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Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Status: En proceso
Genre:Romance / Comedia / CEO
Popularitas:2.8k
Nilai: 5
nombre de autor: Cristián perez

Me hice millonario antes de graduarme, cuando todos aún se reían del Bitcoin. Antes de los veinte ya tenía más dinero del que podía gastar... y más tiempo libre del que sabía usar. ¿Mi plan? Dormir hasta tarde, comer bien, comprar autos caros, viajar un poco y no pensar demasiado..... Pero claro, la vida no soporta ver a alguien tan tranquilo.

NovelToon tiene autorización de Cristián perez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 18: Alexa idiota

El verano en Nueva York estaba siendo brutal. Las olas de calor se habían vuelto tan intensas que los noticieros locales hablaban de “la semana del infierno”. Las aceras ardían, los taxis humeaban en las avenidas y la gente caminaba con botellas de agua como si fueran tesoros.

Incluso de noche, el aire era espeso, caliente, como si la ciudad no pudiera desprenderse del calor del día. Sin embargo, una suave brisa rozó el rostro de Adrián Foster, trayéndolo un respiro. Aquella brisa natural se sentía más real, más humana, que el aire gélido de cualquier aire acondicionado.

Eran casi las doce y media, y la calle de los bares en el Lower East Side seguía vibrando con vida. Música electrónica, risas, luces de neón y conversaciones cruzadas llenaban la atmósfera. Era ese tipo de lugar donde la noche parecía eterna, y donde las apariencias valían más que los nombres.

Adrián caminó despacio entre el bullicio, con las manos en los bolsillos del pantalón negro y el cuello de su camisa ligeramente desabrochado. Su Rolls-Royce negro azabache estacionado frente al bar no pasaba desapercibido. Algunos curiosos se acercaban para tomarse selfies junto al auto, mientras otros lo observaban con una mezcla de admiración y envidia.

En un rincón oscuro, una pareja se besaba con descaro, ignorando por completo al resto del mundo. Adrián los vio de reojo y sonrió con ironía. Si no fuera por la multitud, probablemente ya estarían sobre el pavimento, con el cielo como techo y el asfalto como cama.

Un camarero del bar, joven y con una sonrisa entusiasta, se acercó en cuanto lo vio.

—Señor Foster, su coche está en perfecto estado —dijo, casi conteniendo el nerviosismo—. ¿Desea conducirlo ahora?

Adrián negó con una leve sonrisa.

—No, este coche es de mi amigo. Llévame un taxi, por favor.

El camarero asintió enseguida y se alejó. A su alrededor, varios lo miraban con curiosidad. Era joven, atractivo y vestía con elegancia relajada, ese tipo de presencia que delataba éxito sin esfuerzo.

Mientras esperaba el taxi, Adrián giró hacia el bar, donde Ethan Morgan —su viejo compañero de universidad— aún bebía junto a un grupo de amigos. Ethan estaba visiblemente ebrio, riendo a carcajadas, con la corbata colgando del cuello y el vaso tambaleando en su mano.

—Cuídalo, ¿sí? —le dijo Adrián al camarero—. Llévale un conductor designado para que no conduzca. No quiero que se meta en problemas.

Sabía que Ethan tenía el impulso de creerse invencible cuando bebía, y si lo dejaba manejar, probablemente terminaría estampando su coche de lujo contra una farola.

El taxi llegó pocos minutos después. Adrián subió, saludó con cortesía y se recostó contra el asiento de cuero.

El conductor, un hombre calvo de unos cuarenta y tantos años, con acento marcado de Brooklyn, lo observó por el retrovisor.

—Maldita sea el calor, ¿eh? Este verano está acabando con todos. —Encendió el aire acondicionado con un suspiro.

Adrián soltó una pequeña risa.

—Sí, es insoportable. Aunque para ustedes debe ser peor, todo el día al volante.

—Créame, hijo, el aire acondicionado es el invento más bendito del siglo —dijo el conductor, soltando una carcajada—. Aunque, claro, los oficinistas como usted la tienen fácil… sentados en sillas ergonómicas, tomando café frío de Starbucks.

Adrián giró ligeramente la cabeza hacia la ventana, sonriendo con paciencia.

—Cada trabajo tiene lo suyo. No todo es tan cómodo como parece.

El conductor pareció animarse con la respuesta y siguió hablando, como si hubiera encontrado en Adrián al compañero de charla perfecto.

—Mi hija empezó unas prácticas en una empresa de publicidad. Sale de casa a las siete y regresa a medianoche. A veces ni cena. Le digo que se cambie de trabajo, pero ya sabe cómo son los jóvenes ahora… —miró a Adrián y sonrió—. ¿Cuántos años tiene usted?

—Veintitrés —respondió sin esfuerzo.

—Caray, parece de veinte. Si yo tuviera su cara y su edad, estaría arrasando en Tinder —rió el hombre.

Adrián soltó una risa corta, divertida.

—No creo que me fuera tan bien como a usted, con ese brillo natural en la cabeza —dijo, señalando el reflejo que hacía su calva bajo las luces del taxi.

El conductor carcajeó.

—¡Touché! Pero lástima que no sea de aquí. Si fuera neoyorquino, lo presentaría con mi hija. Linda chica, muy trabajadora.

Adrián arqueó una ceja, curioso.

—¿Ah, sí?

—Sí. Aunque bueno… Ahora los precios de las casas en Manhattan están por las nubes. —Suspiró—. Ni en mis mejores años podría pagar un apartamento ahí. Mi abuelo me dejó el nuestro en el Bronx, y gracias a eso no vivo debajo de un puente.

Adrián asintió, fingiendo humildad.

—Créame, ni yo podría costear un departamento así.

El conductor soltó una carcajada, sin saber que el joven a su lado vivía en Riverside Hills, una de las comunidades residenciales más exclusivas del área metropolitana.

Casi una hora después, el taxi se detuvo frente a las puertas de seguridad del complejo. El guardia, al verlo, saludó inmediatamente con respeto.

—Buenas noches, señor Foster.

El conductor frunció el ceño, confundido. Miró a través del parabrisas y leyó el letrero de la entrada: Riverside Hills – Private Residence.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¡No puede ser! —murmuró—. ¡Este chico vive aquí!

Adrián pagó con un gesto amable, dejando una generosa propina, y se despidió con una sonrisa.

—Buenas noches, amigo. Cuídense del calor.

El conductor se quedó inmóvil, mirando cómo aquel “oficinista humilde” cruzaba las puertas automáticas de uno de los lugares más caros de Nueva York. Solo pudo reírse para sí mismo.

—Y yo queriendo presentarle a mi hija… —murmuró, encendiendo el motor y alejándose.

Dentro de su penthouse, Adrián se despojó de la chaqueta, dejó las llaves sobre la mesa de mármol y se dejó caer en el sofá. Encendió el televisor con un comando de voz:

—Alexa, ¿sabes que a veces pareces una completa idiota?

La luz azul del dispositivo parpadeó al instante.

—Lamento que te sientas así, Adrián. Pero, para ser justos, tú también has cometido errores hoy —respondió con su tono amable y neutro.

Adrián arqueó una ceja.

—¿Perdón? ¿Me estás contestando?

—No te contesto, te complemento —dijo Alexa con una entonación casi juguetona—. Si quieres, puedo reproducir una canción que refleje tu frustración emocional. ¿Tal vez “Someone Like You” de Adele?

Adrián se recostó y soltó una carcajada.

—Definitivamente estás loca. Pero adelante, sorpréndeme.

—Reproduciendo Someone Like You, versión remasterizada —anunció la voz metálica.

La voz de Adele llenó la sala con una melancolía envolvente. La luna se reflejaba sobre los ventanales del apartamento, bañando todo con una luz plateada y tranquila.

Adrián observó la ciudad dormida desde su sillón. A lo lejos, las luces del Hudson titilaban como constelaciones invertidas.

—Alexa Idiota —murmuró con una sonrisa—. Pero supongo que al menos tú nunca me decepcionas.

El eco suave de la canción siguió llenando el espacio mientras él cerraba los ojos, dejándose arrullar por la música y la calma de la noche neoyorquina.

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1
Lilia Salazar
le faltó el final saber si conquistó a la que le gusta o que honda
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