CADA DÍA

...[¿Quieres?]...

Las semanas pasaron más rápido de lo que esperaba. Entre clases, trabajos finales y momentos con Areu, el tiempo parecía deslizarse entre mis dedos sin que pudiera detenerlo. Ahora estaba a solo días de graduarme, un sueño que había perseguido durante años, y, por primera vez, sentía que el futuro me sonreía de verdad.

Areu y yo habíamos construido algo que no sabía cómo definir. No era solo la química explosiva, ni las conversaciones hasta la madrugada; era la forma en la que me miraba cuando pensaba que no me daba cuenta, o cómo me hacía sentir que el mundo se detenía cada vez que rozaba mi piel.

Las dudas que alguna vez tuve sobre él, sobre sus silencios y las cosas que parecía ocultar, se habían desvanecido. No porque las respuestas hubieran llegado, sino porque decidí dejar de hacer las preguntas. Confiar en él se sentía más fácil que vivir con la incertidumbre.

Ese día, después de mi última clase, recibí un mensaje suyo: “Te espero en el lugar de siempre. Tengo una sorpresa.”

Sabía que cuando Areu decía sorpresa, podía significar cualquier cosa. Desde una cena elegante hasta aparecer en la puerta de mi departamento solo para llevarme a dar una vuelta sin rumbo. Sonreí mientras guardaba el teléfono.

Me encontré con él en una pequeña cafetería que se había convertido en nuestro refugio, ese rincón donde las horas pasaban sin darnos cuenta. Estaba allí, sentado junto a la ventana, su café ya servido, con esa expresión seria que siempre parecía llevar consigo, como si el mundo pesara más sobre sus hombros que sobre el resto de las personas.

Pero cuando me vio, sonrió. Y eso fue suficiente para que mi corazón hiciera ese estúpido salto que nunca lograba controlar.

—Llegas justo a tiempo, —dijo, poniéndose de pie para besarme en la mejilla. Su cercanía, como siempre, era un imán del que no quería escapar.

Nos sentamos, hablamos de tonterías, de la universidad, de cómo Samay estaba obsesionada con organizar una fiesta de graduación épica. Areu escuchaba con atención, su mano rozando la mía de vez en cuando, como si necesitara ese contacto para mantenerme anclada a él.

Y entonces, de repente, guardó silencio. Sus dedos jugaron con la taza, su mirada fija en el borde de cerámica. Sabía ese gesto. Era su forma de pensar demasiado antes de decir algo importante.

—Katherine, —murmuró, levantando la vista. Su voz tenía un matiz diferente, más grave, más… vulnerable.

Lo miré, esperando.

—Estas semanas contigo han sido… —hizo una pausa, como si buscara las palabras exactas—. Diferentes a todo lo que había vivido antes.

Sonreí suavemente, sin saber si debía responder o dejarlo continuar.

—Sé que no soy el tipo más fácil, —agregó, con una media sonrisa que no le llegaba del todo a los ojos—, pero tú… has hecho que quiera serlo. Y…* —tomó aire— quiero preguntarte algo.

Mi corazón latía tan fuerte que me sorprendió que no lo escuchara.

—¿Quieres ser mi novia?

La pregunta quedó flotando en el aire, simple y poderosa al mismo tiempo.

Lo miré, sintiendo una mezcla de emociones arremolinándose dentro de mí. Y, sin pensarlo demasiado, sonreí.

—Sí, —respondí, con el corazón desbordándose en el pecho—. Sí, quiero.

Su sonrisa, esa sonrisa que rara vez mostraba de verdad, iluminó su rostro. Se inclinó hacia mí, sus labios encontrando los míos en un beso que selló más que una respuesta.

Salimos de la cafetería tomados de la mano, el mundo alrededor desapareciendo mientras caminábamos sin rumbo fijo.

Esa noche, en su penthouse, tumbados en el sofá con una copa de vino en la mano, hablamos de todo y de nada. Le conté sobre la empresa en la que iba a trabajar después de graduarme, sobre lo emocionada que estaba por comenzar ese nuevo capítulo.

Y entonces, entre risas, le mencioné lo increíble que me había parecido descubrir que esa empresa le pertenecía.

—¿Cómo lograste no decirme nada cuando lo mencioné por primera vez? —le pregunté, divertida.

Él se encogió de hombros, con esa sonrisa enigmática que tanto me gustaba.

—Quería que te sorprendieras sola, —respondió, besando mi frente.

No sabía si eso era todo o si había más detrás de su silencio, pero en ese momento no importaba.

Por ahora, todo estaba bien. Y decidí aferrarme a eso.