Sofía es una joven que ha crecido en la soledad de la orfandad, enfrentándose a una serie de tormentos internos que la han marcado desde su infancia. En su búsqueda de pertenencia y amor, se cruza con Lucius, un enigmático hombre que posee una esencia sombría y que, a lo largo de su vida, jamás ha experimentado la calidez de los sentimientos. A medida que sus caminos se entrelazan, Sofía se enfrenta al desafío de luchar contra la atracción que siente hacia él y las sombras que parecen rodearlo. ¿Podrá encontrar la fuerza necesaria para resistirse a su cautivadora belleza y, al mismo tiempo, desentrañar los misterios de su alma oscura, o sucumbirá a su hechizo, perdiéndose en el abismo de su atracción?
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dolor
Me dispuse a preparar la tarta, y en ese instante, la felicidad que sentía era absoluta. Cuando finalmente la saqué del horno, todo parecía perfecto. Aprovechando que nadie me estaba mirando, salí sigilosamente de la cocina con Catalina, quien se encargaba de cubrir la tarta con esmero.
Al llegar al gran salón, donde las niñas ya se encontraban reunidas, listas para rezar antes de dormir, no pude evitar sonreír al verlas.
¡Traje una sorpresa! exclamé con alegría mientras colocaba la tarta en una mesa. Comencé a cortarla en múltiples porciones, asegurándome de que nadie quedara sin la oportunidad de probar una deliciosa rebanada.
Catalina y yo decidimos sentarnos a verlas, y ni siquiera probamos lo que había, pero estábamos felices en nuestra pequeña burbuja de alegría.
Cuando terminó el rezo, todas las niñas se fueron a la cama, dejando el ambiente lleno de calma.
A la mañana siguiente, una de las chicas me despertó con prisa. ¡Sofía, la señorita Roberta está en la cocina y quiere golpear a Catalina!, me dijo con voz temblorosa. Sin pensarlo dos veces, me levanté de un salto y corrí descalza hacia la cocina. Al entrar, vi la expresión de miedo en el rostro de Catalina, y todo cobró sentido cuando noté las cáscaras de mango esparcidas sobre la mesa. Esa imagen me iluminó y comprendí lo sucedido.
Dime de dónde sacaron ese mango, exclamó Roberta, mientras golpeaba la mesa con su bastón y sostenía su rosario con la otra mano, su expresión era una mezcla de indignación y desafío.
Yo fui, respondí, llenándome de miedo, aunque sabía que no podía permitir que Catalina fuera castigada por mi error. La culpa me apretaba el pecho como un nudo.
Catalina me miró de reojo, sus ojos comunicaban una advertencia silenciosa, y movió la cabeza en desaprobación, insitándome a guardar silencio y no revelar la verdad.
Sabía que debías estar involucrada en esto. Siempre has sido un problema, por eso nadie quiso recibirte en su familia. A donde quiera que vas, generas problemas. Pero ahora mismo, necesito que me digas de dónde lo sacaste, me dijo la señorita Roberta, asiendo mi brazo con fuerza y hundiendo sus uñas en mi piel.
Yo fui al río, y la fruta estaba colgando de un árbol, respondí, temblando de miedo.
¿Saliste? exclamó Roberta, arrastrándome por el pasillo hasta llegar a una habitación repleta de imágenes religiosas. Sin previo aviso, me hizo arrodillar en el suelo.
Cerré los ojos, consciente de lo que estaba por suceder. En cuestión de segundos, un intenso dolor atravesó mi espalda; el golpe del fuete de Roberta me impactó con fuerza, tanto que empecé a cuestionar si realmente podía sentir. El sonido del látigo cortaba el aire y resonaba en mi mente, mientras contaba las veces que me golpeaba, quedando cada vez más confundida.
En medio de esa tormenta de dolor, logré escuchar la entrada de la madre Yolanda. Su presencia era como un rayo de esperanza en aquel momento tan oscuro.
—¡Por Dios, Roberta, te has vuelto loca! —exclamó Yolanda con preocupación al verme en el suelo, luchando por incorporarme.
—No te metas, Yolanda —respondió Roberta, su respiración era agitada y su mirada transmitía puro desprecio—. Ella vive de la limosna de este lugar y aún se atreve a salir.
Las palabras de Roberta estaban cargadas de rabia, y el ambiente se tornaba cada vez más tenso mientras Yolanda intentaba mediar en una situación que claramente había escalado demasiado.
Yolanda me tomó de la mano y me guió fuera de allí, llevándome hasta mi habitación. El dolor era tan intenso que, de repente, perdí el conocimiento y me desmayé.
Al abrir los ojos, vi a Catalina y a la madre Yolanda a mi alrededor, mientras yacía boca abajo. La escena era confusa y el aire estaba impregnado de un silencio tenso.
“¡No te muevas, Sofi!” me advirtió Catalina con preocupación en su voz. Mientras me decía esto, limpiaba las lágrimas que brotaban de sus ojos, mirándome con una mezcla de angustia y desesperación. Sin embargo, no pude responderle; el dolor que sentía era tan intenso que me hizo perder nuevamente el conocimiento.
Sofi, no puede quedarse aquí ni un momento más. Roberta podría hacerle daño si se repite esta situación, exclamó la madre Yolanda, visiblemente preocupada. Mañana mismo me encargaré de encontrarle un trabajo lejos de este lugar.
Catalina, por su parte, expresó su desconcierto: No entiendo por qué la odia tanto.
Sofi es una persona fuerte y desafiante, dotada de una gran inteligencia y sin miedo ante ninguna situación. Esta valentía innata provoca temor en Roberta. Susurró la madre, Yolanda, dejando escapar un profundo suspiro mientras sus ojos se posaban en la espalda de Sofi, que estaba cubierta de sangre y marcada por diversas heridas.