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Fernando López: La Elección de un Hombre

Fernando López: La Elección de un Hombre

Status: Terminada
Genre:Mafia / Matrimonio arreglado / Amor eterno / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:0
Nilai: 5
nombre de autor: Tânia Vacario

FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.

NovelToon tiene autorización de Tânia Vacario para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 16

El chofer dejó a Fernando López en el garaje subterráneo, poco después de las 9 de la noche. Algunos guardias de seguridad ya estaban posicionados.

El día había sido largo, repleto de reuniones tensas y llamadas telefónicas incesantes. Mientras subía por el ascensor privado hasta el ático, apenas prestaba atención a la bella vista.

Su mente estaba en los problemas que surgieron en algunos almacenes de depósito de mercancías. Estaba seguro de que la parte burocrática, Alejandro sabría cómo resolverla. Rodrigo ya estaba al tanto de las personas involucradas en la traición... podía descansar.

Pero, al mismo tiempo, no podía evitar el pensamiento recurrente: ¿Cómo estaría Elena en su primer día en aquel apartamento?

Pronto oyó el sonido discreto del ascensor llegando a su destino. La puerta se abrió directamente a la sala. Dio el primer paso y se detuvo.

El impacto fue inmediato.

Ya no era el mismo ático que había dejado por la mañana. Las paredes, antes decoradas con tonos oscuros y muebles robustos, ahora parecían respirar ligereza. Las cortinas, antes pesadas, habían sido cambiadas por tejidos translúcidos, permitiendo que la iluminación de la ciudad invadiera el ambiente.

Hasta el aroma parecía diferente: en el aire flotaba un perfume delicado que se mezclaba con el de comida recién preparada.

Fernando cerró la puerta lentamente, observando cada detalle.

—Buenas noches—, la voz suave de Elena sonó detrás de él.

Se giró y la vio allí, al borde de la mesa del comedor. Llevaba un vestido sencillo de seda azul, el cabello suelto cayendo por los hombros, y una sonrisa contenida que revelaba nerviosismo.

La mesa estaba puesta con cuidado: porcelana clara, copas alineadas, velas discretas iluminando los platos.

Por un instante, Fernando solo la observó. No sabía si debía reprenderla por la osadía de alterar la casa o si debía admitir que el cambio era revigorizante.

—Elena… —dijo despacio— ¿Tú… hiciste todo esto hoy?

Ella asintió con firmeza.

—Sí. No quise esperar. Este es nuestro hogar ahora. Y yo no podría vivir entre las sombras de otra persona.

El tono decidido de ella lo sorprendió. Elena no era la joven sumisa que él había imaginado. Había fuerza en sus palabras, un brillo de independencia que no esperaba encontrar.

Fernando respiró hondo, dando algunos pasos por la sala. Pasó la mano por el respaldo del nuevo sofá, dejó que la mirada recorriera el ambiente y, por fin, se volvió hacia ella.

—Confieso... —comenzó, y sus labios esbozaron una sonrisa discreta—. Quedó mejor de lo que podría imaginar.

El alivio que inundó el rostro de Elena era casi palpable. Ella sonrió, los ojos humedecidos, pero no dejó escapar ninguna lágrima.

—Gracias—, respondió con sinceridad.

Fernando se acercó, parándose delante de ella. No la tocó, pero dejó escapar palabras que cargaban más peso del que él mismo percibía:

—Tienes buen gusto, Elena. Y coraje.

Se sentaron a cenar. El silencio inicial fue roto solo por el tintineo de los cubiertos contra la porcelana. Elena se había preocupado y pedir al chef un menú refinado, pero también ligero: salmón a la plancha, verduras salteadas y vino blanco.

Poco a poco, la tensión se disipó. Fernando, observando los ojos atentos de la esposa, se permitió relajar. No era común para él llegar a aquel apartamento y encontrar la mesa puesta, la atmósfera acogedora. Antes, siempre había ruidos de fiestas, voces extrañas... ecos de Valéria.

—Está delicioso—, dijo él, tras la primera copa de vino.

Elena sonrió tímidamente.

—Qué bueno que te gustó. Quise que fuera una noche especial.

Fernando la admiraba en silencio. Había en ella una simplicidad rara, que no era calculada, sino genuina.

Percibía que, aunque joven e inexperta, Elena tenía algo que Valéria nunca le ofreciera.

Terminaron la cena en armonía. Fernando, al levantarse, tomó la iniciativa de retirar su silla, gesto pequeño, pero que Elena registró con atención. Había delicadeza en sus movimientos, aunque él no osara acercarse demasiado.

Fueron juntos hasta el cuarto. Fernando abrió la puerta y se sorprendió nuevamente.

El ambiente estaba transformado: cortinas claras, cama nueva... tonos suaves que transmitían serenidad.

Él giró la cabeza, encarándola.

—Realmente no dejaste piedra sobre piedra.

—Yo necesitaba eso—, respondió Elena, firme—. Necesitaba que este espacio fuera solo nuestro.

Por algunos segundos solo hubo silencio. Fernando asintió con un leve movimiento de cabeza comenzó a quitarse el saco. No había más nada que decir.

Después de todo, su pequeña esposa tenía el derecho de preferir no dormir en una cama usada.

Cada uno hizo su higiene en silencio y se prepararon para dormir.

Se acostaron cada uno de ese lado de la nueva cama. Elena permaneció inmóvil, de espaldas a él, ojos abiertos en la oscuridad. Fernando, aunque cansado, también tardó en dormirse. Extrañaba la ligereza del ambiente, pero no de forma negativa.

"Ella es diferente", pensó, antes de finalmente ceder al sueño.

Cuando Fernando abrió los ojos, la claridad suave de la mañana ya iluminaba el cuarto. Extendió la mano por instinto, pero el lado de Elena estaba vacío. Se levantó despacio, curioso. En las noches que dormía con Valéria, él siempre salía y ella continuaba durmiendo.

Fue hasta el balcón, pero estaba vacío.

Fue cuando él sintió el aroma de café fresco llegando hasta él. Siguió el "rastro", encontró a Elena con un delantal, movía una sartén con huevos revueltos. Al lado, había frutas cortadas, panes dispuestos en una cesta y el café recién pasado.

El cabello de ella estaba recogido de forma desajeitada, algunos mechones sueltos cayendo en el rostro, pero aún así había en ella una naturalidad que lo desarmaba.

Se quedó por algunos minutos recostado en el marco de la puerta observando la escena, sin que ella lo notase. Los empleados llegaban más tarde y nunca Valéria se propuso ir para la cocina a preparar su café de la mañana.

El corazón frío de Fernando se calentó.

—Elena…

Ella se giró, sonrojándose.

—Quise preparar el café de la mañana…

No estaba acostumbrado a aquella escena doméstica. Con Valéria, las mañanas eran siempre ruidosas, con resacas y funcionarios resolviendo todo.

Se sentaron juntos a la mesa. Él probó el pan, después los huevos y quedó satisfecho.

—Me sorprendiste. No creí que fueses el tipo que se preocuparía con esas cosas.

—Es cuidado. Quiero que, cuando pienses en casa, pienses en algo que te dé paz.

Las palabras alcanzaron a Fernando más profundo de lo que ella podría imaginar. Él no dijo nada de inmediato, pero la imagen de ella preparando café, sonriendo tímidamente, quedó grabada en su mente.

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