Mi mirada cayó en Astoreth, miraba hacia mi dirección sin expresión alguna en el rostro, me giré para ver si había alguien, pero no había nadie, me acerqué al espejo de la habitación y me miré, no tenía nada raro, fruncí el ceño al ver una sombra detrás de mí, me giré de repente y esa sombra de oscuridad desapareció, me volví a girar hacia el espejo y la sombra volvía a estar, salí corriendo, pero di contra la puerta que se cerró de repente, llevé mi mano derecha a mi nariz y la masajeé.
Esa sombra vino hacia mí y se quedó ¿mirándome?, no sabía exactamente si lo estaba haciendo, pues era negro, en él no había ninguna Luz, no se podían distinguir ni los ojos, ni la boca... Nada... Ni siquiera sabía si los tenía, pero era aterrador, retrocedí aún en el suelo y di contra la pared, la sombra me siguió y solo se quedó allí.
Miré hacia los lados, y no había ninguna escapatoria, se fue acercando más a mí, cerré los ojos por el miedo y al abrirlos me arrepentí de hacerlo. Estaba en el infierno.
Me miré la mano y tenía el anillo.
La sombra estaba conmigo, comenzó a andar y fruncí el ceño, me quedé allí parada escuchando los gritos de las almas, la oscuridad se dio la vuelta, parecía que me esperaba, comencé a andar, ella también lo hizo, estábamos en las escaleras, esas escaleras que bajé volando con Lucifer.
El olor a azufre se comenzó a hacer presente revolviéndome el estómago, la sombra seguía bajando sin ningún problema, yo intentaba tranquilizarme, no pensar en el olor, pero se me estaba haciendo imposible.
Bajamos del todo, las almas que estaban fuera habían sido metidas en una celda, mi mirada pasaba por todas ellas, la sombra seguía avanzando, no sabía si estaba haciendo bien en seguirla, pero no podía parar de hacerlo, era como si una fuerza mucho mayor que yo me empujara hacia ella.
Llegamos a una celda y se paró enfrente de ella, mi mirada pasó a la celda paro no podía ver a nadie.
La sombra alzó la mano y la puerta se abrió, pasé dentro y la puerta se cerró, fue entonces cuando el miedo me llenó por completo.
—¡¿Dónde vas?! ¡Abre la puerta!
Di golpes contra los barrotes, la sombra desapareció y mi mirada se nubló por las lágrimas.
—¿Qué haces aquí? —La voz de Lucifer me hizo girarme y lo abracé con fuerza.
—Ni yo lo sé, apareció la sombra en tu departamento, me asusté cerré los ojos y estaba aquí.
Lo miré y él negó.
—No deberías estar aquí —su voz grave me hizo estremecerme.
—¿Y tú por qué estás aquí? —Mi pregunta pareció sorprenderle —. ¿Cómo has podido bajar?
—Este es mi hogar, Irena. Me di cuenta de que una parte de ti estaba aquí y que podía bajar sin necesidad de tenerte a mi lado.
Miré hacia fuera de la celda.
Escuché un gruñido que provenía de Lucifer, me giré, fue entonces cuando pude ver que estaba atado a unas cadenas y un demonio torturándolo, abrí los ojos sorprendida y me acerqué a él.
—¿Por qué te hacen esto? —Dije con pena mirando como el demonio lo seguía torturando.
—Es el castigo que me puso mi padre.
Sonrió haciendo que esa sonrisa se grabará en mi mente.
Era una sonrisa llena de pena, dolor y odio.
—Dile que pare —Lucifer negó. Él gritó haciendo que yo comenzara a llorar —. Lucifer, ¡dile que pare! Por favor.
Intenté apartar al demonio, pero solo hice que me empujará con fuerza contra las rejas, gemí del dolor.
Lucifer al ver mi cara de dolor se soltó de las cadenas y se acercó a mí.
—¿Estás bien?
Lo miré a los ojos.
—¿Y tú? ¿Estás bien?
Miré al demonio.
—Sí, estoy bien.
Suspiré aun mirando al demonio.
Tenía los ojos amarillos, su cuerpo estaba lleno de heridas, heridas que dejaban ver sus músculos e incluso sus huesos.
Lucifer me cogió en brazos y salimos de esa celda, llegamos a la casa de mis pesadillas y me dejó en el sillón que ahí había.
—¿Por qué dejas que te hagan eso?
Lo miré a los ojos.
—Es un castigo divino —suspiré girando mi cabeza hacia la derecha —. Vamos hacia la tierra.
Asentí y cogí su mano.
Al abrir los ojos estaban allí arriba, me senté en el sofá viendo como Lucifer tomaba un vaso de whisky.
—¿Te duelen? —Dije acercándome a él.
Lucifer se giró y negó con la cabeza.
—No, se curarán.
Asentí sirviéndome un vaso de la misma bebida.
—¿Sabes algo de mis padres?
Lucifer asintió.
—Están bien, siguen su vida normal, no recuerdan nada.
Sonreí.
—Gracias —él negó medio sonriendo —. Tengo una duda.
Él me miró con la ceja alzada.
—¿Cuál?
Suspiré.
—¿Puedes volver al cielo?
Lucifer frunció el ceño.
—¿Qué duda es esa? —Preguntó entre confundido y divertido.
—No sé, tu hogar fue el cielo.
Él asintió.
—Pero soy un ángel caído, fui desterrado.
Lo miré asintiendo.
—Pero sigues siendo un ángel.
Lucifer rio.
—Creo que tienes mucha fe en mí.
Reí y negué.
—No, lo que quiero decir es que, seas un caído o no sigues siendo un ángel, el ángel perfecto que creo dios ¿no es así?
Él asintió.
—Si, pero cuando me rebelé contra dios todo cambió.
Negué frunciendo el ceño.
—No, hay cosas que no se pueden cambiar, y una de esas es la naturaleza de uno, tú eres un ángel, aunque la soberbia te comiera lo sigues siendo, no puedes dejar de serlo solo porque te hayas rebelado contra tu padre —Lucifer me miraba atento —Si yo hiciera algo que visto por los humanos está muy mal hecho, yo aún seguiría siendo humana, eso es algo que nada ni nadie lo puede cambiar —suspiré —¿Me expliqué?
Él asintió riendo.
—No es lo mismo tu naturaleza que la mía.
Asentí.
—Lo sé, pero ni tu padre ni nadie puede cambiar que seas un ángel, lo sigues siendo.
Lucifer se sirvió otro vaso y llenó el mío.
—Se me prohibió la entrada al cielo, tampoco he intentado subir —respondió a mi pregunta y bebió el líquido de un sorbo.
—¿Te arrepientes? —Dije refiriéndome a lo que pasó en el cielo.
—No, esa es una de mis cualidades, no arrepentirme de nada.
Asentí.
—¿Sabes que para los humanos eres lo peor? Bueno, para algunos.
Él rio.
—¿Sabes qué criticar es un pecado? Más aún cuando solo se escucha lo que conoces de esa persona. Creo que los humanos y yo nos parecemos mucho, la blasfemia es un pecado, aunque muchos no lo crean, y los humanos siempre lo hacen, hablan sin conocer —sonreí asintiendo —. Una de las cosas que más odio de los humanos es eso, se piensan que lo hacen todo bien, cuando nada de lo que hacen está bien.
Lo miré sorprendida.
—Pensé que eso del odio que tenías hacia nosotros era mentira... Ya veo que no.
Lucifer rio.
—Tú... Tú eres distinta Irena.
Sonreí.
—¿Sabes? Tú también eres muy distinto a cómo te imaginaba.
Lucifer me miró con el ceño fruncido.
—¿Cómo me imaginabas? —Preguntó interesado elevando una ceja.
—¿De forma física o de la personalidad? —Se encogió de hombros —de la forma física te imaginaba: con cuernos, una cola larga puntiaguda.
Lucifer rió.
—¿En serio?
Reí y asentí.
—Es lo que me hicieron creer desde pequeña, y de la personalidad... Te imaginaba: una persona fría, mala... No sé, con perdón, pero te imaginaba todo lo peor —negó riendo —. La verdad que nunca se me pasó por la cabeza que fueras así.
Volvió a elevar una ceja.
—¿Te sorprendí?
Asentí.
—Lo haces cada segundo —sonreímos —por ejemplo: nunca sonríes, o sea si sonríes, pero... Es una sonrisa rara, tus ojos, cada segundo que pasa demuestran cosas distintas que me confunden mucho.
Él rio.
—¿Qué suelen mostrar?
—Lo que más demuestran es dolor y odio, otras veces es: felicidad, incluso ¿amor?
Lucifer rio.
—Dejé de sentir amor hace eones.
—Ya veo —murmuré.
Me levanté de la silla en la que estaba y fui hacia la habitación de Lucifer, desvié la mirada a un mueble que estaba abierto y vi una foto.
—Lucifer —lo llamé y él vino casi corriendo.
—¿Qué pasó?
Negué.
—¿Por qué tienes esta foto? —Cogí el marcó donde estaba la foto.
—Es lo único que me llevé del cielo cuando fui desterrado ¿por qué?
Fruncí el ceño.
—Soy yo.
Lucifer me miró sorprendido y desvió la mirada hacia la foto.
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