Idealizado

Desde hacía algunos días, las mañanas eran más frías.

No por el clima. Era otra cosa. Un frío que se instalaba en el pecho de Elena y no se iba con abrigo ni con café. Desde aquella noche, la libertad se le había escapado por la ventana. El padre había decidido que ya no tomaría el colectivo, que no iría sola, que no decidiría más nada.

Y cuando él decidía… no había forma de escapar.

La llevaba al colegio en su auto, con la música a todo volumen para evitar la conversación. Ella, sentada en el asiento del acompañante, respondía solo lo justo.

—¿Dormiste?

—Sí.

—¿Comiste lo que te preparó tu madre?

—Sí.

—No quiero quilombos con vos, ¿me escuchás?

—Sí.

El viaje hasta el nuevo colegio se hacía eterno. Y al llegar, el golpe de realidad era como un baldazo de agua helada. Pasó de los pisos encerados y los guardapolvos prolijos del privado, a un lugar más caótico, donde el bullicio mandaba, y donde nadie la conocía… aunque eso no impidió que hablaran de ella.

—Esa es la cheta que se cambió, ¿viste?

—Dicen que el padre la encontró con el novio y la encerró.

—Seguro la rajaron por quilombera.

Caminaba por los pasillos como una sombra. Cargaba con una mochila pesada de rumores, de juicios, de miradas que cortaban como cuchillas.

Pero ella decidía no mirar, no escuchar.

Iba con la cabeza baja, el corazón en pausa. Hasta que sonó el timbre del primer recreo y, por fin, sacó el celular escondido que su madre le había logrado pasar en secreto. Apagado durante días, lo encendió con miedo. Y ahí estaban los mensajes: Carla.

Carli 💛:

¿Dónde estás amiga? ¿Qué pasó? Estoy re preocupada.

Lucas también está mal.

Te extraño un montón.

Las manos le temblaban al escribir.

Elena:

Me cambiaron de cole. Me sacaron el celu. Me sacaron TODO.

El otro día fue horrible. Me rompió el cuadernito… todo.

En menos de un minuto, Carla respondió.

Carli 💛:

Nooo. No puedo creerlo. Eso es violencia, Elena.

Te juro que me da bronca. ¿Lucas sabe?

Elena:

No. No quería preocuparlo.

Y justo en ese momento, apareció su nombre: Lucas.

Una notificación que le iluminó la pantalla. Y el alma.

Lucas:

¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Por qué no viniste más?

El corazón de Elena latió fuerte por primera vez en días. Le contestó sin dudar.

Elena:

Me cambiaron de cole. Perdón por no decirte. No quería meterte en mis líos.

Lucas:

Siempre quiero saber de vos. Me re preocupé.

Te extraño. ¿Podemos vernos?

Antes de que pudiera responderle, sonó el timbre. Vuelta a clases. Guardó el celular como quien guarda un tesoro. Pero por dentro, algo se había encendido.

En el segundo recreo, volvió a sacar el celular a escondidas. Mensaje nuevo.

Lucas:

¿Y si salís del cole y nos encontramos? Faltate la última hora. Vamos a vernos, solo vos y yo.

Te llevo a un lugar tranquilo.

Te hace bien, ¿no?

Elena se quedó mirando la pantalla. No supo qué contestar.

El deseo por verlo, por abrazarlo, por sentirse libre por un rato, era inmenso. Pero también el miedo.

Así que escribió a Carla.

Elena:

Lucas me propuso escaparme del cole para vernos. No sé qué hacer…

Carli 💛:

Ay amiga… yo te amo, pero no lo hagas.

No porque no confíe en él, sino porque vos estás en una situación complicada.

Si tu viejo se entera, se va a poner peor.

Tenés que cuidarte primero vos, ¿sabés?

Elena se quedó pensando. No dijo nada. No respondió nada. Pero sus dedos escribieron a Lucas:

Elena:

No puedo… Perdón. Hay quilombos en casa y no quiero meterme en más.

Lucas:

Te entiendo. Solo quiero que sepas que estoy acá.

Elena se mordió el labio para no llorar.

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A la salida, cruzó el patio como si llevara ladrillos en los zapatos. Miraba al suelo, fingiendo no escuchar.

—¡Mirá quién salió de su castillo de cristal!

—La princesa cheta vino a mezclarse con la plebe.

—¿No tenías chófer, muñeca?

Los chicos reían, y cada palabra era una piedra en su mochila.

Cuando llegó al auto, su padre tenía la ventana baja y una sonrisa torcida.

—¿Qué pasa, nena? ¿Te molestan los negros del nuevo cole?

—...

Ella no respondió. Subió en silencio. Miró por la ventanilla.

Y él, como disfrutando de su miseria, agregó:

—Eso te pasa por querer ser más viva que los grandes. Acá las cosas son como yo digo. Y punto.

El resto del viaje fue un desfile de silencios tensos.

Al llegar, Elena subió a su habitación sin decir una palabra.

Se encerró. Se sentó frente a la cama y encendió el celular.

Lucas:

¿Estás bien? No te dejé de pensar en todo el día.

Y esa frase, tan simple, fue suficiente.

Para que sonriera.

Para que, aunque por dentro estuviera hecha trizas, sintiera que no todo estaba perdido.

Pasaron más de una hora chateando. Lucas le contaba chistes, le mandaba canciones, le hablaba como si el mundo no doliera.

Y entonces, cuando la casa dormía y el silencio era su único aliado, Elena abrió su libreta nueva. Y escribió:

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“Mi nuevo colegio es un infierno. No por las paredes, ni por los profesores. Es por la gente.

Es por las miradas que juzgan, las risas que lastiman, las palabras que te marcan.

Ya no soy la misma.

Me cuesta reír.

Me cuesta confiar.

Pero cuando leo sus mensajes…

Todo vuelve a tener sentido.

Lucas es como un príncipe de esos que salvan a la princesa del dragón.

Solo que mi dragón no está en una torre.

Mi dragón tiene nombre, cara… y lleva mi sangre.

Yo no quiero una historia perfecta.

Solo quiero que alguien me abrace en el caos.

Y por ahora… ese alguien es él.”