Las aventuras de la princesa Bella Volt del Imperio de Oro de un gran mundo mágico.
El mundo mágico también incluye las novelas
1) Cambiaré tu historia
2) Una nueva vida para Lilith
3) La identidad secreta del duque
4) Revancha de época
5) Una asistente de otra vida
6) Ariadne una reencarnada diferente
7) Ahora soy una maga sanadora
8) La duquesa odia los clichés
9) Freya, renacida para luchar
10) Volver a vivir
11) Reviví para salvarte
12) Mi Héroe Malvado
13) Hazel elige ser feliz
14) Negocios con el destino
15) Las memorias de Arely
16) La Legión de las sombras y el Reesplandor del Chi
17) Quiero el divorcio
18) Una princesa sin fronteras
19) La noche inolvidable de la marquesa
20) Ni villana, ni santa
21) Salvando a mi Ernesto
** Todas novelas independientes **
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Consejo
Ernesto dio un paso más adelante, tratando de recomponerse mientras con su mirada buscaba a Bella. La encontró cerca de unas escaleras interiores, con su porte elegante y sereno, aunque había un brillo travieso en sus ojos que parecía anticipar la reunión.
Ernesto (susurro): Bella…mi amor., con una mezcla de alivio y nerviosismo, mientras se inclinaba ligeramente en señal de respeto.
Ella lo observó con calma, como si evaluara su expresión y sus gestos. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios al notar cómo Ernesto intentaba mantener la compostura, aunque era evidente que su corazón latía acelerado.
Bella: Ernesto.. Me alegra verte.. (susurro) te extrañe
Él asintió rápidamente, incapaz de articular más palabras por el nudo que sentía en la garganta. Sus manos se entrelazaron detrás de su espalda, y por un momento ambos compartieron un silencio cargado de emociones contenidas, de meses de cartas y conversaciones que ahora se encontraban cara a cara.
Bella:Supongo que sabes por qué estamos aquí, ¿verdad?
Ernesto:Sí.. y confío en que, pase lo que pase, todo saldrá bien
Leandro, con aquella mezcla de autoridad y camaradería que lo caracterizaba, se acercó a Hans con una sonrisa amplia.
Leandro: Hans quiero que conozcas a mi esposa.. Ella es Berenice.
La princesa consorte sonrió suavemente y asintió
Leandro:Y este es el barón Parsons.. el mismo que le escribe a mi hermana.
Las palabras quedaron flotando en el aire como una sentencia. Ernesto tragó saliva, dispuesto a inclinarse respetuosamente, pero fue sorprendido por la calidez inmediata de Berenice.
Berenice: Así que usted es Ernesto..me alegra conocerlo al fin. he visto la alegría en los ojos de Bella cada vez que llegaba una de sus cartas. Créame, barón, pocas veces la he visto tan… luminosa.
Ernesto quedó sin palabras, la gratitud asomando en su mirada, y apenas logró balbucear un “gracias” cargado de emoción.
Leandro frunció levemente el ceño, dispuesto a intervenir, pero antes de que pudiera decir palabra alguna, Berenice deslizó su mano sobre el brazo de su esposo con naturalidad. Lo miró.. pícara, atrevida y con un brillo que desarmaba cualquier resistencia
Berenice: Querido.. acompáñame.
Sin darle tiempo de replicar, lo condujo hacia los pasillos privados, lanzando una última mirada hacia Ernesto.
Berenice: No se preocupe, barón —dijo con serenidad pero con ese mismo matiz juguetón—. Hablaré con mi esposo para que lo acepte. Créame, sé cómo convencerlo.
Y así, entre risas apagadas y la resignación de Leandro que no pudo resistirse al encanto de su esposa, la pareja desapareció por un corredor. Ernesto quedó de pie, aturdido, con Hans a su lado que apenas contenía una carcajada.
Minutos después, llegó un mensajero del emperador Vitorio Volt quien mandaba llamar al barón Parsons a una audiencia privada…
Hans, que escuchó la noticia al mismo tiempo que Ernesto, no pudo evitar fruncir el ceño. Su primera reacción no fue por el barón.. sino por la mujer que lo miraba con expectación desde el otro lado del salón.. su esposa. el conde sabía perfectamente que, si algo le ocurría a Ernesto.. si el emperador lo rechazaba, lo humillaba, lo castigaba peor aún, lo hacia desaparecer.., Elysia sufriría. Ella siempre había sido la protectora de su hermano, y quien más lo había apoyado en los momentos de debilidad. El simple pensamiento de verla llorar por la desgracia de Ernesto encendía un malestar en Hans que no quería admitir.
Se pasó una mano por el cabello y suspiró, con ese aire brusco que lo caracterizaba.
Hans:Bueno, Parsons…Si el emperador te llamó, más vale que vayas preparado.
Ernesto asintió con el rostro pálido, pero firme.
El conde se inclinó hacia él, bajando la voz de modo que solo él pudiera escuchar:
Hans:No lo digo por ti… lo digo por mi esposa. Si a ti te pasa algo, ella se rompe. Y yo no pienso permitir que nadie la haga llorar. Así que, por tu bien y el de todos nosotros, convence al emperador.
Hans lo llevó aparte antes de que los guardias imperiales vinieran a escoltarlo. Su expresión estaba tensa, pero no por miedo, sino por la seriedad con la que entendía la situación.
Hans:Escúchame bien, Parsons.. El emperador Vitorio, no es un hombre al que puedas engañar. él sabe cuándo alguien miente, lo huele, lo siente, lo destruye en segundos. Así que lo único que puedes hacer es no dudar y no mentirle jamás.
Ernesto tragó saliva, apretando las manos contra los muslos, tratando de grabar cada palabra.
Hans continuó, acercándose un poco más, como si quisiera asegurarse de que el barón entendiera lo que estaba en juego:
Hans:Y hay otra cosa. Si quieres salir vivo de esa sala, procura que la emperatriz esté presente. La emperatriz Emma es la única que puede suavizarlo, la única que puede ponerle un freno si se enoja. Si ella intercede, puede salvarte.
Ernesto asintió con rigidez, pero su mente no dejaba de darle vueltas al consejo. No debía dudar, no debía mentir, y debía confiar en que la emperatriz estaría allí.
Hans entonces, con un gruñido resignado, le dio una palmada en el hombro, un gesto extraño en él, pero que transmitía más de lo que parecía.
Hans:Suerte, cuñado.. mas te vale que mi Elysia no sufra