MI DESTINO ERES TU

CAPÍTULO 20

La tarde se hacía pesada en la mansión de Isaura, sin embargo, lo que sucedía en su interior era pura desolación. Isaura había pasado el día en contemplación, atrapada en pensamientos que no podía disipar. Tras la visita de Félix, cada palabra de su hermano resonaba en su mente: “Si no tomas acción ahora, te quedarás sin nada.” Y lo más lamentable es que sabía que era cierto. Lo había gastado todo, había perdido el rumbo por un estilo de vida insostenible.

Se dirigió con firmeza hacia el estudio de su esposo.

—Necesito ver las cuentas, Sergio. Quiero saber cuánto queda… si es que queda algo —manifestó con calma.

Sergio la observó desde su escritorio, mostrando claramente su desagrado. Jugaba con su teléfono, como si lo que decía no le importara.

—¿Ahora es cuando te preocupa el dinero? —exclamó sarcásticamente.

—No quiero discutir. Dame los papeles. Si no, le daré todo a Félix para que maneje lo que queda. Al menos él sabe lo que hace.

Eso impactó en el ego de Sergio. Su rostro se tensionó. Se levantó de golpe, empujando la silla hacia atrás. En un instante, la bofetada voló por el aire y golpeó el rostro de Isaura con una fuerza brutal. El impacto la hizo caer al suelo. Sus ojos, llenos de asombro, buscaron los de su esposo. Nunca antes la había agredido. Pero ese hombre frente a ella ya no era el que había conocido, si es que alguna vez lo fue.

—¿¡Te atreves a decírmelo!? ¿¡A mí!? —gritó mientras se acercaba lentamente, amenazador—. Si creíste que me quitarías todo, ¡te has equivocado! Primero… te elimino.

Y entonces, en un arranque de locura, comenzó a golpearla repetidamente, hasta que el cuerpo de Isaura quedó inmóvil. Inconsciente, yacía en el suelo como una muñeca rota, a merced de su agresor.

Sergio respiraba con dificultad, con los puños aún cerrados.

—¡Maldita sea! —murmuró, luego tomó su teléfono y marcó—. ¡Ven al estudio, de inmediato!

Minutos más tarde, el mayordomo entró temblando.

—Llévala a su habitación. Que nadie la vea. Cierra con llave. De ahora en adelante, mi esposa no puede salir de esta casa sin mi permiso. ¿Entendido?

El mayordomo asintió en silencio. Se acercó con cautela y levantó a Isaura en sus brazos. Al llegar a la habitación, trató de curar las heridas lo mejor que pudo, aplicando un poco de antiséptico y dándole un analgésico. No era médico, pero al menos intentaba aliviar el sufrimiento.

Antes de regresar a sus tareas, sacó su celular y envió un mensaje. Corto, pero directo:

“Isaura lastimada. Urgente. Ven ya.”

Él recibía un pago mensual de parte de Félix por mantenerse al tanto. Lo que presenció esa tarde sobrepasaba cualquier límite.

Unas horas después, dos camionetas irrumpieron en la mansión de manera repentina. Félix bajó furioso, acompañado por un médico y dos hombres de su confianza. La expresión que llevaba podía congelar la sangre.

—¿Dónde está mi hermana? —gritó al mayordomo, quien rápidamente lo condujo al segundo piso.

Al entrar en la habitación y ver a Isaura con el rostro desfigurado, hinchado y con moretones en los brazos y el cuello, Félix sintió que su corazón se rompía.  Permaneció en silencio. El dolor que sentía era más intenso que si a él lo hubieran golpeado.

—Haz lo tuyo, doctor —dijo con voz áspera.

Mientras el médico atendía a Isaura, Félix salió de la habitación, esforzándose por contener su rabia. En el pasillo, se detuvo y le pidió al mayordomo:

—Empaca sus pertenencias. La llevaré esta noche.

—Sí, señor —respondió el hombre sin dudar.

Félix se dirigió a la sala. Se sentó. Sus ojos estaban fijos en la puerta, esperando. Sacó su teléfono y envió un mensaje a sus hombres:

“Encuéntrenlo. Quiero a ese desgraciado en mi rancho cuando regrese. No lo toquen todavía. Eso lo haré yo.”

Justo en ese momento, la puerta principal se abrió. Alfredo entró llevando a una mujer en sus brazos. Tenía una sonrisa burlona, pero esta desapareció al ver a su tío sentado en la sala, como una sombra amenazante.

—Tío… qué sorpresa. No sabía que teníamos reunión familiar.

Félix lo observó con una calma tensa.

—No es una reunión. Vine por tu madre. Pero dime… ¿quién es esa mujer?

—Eso no te concierne.

—¡Detente ahí! —la voz de Félix se elevó como un látigo—. ¿Qué piensas hacer con ella? ¿No te das cuenta de que está inconsciente?

—Se pasó con la bebida —fingió Alfredo—. Solo la llevo a descansar.

Félix le permitió subir, aunque algo en su instinto sonó como una alarma.

Después de asegurarse de que su hermana sería trasladada al rancho estaba listo para regresar, se dirigió al pasillo, pero en ese instante, una mujer apareció corriendo, tropezando con su propia ropa. Estaba confundida, pálida y temblaba.

Félix se interpuso y la sujetó por los brazos.

—Señorita, ¿está bien?

Ella lo miró, con los ojos muy abiertos, y con voz entrecortada logro decir:

—Ayuda… por favor…Y luego, se desmayó en sus brazos.

Félix la sostuvo firmemente.

—¡Doctor! ¡Revísela, por favor!

El médico que estaba en la entrada llegó de inmediato. En ese momento, Alfredo bajó las escaleras y se quedó inmóvil al ver la escena. Aurora estaba en brazos de Félix, y el odio reflejado en los ojos de su tío era intenso.

—¿Qué le hiciste a esta mujer?  —rugió Félix, manteniendo su voz baja, pero permitiendo que la tensión se sintiera en el ambiente.

Alfredo tragó con dificultad. Retrocedió un paso.

—No le hice nada… solo… solo la ayudé…

—Reza, maldito. Porque si le tocaste, aunque sea un dedo… yo mismo me encargaré de acabar contigo.

Y con Aurora en brazos, Félix salió de la mansión…sin tener idea de que esa noche daría inicio a un futuro que él nunca había previsto y cambiaria la vida de ambos.