Una heredera perfecta es obligada a casarse con un hombre rudo y desinteresado para satisfacer la ambición de sus padres, solo para descubrir que detrás de su fachada de patán se esconde el único hombre capaz de ver su verdadero yo, y de robarle el corazón contra todo pronóstico.
Damián Vargas hará todo lo posible por romper las cadenas del chantaje y liberarse de su compromiso forzado. El único problema es que ahora que la tiene cerca, no soporta la idea de soltarla.
Valeria Montenegro es la hija ejemplar: elegante, ambiciosa y perfectamente educada. Para ella, casarse con un Vargas significa acceder a un círculo de poder al que ni siquiera su familia puede aspirar alcanzar el estatus . Damián dista mucho de ser el hombre que soñó para su vida, pero el deber familiar pesa más que cualquier anhelo personal. Desear su contacto nunca formó parte del plan… y mucho menos enamorarse de su futuro esposo.
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Capitulo 9: Valeria y el Compromiso-2
**—Entonces\, ¿por qué te casas con él?** —preguntó Natalia\, alzando una de sus cejas perfectamente perfiladas—. **Diles a tus padres que busquen a otro.**
**—Ese es el problema** —suspiré—. **Según ellos\, no hay nadie mejor.** Creen que es el partido perfecto.
**—¿Damián Vargas\, perfecto?** —Natalia arqueó aún más la ceja—. **Su equipo de seguridad dejó a un fotógrafo intruso con tres costillas fracturadas y una conmoción cerebral el mes pasado. Impresionante\, quizás\, pero no lo llamaría "perfecto".**
Solo Natalia podía encontrar "impresionante" un nivel de violencia tan descarado.
**—Lo sé\, créeme. No eres tú a quien necesito convencer** —musité. A mi familia\, la implacabilidad de Damián no solo no le molestaba\, sino que la admiraba. Podría cometer un crimen en plena luz del día y mis padres encontrarían una manera de justificarlo.
**—Lo que no entiendo es por qué aceptaste el acuerdo** —insistió Natalia—.. **No necesitas su dinero. Tu negocio de eventos es un éxito. Podrías casarte con quien quisieras.**
**—No se trata de dinero** —dije\, consciente de que\, aunque me desheredaran\, mis inversiones y mi trabajo me asegurarían una vida cómoda—. **Es... una cuestión de lealtad familiar.**
Claudia y Natalia intercambiaron miradas. No era la primera vez que tocábamos el tema de mis padres y sus expectativas\, pero siempre sentía la necesidad de defenderlos. **Una deuda invisible pero constante me unía a ellos.**
**—En mi familia\, los matrimonios concertados son lo habitual** —expliqué—. **A mi hermana le tocó uno\, y ahora me toca a mí. Siempre lo he sabido.**
**—¿Y qué harían si te negaras?** —preguntó Claudia—. **¿Te desheredarían?**
**—Algo peor** —respondí\, sintiendo un nudo en el estómago—. **Me excluirían. Me convertiría en un fantasma para ellos.** No eran perfectos\, pero la idea de perder a mi familia\, de quedarme completamente sola\, hacía que el alcohol se revolviera en mi estómago. Claudia\, con su familia apoyándola incondicionalmente mientras persigue su sueño de ser escritora\, nunca podría entenderlo del todo.
**—No quiero defraudarlos** —confesé\, y era la verdad más profunda que había compartido esa noche—. **Se han sacrificado tanto para darme esta vida. Este matrimonio beneficia a todos.**
Las relaciones familiares no deberían ser transacciones\, pero no podía evitar sentir que tenía una deuda eterna. Los hijos cuidan de los padres. En nuestro mundo\, eso significaba casarse bien para aumentar la riqueza y la influencia familiar. **Así era nuestro contrato no escrito.**
Claudia suspiró\, sabiendo que era inútil discutir sobre mi familia. **—Está bien\, pero eso no cambia el hecho de que te mudas a su casa en una semana sin haber hablado con él** —dijo\, enfatizando cada palabra.
Jugueteé con mi copa. Me había resistido a dejar mi apartamento en el barrio de Salamanca por el ático de Damián en la zona más exclusiva de Madrid, pero ¿de qué había servido? Solo era perder el tiempo discutiendo con mi padre.
**—Tarde o temprano tendrás que hablar con él** —intervino Natalia\, levantando la vista de su teléfono—. **Esta noche hay una inauguración privada en su casa. Deberías ir.**
Damián tenía una colección de arte impresionante\, valorada en cientos de millones. Su exposición anual era uno de los eventos más exclusivos de la ciudad. Técnicamente\, éramos prometidos. Que no me hubiera invitado era un desaire\, pero\, en el fondo\, me aliviaba. **Pronto compartiría su techo\, y quizás su cama. La sola idea era... perturbadora.**
Una imagen de él en el estudio de mi padre\, con esa mirada intensa y su arrogancia innata\, invadió mi mente. Recordé su pulgar rozando mi labio\, el destello oscuro en sus ojos... **Hubo un momento\, uno solo\, en que pensé que me besaría. No por cariño\, sino por dominación.** Una oleada de calor\, inesperada y vergonzosa\, me recorrió. Mis amigas me miraban expectantes.
**—No puedo presentarme allí sin invitación** —dije\, esperando que el rubor de mis mejillas se atribuyera al alcohol—. **Sería de una mala educación atroz.**
**—Pero no eres una cualquiera. Eres su prometida** —replicó Claudia—. **Además\, pronto vivirás allí. Tómatelo como una visita de reconocimiento.**
Sabía que tenía razón. Con un suspiro de resignación\, decidí que\, después de todo\, iría a casa. **Haría las maletas\, me daría una ducha y me iría a la cama. Ese era el plan sensato.**
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**—Lo siento\, señorita Montenegro\, pero su nombre no figura en la lista.** La azafata hizo un énfasis especial en "señorita" y miró mi mano izquierda\, conspicuamente vacía de anillo. **—Da igual si es la madre\, la hermana o la prometida del señor Vargas. Sin invitación\, no puede pasar.**
**—Si llamas a Damián\, él te confirmará quién soy** —dije\, tratando de sonreír con más confianza de la que realmente sentía. La verdad es que no tenía idea de si lo haría\, pero ya cruzaría ese puente cuando llegara a él.
Como había planeado después de salir del bar\, regresé a casa. **Me duré exactamente treinta y cinco minutos antes de rendirme y ceder.** Mis amigas tenían razón. No podía quedarme de brazos cruzados. Tenía que enfrentarme a él.
La azafata se sonrojó. **—Le aseguro que no hay error. Somos muy estrictos...**
**—Valeria\, ahí estás.** Una voz familiar\, tranquila y con un acento educado de Oxford\, interrumpió nuestra conversación. Me di la vuelta y vi a Adrián\, el amigo de Damián del dojo. Su rostro\, perfectamente esculpido\, y sus gafas de carey le daban un aire de intelectual sofisticado. **—Damián me acaba de escribir. Te estaba buscando\, pero no contestabas el teléfono.**
Se acercó\, sacó una invitación de papel grueso de su bolsillo y se la entregó a la azafata. **—Adrián Torres\, más una. Yo me encargaré de la señorita Montenegro. Así no molestamos a Damián en su noche.**
La mujer me lanzó una mirada fulminante\, pero asintió con rigidez. **—Como desee\, señor Torres. Que disfruten de la velada.**
Una vez que nos alejamos\, me volví hacia Adrián. **—Gracias. No tenías que hacer eso.**
**—No es nada** —respondió con su formalidad habitual—. **Estoy seguro de que lo de la lista fue un simple descuido.** Tomó dos copas de champán de una bandeja y me ofreció una. **—Y\, ya que estamos... felicidades por el compromiso. ¿O debería darte el pésame?**
Reí\, sorprendida por su sinceridad. **—Todavía estoy decidiéndolo.**
**—Bien hecho. La mayoría trata a Damián como si fuera una deidad** —dijo\, con un brillo de complicidad en sus ojos—. **Necesita que alguien le recuerde que es humano
**—Oh\, créeme\, yo no lo veo como un dios** —dije con firmeza. **Lo veo más como el castigo divino por los pecados de mi familia.**
