventana, y estaba consciente que no  encontraría nada más que aroma del gris. Había algo en mí que estaba tan  ansioso por dentro de volver a ver color, sin que el olor no hiciera más que achicar  el espacio para volver a sentir la sorda y leve brisa que nunca noté hasta que se  fue.

Lo cierto es que lo abrí sin poder evitarlo, solo quería ver la luz y la abrí de golpe  intentando recordar lo que sentí la primera vez, pero en lo que me acerque a ella,  caí. Asfixiada por el humo.

Unos meses después mi madre llamó a mi puerta, teníamos que irnos, algo  pasaba, pero nadie quería decirme qué. Nunca entendí a los adultos, esperan que  les digas todo cuando ellos no nos permiten conocer más que las falsas  esperanzas que nos inculcan. Nos dejan tarde o temprano sueltos en el mundo  viéndonos obligados a buscar la verdad por nosotros mismos, pero al darse  cuenta de que lo hacemos, nos detienen.

Busqué lo más rápido que pude en las gavetas, pero no hallé ningún bolso, el tic  tac lo podía escuchar con claridad a pesar de los jadeos y reacciones de  nerviosismo de mi familia allá afuera. Yo era lo único que estaban esperando, así  que para no perder tiempo tomé la manta de mi cama y en ella enrollé mis libros,  algo de ropa y mi bufanda, la que nunca me había quitado hasta aquel momento.  Al tomarla, solo intenté recordar la última vez que había sentido frío, o la última  vez que había visto el cielo azul. Fui hacia afuera sin saber aunque estaba  pasando y sin darme cuenta mi bufanda había caído.

No entendía que pasaba, y nunca lo entendí. Los soles se apagaron, el mar se  secó, y nos hemos convertido en frio, las montañas se alzaron, los vientos nos  llevaron y nos convertimos en oscuridad. Nuestros cuerpos nos han abandonado,  la luz atrapado y sin recuerdos acabamos.

La bufanda se había quedado, y lo cierto es que ahí termine viviendo.

Más tarde descubriría por varias regresiones el por qué mis temores y visiones  sobre el fuego. Mi padre, cuando yo era Elizabeth, una rubia y traviesa niña que  habitaba en una granja en Inglaterra, quemaba mis manos como forma de castigo  cuando tomaba cosas que no me pertenecían, y al parecer, era bastante  recurrente.

Las nalgadas, palmadas y otras formas de castigo físico, en las cuales se utiliza la fuerza para causar dolor o malestar para corregir la conducta de un niño, son prácticas comunes alrededor del mundo. Probablemente no has escuchado mucho el castigo de quemar las manos… Sin embargo, era mi día a día siendo la pequeña y aparentemente feliz, Elizabeth.

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