LA FARSANTE

Horas antes de la cena, la luz de la tarde se cuela por la ventana, del pequeño apartamento donde habitan las Vega, Dana suspira mirando en un rincón la máquina de coser, silenciosa y cubierta, como un recordatorio melancólico de su sueño.

Dinorah se acerca a su madre, que está sentada a la mesa de la cocina, con una taza de té frío entre las manos y el ceño fruncido por la preocupación. Dalila, está sentada en el suelo, trata de sacarse fotografías con su teléfono y en cada toma hace una mueca de frustración.

—Dinorah, hija —comienza Dana, con voz suave pero firme —llevo días queriendo hablar seriamente contigo, ¿Vas a decirme por fin cuál es ese trabajo que has conseguido?— cuestiona, con la preocupación genuina de una madre —Llegas a casa a horas extrañas, a veces con ropa que no te he visto antes, y ese dinero ¿de dónde lo sacaste?, me dijiste que fue un adelanto, pero un adelanto así no es normal.

La chica siente que las mentiras que se ha visto obligada a decir, son un peso constante, pero su madre, está postrada y no puede decirle la verdad completa, ella no la entendería, tampoco lo aprobaría, y la llenaría de más angustia y culpa.

—Mamá, ya te lo dije, es un trabajo inusual —contesta, intentando que su voz suene convincente— es con una anciana, muy rica que tiene hijos muy ocupados por sus negocios y ella se siente muy sola, por lo que necesita a alguien que la acompañe a eventos, a cenar, al bingo. Es para que tenga compañía de verdad, alguien que la escuche— concluye suspirando y forzando una sonrisa. "Alguien que finja ser su prometida", piensa con amargura.

—¿Y por eso no tienes un horario fijo?, ¿por eso te dieron un adelanto tan grande?, ¿una anciana tan rica no tiene más personal?, ¿cómo te encontró? No tienes experiencia en eso— Dana entre cerrando los ojos, la ametralla a preguntas; aún, no está convencida con las respuestas.

—Claro que tiene personal, mamá, pero ella quiere compañía, no empleados—Dinorah se acerca, intentando transmitir calma y desviar las preguntas difíciles —Quiere a alguien que finja ser su nieta y que la trate con cariño, no como un servicio.

—¿Por eso el horario es tan flexible?, ¿y el dinero?— vuelve a cuestionar la madre.

—Necesitaban rápido a alguien y me hicieron un gran adelanto para asegurarme— antes de que su hermana pudiera seguir hablando, Dalila levanta la vista con un suspiro dramático.

—¡Es que esto es un asco! ¡Las fotos no salen con buena calidad! —Dalila se pone de pie, mira con ojos brillantes a su hermana mayor, como con una mezcla de envidia y exigencia

—Dinorah, con el dinero que te dieron, espero que ahora sí puedas comprarme el último modelo, ¿verdad?, el que tiene la cámara con tres lentes. Todas mis amigas ya lo tienen, menos yo— súplica en un tono que la hace pasar de la culpa por tener que mentirle a su madre a la irritación, que le causa la inmadurez y falta de empatía por parte de la menor.

—Dalila, hablamos de eso después, mamá y yo estamos— empieza a responder, pero la menor la interrumpe.

—¡No! ¡yo quiero una respuesta ahora!—insiste cruzándose de brazos —ah y también, quiero ir contigo a ese trabajo— Dana y Dinorah la miran con incredulidad.

—¿Qué? —pregunta Dinorah, atónita.

—Sí, quiero ir contigo— repite —quiero conocer a esa gente y estar entre ricos. Todas mis amigas presumen de los viajes de sus padres, de sus casas de verano y nosotras aquí, en este tugurio— expresa Dalila.

La adolescente sigue insistiendo, pero su hermana mayor, se planta en su negativa dando como excusa que firmó un contrato de confidencialidad y no tiene permitido llevar a nadie, si no pierde el trabajo...

El momento de pasar a la mesa llegó, las miradas de Dinorah y Roberto se encuentran furtivamente cada tanto, pero tan pronto como sucede, apartan la vista, este hecho nadie lo nota, al menos eso parece.

Tan pronto como terminan de cenar Roberto se disculpa diciendo que se quedará está noche en la mansión, porque está cansado por el viaje, pero la realidad es que se le hace insoportable la revolución de sensaciones que lo han despojado de su habitual aplomo, cosa que detesta. Se escabulle porque necesita aire, espacio, algo para disipar la opresión en su pecho, pero no va directo a su habitación, si no al balcón del salón y se sienta en un rincón oscuro.

—Ella es prohibida, intocable— susurra —¡maldición! ¿No podía ser otra la prometida de Renzo?— después hace un largo silencio mientras observa las luces de la ciudad y su mente repite sin cesar Laura Villamizar.

Justo cuando comienza a sentir calma, en la puerta del balcón aparece la mujer por la que abandonó el comedor.

Ella sale sigilosamente, probablemente con la misma necesidad desesperada de aire y soledad que él; sus hombros estan ligeramente caídos, su postura revela una tensión que no había permitido que los demás vieran, se apoya en la barandilla, de espaldas a él, con la cabeza ligeramente inclinada hacia el cielo, como si buscara consuelo en las estrellas, aún no sabe que tiene compañía...

El corazón de Roberto se acelera, al sentir su presencia, la fragancia sutil de su perfume flotando en el aire. Estaba tan cerca y al mismo tiempo tan inalcanzable.

El empresario se mantiene inmóvil, observando como la brisa mueve su cabello, la delicada curva de su cuello y la vulnerabilidad que irradia; de pronto ella siente una mirada en su espalda, se gira y se encuentra con los ojos de él.

—¿Roberto?— pregunta su nombre en apenas un susurro.

—Laura— responde él, su voz baja, pero mirándola de una forma que pudiera descubrir cada secreto de su vida.

—Disculpa por invadir tu espacio— dice tragando saliva —no sabía que estabas aquí, yo salí un momento porque necesitaba un poco de aire— agrega y hombre puede notar que su voz suena ligeramente forzada y sus ojos parecen querer ocultar algo al desviarse de los de él.

—¿Te asfixia estar aquí, ahora, con nosotros? ¿Con mi familia?— cuestiona.

Dinorah siente un escalofrío, es cómo si él sospechara de la farsa.

—No entiendo a qué te refieres— dice con un ligero temblor en la voz y es que la mentira sobre sí misma, sobre todo esto, se le atasca en la garganta; de repente, se siente expuesta y cada fibra de su ser le grita que corra, que se esconda, que desaparezca de allí.

—Tengo que irme —murmura, casi para sí misma, y antes de que Roberto pueda reaccionar, se da la vuelta y desaparece hacia el interior, dejándolo solo en el balcón, él no la sigue, se queda inmóvil, apoyado en la barandilla de hierro forjado, pensando en que la forma en la que huyó, le dice que hay algo más, un secreto oculto, pero eso no cambia el hecho de que es la prometida de su hermano; por lo tanto, es una mujer prohibida.