"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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Hermano
El auto negro se detuvo frente a una gran mansión de estilo neoclásico, rodeada de jardines perfectamente cuidados y protegida por una imponente reja de hierro. La fachada, elegante y majestuosa, reflejaba el esplendor de la familia Moretti. El hombre de cabello negro y ojos azules, vestido con un traje a medida, bajó del vehículo con un paso seguro. Al ajustar su reloj, se giró hacia su conductor, quien lo miraba expectante desde su asiento.
—Espérame, Roberto. Debemos volver a la oficina en cuanto termine aquí —dijo Nicolás con tono firme.
Roberto, el conductor, asintió respetuosamente, acostumbrado a las exigencias del joven empresario. Nicolás se ajustó la chaqueta antes de girarse hacia la entrada de la mansión, cruzando la puerta principal con una mezcla de nostalgia y determinación en el rostro. Era raro que tuviera tiempo de visitar a su familia, y sabía que su madre aprovecharía cada minuto para recordárselo.
La primera persona en recibirlo fue una mujer mayor, de cabellos grises cuidadosamente recogidos en un moño bajo. Llevaba un delantal blanco inmaculado y una sonrisa que reflejaba toda la calidez de los años que había dedicado a cuidar de los Moretti.
—¡Joven Nicolás! —exclamó ella, dejando de lado un plumero y acercándose a él con los brazos extendidos—. ¡Qué alegría verlo en casa!
Nicolás le devolvió una sonrisa que reservaba para muy pocas personas, una de esas sonrisas que apenas suavizaban sus rasgos habitualmente serios.
—Nana Mila, me da gusto verte. —Su tono fue más suave de lo habitual, cargado de un afecto que raramente mostraba.
La mujer asintió, claramente emocionada, antes de volver a sus tareas mientras Nicolás avanzaba por el amplio vestíbulo, decorado con candelabros antiguos y cuadros de paisajes italianos. Apenas había dado unos pasos cuando escuchó el sonido de unos tacones descender por las escaleras de mármol. Era su madre, elegantemente vestida con un conjunto de seda color perla, que resaltaba su porte refinado y su mirada siempre amable.
—Nicolás, qué alegría que nos visites —dijo ella, acercándose para darle un beso en la mejilla—. El trabajo últimamente no te deja venir a ver a tus viejos padres, ¿verdad?
Nicolás la miró con una sonrisa sutil, de esas que apenas levantaban la comisura de sus labios.
—Madre, también te quiero —respondió con un tono de ligera burla.
La mujer le dio un suave golpe en el brazo, simulando molestia, aunque una sonrisa escapaba de sus labios pintados de un tono discreto.
—Vamos, hay que comer algo. He preparado tu postre favorito.
Nicolás negó suavemente con la cabeza, ajustando su corbata, una de esas que siempre llevaba perfectamente anudada.
—No tengo tiempo, mamá. Vine porque papá lo pidió, pero debo volver al trabajo en cuanto termine aquí. Tengo que atender a unos inversionistas y luego daré una conferencia importante.
La mirada de su madre cambió de inmediato a una expresión de reproche, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Por Dios, hijo, debes descansar un poco. Tu obsesión por el trabajo no me ha dado una nuera, ¿sabes? Ya deja de desperdiciar tu vida metido en una oficina —lo regañó, aunque en su tono se notaba el cariño maternal.
Nicolás esbozó una sonrisa cansada, acostumbrado a esos comentarios. Pero antes de que pudiera responder, su madre continuó, ahora con una emoción mal disimulada en su voz.
—Por suerte, ayer conocí a una mujer muy elegante. Su esposo también estaba allí, habló con tu padre, y pensamos que quizá nuestros hijos podrían salir y conocerse.
Los ojos de Nicolás se entrecerraron ligeramente, y de inmediato negó con la cabeza, adelantándose a lo que su madre estaba por proponerle.
—No más citas a ciegas, madre. Lo prometiste.
La mujer lo miró con ojos de cachorro, una técnica que conocía que rara vez fallaba con su hijo mayor. Era una de las pocas debilidades de Nicolás, la manera en que su madre siempre conseguía algo de él con ese gesto.
—Es una jovencita muy linda, estoy segura de que te agradará. Solo queremos que la conozcas, nada más —insistió, suavizando la voz, como si le estuviera pidiendo el favor más pequeño del mundo—. Además, ya organizamos un encuentro con Javier. Tiene dos pretendientas, y nos pareció justo presentarte a alguien a ti también.
Nicolás resopló, sin poder evitar sonreír. Sabía que la mirada de su madre era su punto débil, ese gesto tierno que siempre lo hacía ceder, aunque a regañadientes.
—Bien, pero solo porque no puedo resistirme a esa mirada —dijo finalmente, cruzando los brazos en señal de rendición.
La sonrisa de su madre se iluminó como un amanecer, y lo abrazó de inmediato, como si temiera que se arrepintiera en el último segundo. Nicolás apenas pudo reaccionar, soltando una pequeña risa, cosa que casi nunca hacía.
Sin embargo, antes de que la conversación pudiera alargarse más, el padre de Nicolás apareció al pie de las escaleras. Un hombre de semblante serio, con el cabello canoso cuidadosamente peinado hacia atrás, y un traje gris oscuro perfectamente planchado. Miró a su hijo con la misma frialdad con la que solía enfrentar al mundo, y le extendió un sobre con documentos.
—Aquí tienes lo que pediste, Nicolás —dijo el hombre, sin un atisbo de calidez en la voz.
La madre de Nicolás lo miró con desaprobación, entrecerrando los ojos. El padre, notando la mirada, suavizó un poco su expresión y, aunque de manera torpe, intentó mostrar algo de afecto.
—Bienvenido a casa, hijo.
Nicolás asintió y aceptó los documentos, guardándolos en su maletín. Sabía que esa era la manera en que su padre mostraba su cariño: siendo eficiente y directo. En contraste, su madre era la dulzura personificada, siempre preocupada por el bienestar emocional de su familia.
—Gracias, padre. —La frialdad de su tono no ocultaba la pequeña sonrisa que le dedicó a su madre.
Pasaron un rato hablando sobre los negocios familiares, aunque la madre de Nicolás intentaba desviar la conversación hacia temas más personales. Finalmente, Nicolás se levantó y anunció que debía irse, recordándoles su compromiso en la oficina.
Cuando estaba a punto de salir por la puerta principal, se cruzó con su hermano menor, Javier, que venía desde el jardín, con el cabello revuelto y el rostro aún ligeramente sudado por alguna actividad al aire libre.
—Hermano, ¿qué tal la universidad? —preguntó Nicolás, sonriendo al ver al joven de semblante serio que tanto le recordaba a él mismo en sus años de estudiante.
—Bien —respondió Javier con su tono habitual, pero al ver la sonrisa de Nicolás, esbozó una pequeña sonrisa que reservaba solo para su hermano mayor.
Nicolás se acercó y le dio un fuerte abrazo, palmándole la espalda con fuerza.
—Sigue así, Javier. Pronto estarás en la oficina, como el dueño al igual que yo.
Javier lo miró, con una determinación reflejada en sus ojos oscuros.
—No lo dudes, Nicolás.
Antes de girarse hacia la puerta, Nicolás hizo una pausa y miró a su hermano con una seriedad inusual.
—Ten cuidado con Cassandra. Ella y su familia no me agradan, así que cuida tus espaldas y no te dejes envenenar por tus amistades.
Javier asintió, comprendiendo la advertencia. Sabía que, aunque Nicolás no solía expresar sus preocupaciones, cuando lo hacía, era por algo importante.
—Lo tendré en cuenta, hermano —respondió, mirándolo a los ojos con la misma intensidad.
Sin más que decir, Nicolás salió de la mansión, con la firmeza que lo caracterizaba, mientras el motor del auto se encendía. Subió al vehículo y le hizo una señal a Roberto para que arrancara. Al mirar por la ventanilla, vio a su madre despidiéndose desde la puerta con una mano en alto y una sonrisa en el rostro. Aunque no lo admitiría abiertamente, Nicolás sintió un pequeño calor en el pecho al ver la imagen de su madre, siempre preocupada por él, aun cuando su vida se había convertido en una carrera sin fin.
(javier)
se que a algunos no les gusta mucho las imagenes en el libro, pero a mi me gusta mostrarles un poco para que se tengan un poquito mas de ideas sobre lo que imagino al escribir.
(la mansión)
(Padre)
(madre)