Renace en la novela que había estado leyendo, dispuesta a salvar al villano..
*El mundo mágico tiene muchas historias*
* Todas las novelas son independientes*
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Huida
Esos días, nadie sospechó nada.
En la mansión Evenhart, Ginger seguía siendo la misma a los ojos de todos.. bien vestida, educada, correcta. Quizás un poco más seria, un poco más reservada, pero eso no alarmó a nadie. Al contrario.
- Está madurando - comentó Grayson una noche durante la cena, observándola con orgullo- . Las clases le están haciendo bien.
Greofrey asintió, satisfecho.
- Siempre supimos que no era solo una cara bonita.
Gareth, sonriendo, añadió.. - Mientras no nos reemplace a todos en el ducado, todo está bien.
Ginger sonrió, midió sus gestos, rió cuando debía reír. Era fácil. Había aprendido a representar ese papel toda su vida… incluso antes de llegar a Mercia.
Nadie notó que cada noche, en su habitación, revisaba mentalmente los pasos del plan.
Nadie vio cómo contaba monedas, cómo quemaba pequeños papeles con notas comprometedoras, cómo memorizaba horarios y turnos.
Porque Ginger siempre había sido mimada.
Y las personas mimadas, pensaban todos, no conspiran.
En el calabozo, en cambio, el ambiente era distinto.
Alban escuchaba con atención cada palabra que ella le decía. Ya no desconfiaba de sus manos cuando se acercaban, ni de su voz cuando hablaba en susurros. Vestía ropa limpia, sencilla pero digna. Su cuerpo había recuperado algo de fuerza, y sus ojos antes apagados ahora observaban con cálculo.
- El día elegido será cuando cambien los turnos - explicó Ginger- . Nadie revisa dos veces un cuerpo en esos días.
- Usaremos la fiebre - añadió Alban- . Dirán que murió debilitado. Nadie dudará.
Los guardias ya habían aceptado. Más monedas de las que podrían gastar en una vida entera. Se irían del reino esa misma semana, con nuevas identidades, sin mirar atrás.
- ¿Estás segura? - preguntó Alban una noche- . Cuando esto empiece… no habrá vuelta atrás.
Ginger sostuvo su mirada sin vacilar.
- Nunca la hubo para ti - respondió- . Yo solo estoy equilibrando la balanza.
Y así, mientras el ducado Evenhart dormía tranquilo, mientras Mercia seguía con su rutina de clases, bailes y comercio… en lo más profundo del castillo, se preparaba la muerte de un hombre que no debía morir.
No por venganza.
No por ambición.
Sino porque alguien, por primera vez, había decidido que la historia podía cambiarse.
Y Ginger Evenhart - la joven mimada, brillante y obediente- estaba a punto de convertirse en la autora de esa nueva versión.
días despues, la noche elegida fue sin luna.
Una de esas noches en las que Mercia parecía contener la respiración, como si incluso las estrellas hubieran decidido mirar hacia otro lado.
Desde la superficie, nada parecía distinto.
En la mansión Evenhart, Ginger había cenado con su familia con la misma sonrisa tranquila de siempre. Su padre habló de contratos mineros, sus hermanos discutieron sobre política y comercio. Nadie notó que ella apenas probó la comida. Nadie sospechó que, bajo el vestido elegante, llevaba cosido al corsé un pequeño frasco de cristal y una llave antigua.
En el calabozo.. Abajo, en las entrañas del castillo, el aire estaba cargado de humo y humedad.
Los guardias ya estaban preparados.
Habían recibido más monedas de las que jamás habían visto juntas: oro suficiente para comprar nuevas identidades, viajar lejos, desaparecer del reino antes del amanecer. No había dudas en sus ojos. No habría traiciones.
Uno de ellos abrió la puerta de la celda de Alban sin decir palabra.
Alban se puso de pie lentamente.
Ya no era el hombre moribundo de semanas atrás. Aunque delgado, su postura era firme, su mirada clara. Vestía ropa limpia, sencilla pero entera. El cabello atado hacia atrás, la barba recortada con torpeza.
Cuando Ginger apareció, cubierta por una capa oscura, sus miradas se encontraron.
No hubo palabras innecesarias.
- Es ahora - susurró ella.
Alban asintió.
El primer paso era el más delicado.
Ginger sacó el frasco escondido.. una poción de letargo profundo, rara y costosa. No mataba, pero reducía las funciones vitales hasta hacerlas casi imperceptibles durante horas.
- Cuando despiertes… ya no estarás aquí - le dijo en voz baja.
Alban tomó el frasco sin dudar.
- bien, te creo - respondió.
Era la primera vez que lo decía.
Bebió.
En pocos minutos, su cuerpo se volvió pesado. Los guardias lo colocaron con cuidado sobre el suelo de la celda, acomodándolo como si hubiera colapsado por el desgaste. Uno de ellos golpeó su labio contra la piedra, lo justo para que pareciera una última herida. Otro esparció un poco de sangre vieja, guardada para ese momento.
Todo parecía real. Demasiado real.
Ginger tuvo que apartar la mirada para no delatarse.
Uno de los guardias gritó.
- ¡El prisionero no responde!
El protocolo se activó de inmediato.
Un médico del castillo bajó, revisó el cuerpo apenas unos segundos y negó con la cabeza.
- Murió por las heridas y el encierro - dictaminó- . Avisen al rey.
El cuerpo de Alban Mortis fue declarado muerto esa misma noche.
Según las costumbres del reino, los traidores no recibían entierro. Sus cuerpos eran llevados fuera de los muros y quemados sin ceremonia.
Eso era exactamente lo que necesitaban.
El “cadáver” fue envuelto en una lona oscura y cargado en un carro pequeño, escoltado por los mismos guardias ya comprados. Ginger observó desde las sombras, el corazón golpeándole el pecho con fuerza.
Cuando el carro cruzó la puerta secundaria del castillo, nadie los detuvo.
A medio camino del bosque, donde la vigilancia era mínima, los guardias se detuvieron.
- Buena suerte - dijo uno, evitando mirar atrás- . No existes más.
Se marcharon sin esperar respuesta.
En lo profundo del bosque, ocultos entre árboles antiguos, Ginger destapó el rostro de Alban.
Esperó.
Los minutos se hicieron eternos.
Entonces, su pecho subió.
Alban jadeó y abrió los ojos con violencia, llevándose una mano a la garganta.
- Tranquilo - susurró Ginger, sosteniéndolo- . Funcionó. Estás libre.
Alban tardó en procesarlo.
Miró alrededor. El bosque. El aire fresco. La ausencia de cadenas.
- Estoy… vivo - dijo, incrédulo.
- Y muerto para Mercia - respondió ella- . Tal como planeamos.
Ella le entregó una bolsa con provisiones, monedas, una capa y documentos falsos. Todo estaba preparado. Cada detalle.
Alban la miró en silencio durante un largo momento.
- Me devolviste la vida - dijo al fin- . No solo me sacaste del calabozo.
Ginger negó suavemente.
- Tú resististe. Yo solo abrí la puerta.
No podían viajar juntos. Era demasiado peligroso.