Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 10
En ese instante, ni Serena ni Rhaziel imaginaron que aquella promesa hecha bajo la sombra de los árboles tal vez nunca podría cumplirse.
Muy lejos de ese rincón del bosque, en el corazón de Nurdian, el palacio real se alzaba imponente, resguardando secretos y ambiciones que bullían tras sus muros dorados.
Kazan de Nurdian, el príncipe heredero, caminaba por los pasillos de mármol con paso firme, el eco de sus botas resonando como un anuncio de su propósito. Había meditado largo tiempo lo que estaba a punto de proponer. Ante él, en la gran sala del trono, lo esperaba el rey Iskandar, su padre, un hombre de mirada penetrante, célebre por su ambición y dureza.
El príncipe hizo una reverencia antes de hablar.
—Padre, he venido a presentar una propuesta que, si es aceptada, elevará a Nurdian más allá de lo que jamás hemos imaginado.
El rey entrecerró los ojos, recostado en su trono, apoyando su barbilla en una mano cubierta por anillos de oro.
—Habla, Kazan. Tu tono me hace suponer que traes algo más que un simple consejo.
El príncipe se irguió, sus hombros tensos, la voz cargada de determinación.
—Nuestro reino ha prosperado, pero sigue siendo solo eso: un reino. Nurdian está rodeado de tierras fértiles y ciudades que podrían doblar nuestras riquezas y asegurar que ningún enemigo se atreva jamás a desafiarnos. Propongo que extendamos nuestras fronteras, que marchemos más allá de nuestros límites y conquistemos. Si lo logramos, Nurdian dejará de ser un reino y será recordado como un imperio.
Un silencio pesado cubrió la sala. Iskandar permaneció inmóvil unos segundos, aunque en sus ojos brilló un destello de interés.
—¿Un imperio? —repitió con una sonrisa lenta y calculadora—. Las palabras son grandes, hijo mío, pero la grandeza no se compra con discursos. ¿Sabes lo que implicaría? Tropas, recursos, años de guerra… Si caemos, caeríamos más alto de lo que jamás podríamos levantarnos.
Kazan sostuvo la mirada de su padre sin titubear.
—Sé lo que arriesgamos, padre. Pero también sé lo que podemos ganar. Con cada nueva tierra, con cada ciudad que doblegue su estandarte bajo el nuestro, tu nombre quedará grabado como el de un rey que no solo reinó… sino que creó un imperio. La posteridad te recordará como Iskandar el Grande, aquel que llevó a Nurdian a lo más alto.
Las palabras golpearon como un veneno dulce en el corazón del rey. Él, que toda su vida había soñado con ser más que un monarca rodeado de lujos y riquezas, vio ante sí la posibilidad de dejar una huella imborrable en la historia.
—Iskandar el Grande… —murmuró, saboreando el título como si fuera vino fuerte.
El rey se inclinó hacia adelante, sus manos aferrándose a los brazos del trono con fuerza.
—Tu propuesta es temeraria, Kazan, pero no carece de visión. Si Nurdian se expande, no habrá reino que pueda disputarnos poder. Sin embargo… —su voz se volvió grave, pesada—, si fallamos, no quedará nada más que ruinas.
El príncipe no retrocedió.
—Prefiero arriesgarlo todo que quedarme esperando el lento desgaste de la complacencia. Otros reinos conspiran, buscan debilidades, y el tiempo no perdona a los que dudan. Si no somos nosotros quienes avanzamos primero, seremos nosotros los conquistados.
Un destello de orgullo cruzó por los ojos del rey.
—Hablas como un verdadero heredero. Muy bien, hijo. Escogeré creer en tu visión. Daremos inicio a la planeación.
Iskandar se levantó de su trono, extendiendo una mano hacia Kazan. El príncipe la tomó, sabiendo que aquel gesto sellaba más que un acuerdo, sellaba el destino del reino.
Ese día, en los salones de mármol del palacio, comenzó la maquinaria de la conquista. Una ambición desmedida se había puesto en marcha, y con ella, la promesa de Rhaziel y Serena quedaba amenazada por fuerzas que ninguno de los dos aún podía imaginar.
Un año después, el plan de expansión del Reino de Nurdian se puso en marcha.
A cada casa noble llegó una carta sellada con el emblema real. El contenido era claro y cruel, cada familia debía enviar a un representante junto con un pequeño grupo de caballeros o, en su defecto, pagar una suma de dinero tan exorbitante que incluso las casas más acaudaladas podrían quedar en la ruina. Los Volrhat no fueron la excepción.
Julia sintió cómo su corazón latía con violencia cuando recibió la misiva. Sus manos temblaban al sostener el pergamino marcado con el sello del rey. Por un instante, su pecho se infló de orgullo, — al fin— , pensó, la familia real había reparado en ella. Sin embargo, apenas leyó su contenido, su rostro palideció.
¿Enviar a su único hijo a la guerra? ¿O entregar casi toda su fortuna? Ninguna opción era aceptable.
Julia caminó de un lado a otro en su salón privado, presa de la ansiedad. Apenas hacía unos meses que el conde había muerto, liberándola —según ella misma pensaba— de una carga molesta. Ahora disfrutaba de un control absoluto sobre las tierras y las riquezas del condado. Por fin había comenzado a saborear la vida que siempre creyó merecer… pero aquella orden real amenazaba con derrumbar todo lo que había construido.
Mandó llamar a Roger.
El joven apareció con su paso indolente y su expresión acostumbrada de superioridad. Julia le entregó la carta. Roger leyó apenas unas líneas antes de alzar la voz.
—¡No! —exclamó, arrojando el pergamino al suelo—. ¡No voy a ir a la guerra! ¿Qué sentido tiene? ¡Ese no es un lugar para mí!
Sus manos se crisparon, y en un gesto desesperado se arrojó contra su madre, casi como un niño pequeño, llorando con descontrol.
—Madre, yo no quiero… ¡No quiero ir!
Julia lo sostuvo entre sus brazos, acariciando su cabello, pero sus propios labios se apretaban con frustración. El dinero que exigían era imposible de entregar sin perder todo lo que había acumulado. Por un instante, se sintió acorralada.
Entonces, Roger levantó el rostro, enrojecido por el llanto, y entre sollozos susurró.
—¿Y si enviamos a ese niño?
Julia lo miró sorprendida, y de inmediato, sus ojos brillaron.
—Ese niño… —repitió con lentitud, como saboreando la idea.
Era perfecto. Rhaziel estaba inscrito en los registros como su hijo biológico. Ante los ojos de la sociedad, nadie podría objetar que él fuera enviado en representación de la casa Volrhat.
Una sonrisa helada se dibujó en sus labios. Julia acarició la cabeza de Roger con ternura calculada.
—No te preocupes, hijo mío. Tú no irás a ninguna guerra.
El día señalado llegó demasiado pronto.
Julia ordenó que llevaran a Rhaziel a la mansión principal. El muchacho fue conducido a la fuerza, sin entender nada. Sus pies arrastraban el polvo del patio, y en su pecho crecía una inquietud inexplicable.
—Otra vez van a golpearme— Pensó, pero el destino que tenían sellado para él, era peor que eso.
Lo vistieron con un atuendo que nunca había visto antes, un uniforme improvisado, demasiado grande para su cuerpo aún en crecimiento.
Cuando por fin estuvo de pie ante la condesa, Julia lo observó con un destello de desprecio en sus ojos.
—Mírate… —dijo, con un tono cargado de burla—. Al fin serás útil para algo. Y no solo un error molesto.
Rhaziel la miró sin comprender. Su mente trataba de hallar sentido a aquellas palabras, pero no tuvo tiempo de procesarlas. Un criado entró apresurado.
—Mi señora, ya están aquí.
Julia se alisó las faldas con un gesto calculado y caminó hasta la sala contigua. Allí, tres hombres con armaduras negras, insignias del príncipe Kazan en el pecho, aguardaban con expresión severa.
Con una habilidad digna de una actriz, Julia dejó escapar un sollozo desgarrador.
—¡Mi pobre hijo! —exclamó, llevándose un pañuelo a los ojos—. Tan joven, tan frágil… pero el deber de un noble es responder cuando su señor lo llama. Mi pequeño se ha ofrecido valientemente, y confío en que lo devolverán a mí sano y salvo.
Los reclutadores asintieron en silencio.
Desde la sala contigua, Rhaziel escuchaba cada palabra. Su respiración se entrecortó. Sintió que las piernas le fallaban, como si la tierra misma se abriera bajo sus pies. ¿Su hijo? ¿La guerra? ¿Qué significaba todo aquello?
Un sudor frío le recorrió las manos.
Julia regresó, con lágrimas en un rostro inexpresivo. Se inclinó hacia él, dejando que su mirada cruel lo atravesara. Una sonrisa torva se formó en sus labios.
—Espero que no regreses —susurró, con voz venenosa.
Antes de que Rhaziel pudiera reaccionar, los criados lo sujetaron con fuerza y lo arrastraron hacia los reclutadores.
En lo único que pudo pensar mientras era arrastrado a aquel futuro incierto fue en, Serena… aquel nombre le temblaba en los labios como una plegaria rota. Nunca había imaginado que algo tan efímero —el calor de una sonrisa, la dulzura de una voz preocupada— pudiera arraigarse tan hondo en alguien como él, alguien acostumbrado a la soledad, al desprecio y a las sombras del bosque.
No había podido despedirse. Esa ausencia lo desgarraba más que cualquier herida en su cuerpo. Y sobre todo, pensar en como reaccionaria ella al no encontrarlo de un momento a otro sin ninguna explicación. Era obvio que sufriría por el o peor aún podría llegar a odiarlo pensando que la abandonó. Todo eso lo atormentaba más que ese futuro aterrador que tenía en frente.
—Serena… —murmuró, apenas un susurro que el viento arrancó de sus labios. — No me olvides... No me odies...
que pasará 🤔 todavía falta mucho por qué regrese su salvador.
y este loco pervertido autoritario y con una madre loca y permisiva. no podra salvarse de lo que quiera hacer este loco.😭😭😭😭😭😭😭😭
Todos sus planes acaban de esfumarse como un débil suspiro.
Espero que Roger no logre hacerle nada antes de la ceremonia de bodas (la cual, según la sinopsis, es interrumpida por un guerrero de ojos violeta).