Soy Sandra Mehias mi familia era una de las mas poderosas del país, pero debido a un mal negocio hecho por mi padre quedamos sin nada, mi esposo Fabriccio Berlusconi un poderoso empresario dueño de empresas Berlusconi.
Nuestro matrimonio siempre estuvo cargado de amor, aunque en ocasiones teníamos problemas como en cualquier matrimonio habíamos logrado formar un hogar estable para nuestros hijos: Maria Alejandra de 16 años e Iker de 14 años, ambos la luz de mi vida.
Pero un día todo cambió el cuento de hadas que había creado desapareció y mi matrimonio de 20 años fue marcado por una tragedia. Acompáñame a descubrir secretos ocultos y traiciones que marcaron el fin y el inicio de mi vida
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Capítulo X Planes
Ya de vuelta en el carro, el silencio se instaló entre nosotros. Mi chófer conducía mientras Sandra y yo mirábamos por la ventanilla. "¿De qué hablaba esa mujer?", pregunté, rompiendo el abrumador silencio.
Sandra me miró, atrapándome en sus ojos café que me hipnotizaban.
"Ella cree que me va a quitar a mis hijos. Metió una demanda por la custodia de ambos", respondió mostrándose preocupada.
"Esa gente sí que es cara dura. Imagino que ya tiene un abogado", dije con despreocupación.
"Así es, aunque tengo miedo de que se salga con la suya. Mis hijos son lo más importante para mí, y no sé qué haría si me alejan de ellos", contestó con un toque de nostalgia. Su supuesta sinceridad me llegó al alma. Ojalá mi exmujer hubiera mostrado la misma preocupación por nuestro hijo en lugar de irse a revolcar con ese idiota de Francesco. No podía negar que admiraba a Sandra; sin embargo, tenía la intención de ponerla a prueba. Quería tentarla para demostrar que no era tan honesta como pretendía ser. Veremos qué hace cuando esté acorralada.
"Si necesitas ayuda, puedes acudir a mí. Con gusto te ayudaré".
"Le agradezco, pero son mis problemas y encontraré la manera de resolverlos. Ya bastante hizo al darme la oportunidad de trabajar en su empresa".
Lancé el anzuelo, y aunque rechazó mi ayuda, estaba seguro de que vendría a mí cuando no pudiera con la situación. En ese momento, aprovecharía para proponerle un canje: 'su cuerpo por mi dinero'.
Volvimos a la oficina y cada quien continuó con su trabajo. Llamé a recursos humanos para que le hicieran el contrato a Sandra; así estaría cerca y podría iniciar mi plan. Lo sentía por mi hermana, pero esa mujer sería mía.
Cuando llegó la hora de irse a casa, salí de la oficina y vi a Sandra pasando unos archivos a la computadora. "Es hora de irse", comenté casualmente.
Ella miró su reloj con sorpresa. "¡Es muy tarde!", exclamó preocupada.
"Tranquila, solo se le pasó un poco la hora", respondí despreocupado.
"Mis hijos deben estar esperándome preocupados". Apagó rápidamente la computadora y guardó los documentos que tenía en las manos.
"Hasta mañana, jefe", dijo mientras salía apresurada del área.
Yo caminé hacia el ascensor sin prisa. Al llegar al estacionamiento, mi chófer ya me esperaba. "Buenas noches, señor", saludó con respeto.
"Buenas noches, Frank. ¿Alguna novedad?", siempre le preguntaba eso porque él estaba encargado de mi seguridad.
"Todo bien, jefe", respondió mientras abría la puerta del auto para mí. En la distancia, escuché el sonido de un auto que parecía tener problemas para encenderse.
"¿Quién es el desdichado que se quedó varado?", busqué con la mirada el origen del ruido. Ya era tarde y el estacionamiento estaba casi vacío.
"Es su asistente, señor", interrumpió Frank observando en dirección al auto del cual provenía el sonido.
"Interesante", susurré, viendo una oportunidad para acercarme. "Voy a ver qué pasa", dije mientras caminaba hacia Sandra.
"Señor, disculpe la pregunta, pero ¿está interesado en su asistente?", Frank era el único arriesgado lo suficiente como para preguntar algo así.
"Solo quiero ser caballero", respondí con una sonrisa ladeada al llegar al lado del auto de Sandra y tocar su ventana. Ella me miró sorprendida y bajó el vidrio.
"¿Tienes problemas con tu auto?", pregunté casualmente.
"No quiere encender", respondió encogiéndose de hombros.
"Ni mi chófer ni yo somos mecánicos, pero podemos llevarte a tu destino", le dije ante su mirada asombrada y la aprobación silenciosa de Frank.
"No es necesario; llamé a un taxi hace unos minutos", contestó abriendo la puerta del auto.
"Sabes que no me gusta que me desprecien; además, este tipo de favores no los hago con cualquiera", dije con arrogancia.
"No estoy despreciando su gesto, pero no quiero abusar de su buena voluntad".
"Como quiera, Frank, vayamos a casa". No pensaba rogarle a nadie; era yo quien le había propuesto llevarla. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a despreciarme? Furioso, me subí a mi auto. En esta vida, nadie se había atrevido a rechazar a Marcelo Ferrari.
"Creo que su asistente solo no quería molestar", comentó Frank, tratando de suavizar el ambiente.
"No hablaremos del tema", respondí con desdén.
El auto quedó en un silencio abrumador hasta que llegamos a mi casa.
Una vez en la soledad de mi habitación, comencé un monólogo interno. "Esa mujer aprenderá a no despreciarme", murmuré mientras levantaba la copa hacia mis labios. Con la mirada fija en el jardín de mi casa se me ocurrió investigar a esa mujer.
Busqué mi laptop y me senté sobre la cama para investigar sobre Sandra Mehias. Lo que encontré fue impresionante. Al leer su historia, surgieron dos teorías: o era una arribista como decía Beatrix Berlusconi, o realmente luchaba por lo que quería. Conociendo cómo eran las cosas en este mundo, me inclinaba más por la primera opción. Era mucho más fácil casarse con un hombre adinerado y escapar de la pobreza, aunque eso significara enfrentarse al mundo entero, que salir a trabajar para llevar una vida digna.
Fue entonces cuando comprendí que toda esa actitud de mujer íntegra solo era una fachada para manipular a los demás. Y mi tonta hermana había caído en su juego. Pero conmigo no lo lograría; se había encontrado con la horma de su zapato.
La mañana había empezado y era hora de volver a la rutina. Mientras el motor del auto rugía suavemente bajo una fresca mañana y un sol radiante, la frustración se acumulaba en mi pecho. No podía entender cómo Sandra se atrevía a rechazar mi oferta. Era una mujer fuerte, sin duda, pero eso no significaba que debía ignorar la ayuda que le ofrecía.
"Quizás debería haberme mostrado más persuasivo", pensé mientras miraba por la ventana. La ciudad pasaba velozmente, pero mi mente estaba atrapada en un torbellino de ideas. "Si no puedo ganarme su confianza, tendré que buscar una manera diferente de acercarme a ella".
La imagen de su rostro al decir que no seguía martillando en mi mente. Era un desafío que no estaba dispuesto a aceptar. Tal vez lo que necesitaba era un cambio de estrategia. En lugar de ofrecerle ayuda directamente, podría hacer que sintiera que necesitaba mi apoyo sin que yo tuviera que pedirlo.
Con cada kilómetro recorrido, mi determinación crecía. "Puedo jugar este juego mejor que nadie", me dije a mí mismo. "Sandra no tiene idea de lo que soy capaz".
Y así, mientras me acercaba a la empresa, comencé a trazar un plan. Necesitaba crear una situación en la que ella se viera obligada a aceptar mi ayuda, incluso si eso significaba empujarla un poco hacia el borde.
Ella tiene q andarse con cuidado, porq una resbalada y lamalvada exsuegra le quita los niños