En un giro del destino, Susan se reencuentra con Alan, el amor de su juventud que la dejó con el corazón roto. Pero esta vez, Alan regresa con un secreto que podría cambiar todo: una confesión de amor que nunca murió.
A medida que Susan se sumerge en el pasado y enfrenta los errores del presente, se encuentra atrapada en una red de mentiras, secretos y pasiones que amenazan con destruir todo lo que ha construido.
Con la ayuda de su amigo Héctor, Susan debe navegar por un laberinto de emociones y tomar una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre: perdonar a Alan y darle una segunda oportunidad, o rechazarlo y seguir adelante sin él.
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El fantasma del pasado
Capítulo 18.
El taxi avanzaba lentamente por las calles cubiertas de nieve, mientras Susan miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos. Las luces de la ciudad brillaban como destellos fríos, reflejando el caos en su mente. Aunque estaba de vuelta en Alemania, sentía como si una parte de ella hubiera quedado atrapada en su pasado, en esas conversaciones que habían removido tantas heridas abiertas.
Llegó a su apartamento, un espacio cálido que debería haberle dado alivio, pero en cambio la hacía sentir como una extraña. Subió las escaleras con pasos pesados y abrió la puerta para encontrar a Héctor y los niños reunidos en el sofá. Las risas de los pequeños al ver una película llenaban la sala, y su simple felicidad le arrancó una sonrisa.
—¡Mami! —gritaron los gemelos al verla, corriendo para abrazarla.
Susan los envolvió en sus brazos con fuerza, sintiendo que ellos eran su ancla en medio de toda la confusión.
—¿Cómo estuvieron estos días? —preguntó, fingiendo normalidad.
Héctor, que estaba sentado junto a ellos, se acercó a ella y la abrazó con calidez.
—Todo bien, aunque te extrañamos. ¿Cómo te fue?
Susan forzó una sonrisa.
—Fue... interesante.
Aunque Héctor no insistió en saber más, la miró con esa expresión de saber que algo no anda bien, pero respeta el silencio. Ella se unió al grupo en el sofá, viendo la película sin realmente prestarle atención, mientras su mente volvía al encuentro con Alan, a sus palabras, a esa conexión que aún no podía negar.
Después de la cena, Héctor se ofreció a llevar a los niños a la cama. Susan se quedó sola en la sala, el zumbido del televisor llenando el espacio vacío. Intentaba encontrar algo de paz, pero todo lo que podía escuchar eran las palabras de Alan, resonando en su cabeza: “Quiero demostrarte que te amo, que puedo cambiar...”
El sonido del timbre rompió el silencio, haciéndola sobresaltarse. Se levantó con rapidez, pensando que sería un vecino o un repartidor. Pero al abrir la puerta, el aire se le escapó al ver a Alan de pie frente a ella. Su abrigo oscuro estaba cubierto de nieve, y su mirada intensa irradiaba una mezcla de determinación y vulnerabilidad.
—¿Alan? ¿Qué haces aquí? —preguntó, tratando de ocultar su sorpresa.
—Necesito hablar contigo, Susan —dijo él con firmeza, sin dar indicios de querer marcharse.
Susan dudó por un instante. Algo en su mirada le pedía que lo dejara entrar.
—Está bien. Pasa.
Alan entró en el apartamento, su presencia llenando la habitación con una tensión palpable. Se sentó en el sofá, pero no se acomodó; sus manos se entrelazaban como si intentara contener algo más grande que sus palabras. Susan permaneció de pie, cruzando los brazos, tratando de mantener la distancia emocional que tanto le había costado construir.
—¿Qué quieres decirme? —preguntó, con la voz neutral, casi fría.
Alan tomó aire, como si estuviera a punto de lanzarse al vacío.
—Quiero decirte que te amo, Susan. Que siempre te he amado.
Susan sintió cómo esas palabras la golpeaban, despertando algo que había tratado de enterrar por años.
—Alan... —empezó a decir, pero él la interrumpió.
—No, déjame terminar. Sé que no puedo cambiar el pasado. Sé que te fallé y que te lastimé como nadie debería. Pero también sé que he cambiado. Estos seis años me han enseñado lo que realmente importa, y lo único que importa eres tú.
Susan lo miró, tratando de mantener la compostura.
—Alan, ya te lo dije... esto no puede volver a ser.
Alan se levantó y dio un paso hacia ella.
—Susan, escúchame. No vine aquí a pedirte que me aceptes de inmediato. Solo quiero que sepas que estoy dispuesto a luchar por ti, por nosotros. No importa cuánto me odies, cuánto trates de alejarme. Estoy aquí porque tú eres mi hogar.
Susan lo miró fijamente, su interior dividido entre la ira, la tristeza y algo más profundo que no podía nombrar.
—¿Por qué ahora, Alan? ¿Por qué después de todo este tiempo decides venir y decirme esto?
—Porque te vi, Susan. Te vi y entendí que nunca dejé de amarte. Vi en tus ojos algo que me recordó todo lo que fuimos, y lo que podríamos haber sido si no hubiera sido tan idiota.
La sala quedó en silencio. El sonido del televisor era apenas un murmullo lejano. Susan sentía que su corazón latía con fuerza, y no estaba segura de si era por el enojo o porque esas palabras habían alcanzado un rincón de ella que aún creía en el amor.
Finalmente, con la voz temblorosa, dijo:
—Alan, tal vez tú sigas viviendo en el pasado, pero yo he construido una vida aquí. Mis hijos son mi prioridad, y no voy a dejar que alguien como tú venga a desestabilizar eso.
Alan asintió lentamente, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Lo entiendo. Pero quiero que sepas que no voy a rendirme. Haré lo que sea necesario para demostrarte que puedes confiar en mí otra vez.
Susan no respondió, solo le indico la puerta una vez que este salió ella cerró la puerta detrás de él sin decir una palabra más, dejando que la nieve y el frío se lo llevaran. Se apoyó contra la puerta, sintiendo el peso de todo lo que acababa de pasar. Por más que quisiera seguir adelante, sabía que Alan había removido algo que ella había intentado ignorar durante demasiado tiempo.
Al día siguiente, mientras miraba a sus hijos jugar, una pregunta seguía rondando su mente: ¿Puede alguien realmente cambiar? Y más importante aún, ¿estaba ella dispuesta a averiguarlo?