La Maldición De Los Dickens

Después de la decepción de no encontrar a los niños, regresamos a Sídney y nos fuimos a descansar. No dormí bien, no podía, mi mente no se callaba daba vueltas entre recuerdos y preguntas sin respuesta.

Por la mañana, el bullicio me sacó de la cama. Voces, órdenes, el aroma del pan recién horneado, las flores. Mi madre y mi abuela estaban en pie desde temprano, supervisando cada detalle del evento como si fuera una gala diplomática.

No es algo que me emocione, nunca lo fue, pero hay una expectativa que no puedo evadir:

si eres el heredero más rico, debes celebrarlo como si fueras también el más feliz.

Así que dejé que el día avanzara como un guion escrito por otros.

Mi madre supervisaba los arreglos florales con la precisión de una estratega militar; mi abuela discutía con el chef sobre el punto exacto de cocción de la langosta y yo observaba en silencio desde la escalera, con una taza de café frío en la mano.

La noche llegó.

La mansión relucía. Cientos de personas llenaban los salones: amigos de la familia, figuras públicas, socios de negocios... el desfile habitual de sonrisas calculadas.

La orquesta toca en vivo, las luces son suaves, los vinos tienen etiquetas en francés que incluso yo no sé pronunciar. Hay langosta, caviar, y un pastel de ocho niveles que costó más que el salario anual de un ministro. Todo en su lugar. Todo diseñado para impresionar.

Me escabullí a uno de los balcones. Un whisky en la mano. Silencio. La ciudad extendida frente a mí, como si fuera mía.

A veces me pregunto si realmente poseo todo esto… o si todo esto me posee a mí.

"¿Te escondes en tu propia fiesta?" preguntó una voz familiar.

Era Harry, con una copa en la mano y su sonrisa medio burlona. Se recargó en la baranda junto a mí.

"Solo estoy tomando aire" respondí.

"Claro. Aire… y media botella de whisky." Respondio

"Tú respiras con whisky desde que tienes diesocho". Dijo Liam detrás de nosotros venia con su novia

Aurora, su novia.

Alma era como una estatua griega envuelta en seda azul. Pelo oscuro recogido, mirada de hielo templado. Inteligente, perspicaz, elegante sin esfuerzo.

"Feliz cumpleaños, Christopher" dijo ella.

"Gracias por venir, Aurora y por acompañar a este desastre" dije, señalando a Liam.

Luego le estreché la mano con fuerza a Liam.

"Me alegra que ambos estén aquí, como todos lo años solo que ahora estamos sin Jackson quien también quiso venir, pero ya saben…

… asuntos familiares" respondi

"Aunque sospecho que solo temía tener que bailar" bromeó Liam

Todos reímos y por un momento, me sentí humano.

Pero entonces, aparecio Josh y me informó que todos esperaban el discurso. Suspiré y volvimos a entrar.

La sala principal enmudeció apenas aparecí. Vi a mi madre cerca del escenario, hermosa, elegante, con los ojos humedecidos de orgullo. Mi abuela sentada en primera fila, altiva, como si dirigiera la escena con el solo gesto de sus manos. Y mi padre, de pie, serio, pero con esa calidez que pocos le conocen.

Tomé el micrófono. Todos me observaban como si esperaran algo memorable.

"Gracias por venir" dije con firmeza.

"Cumplir años, para muchos, es sumar tiempo. Para mí, a veces es restar certezas. Cada año, el poder crece… y con él, la distancia. La soledad se disfraza de éxito y el silencio, de elegancia.

Hice una pausa. Nadie se movía.

"Pero hay cosas que no cambian: la voz de mi madre cuando me llama por mi nombre, el consejo firme de mi padre, y las manos de mi abuela que todavía me alisan el cuello de la camisa antes de salir"

Miré hacia ellos.

"Si hoy estoy aquí, es porque ellos nunca dejaron de estarlo y si todavía no me he vuelto completamente de piedra, es por ellos y por estos dos idiotas que están ahí" señalé a Harry y Liam

Todos aplaudieron. Pero no por protocolo. Esta vez, sentí que había tocado algo real.

"Brindo por los presentes y por los ausentes" añadí, con la vista en el horizonte, sin mencionar nombres.

Bajé del escenario. Mi madre me abrazó fuerte, mi abuela me tocó la cara como cuando era niño, mi padre me palmeó el hombro, firme, en silencio y junto a ellos, mis amigos, sin poses.

Esa noche fue la más llena y la más vacía de todas. Porque aunque me rodeaba el lujo, la orquesta y las luces, yo solo pensaba en una cosa:

El final de mi hilo rojo