Bajo La Luz Del Amanecer

El día amaneció con una extraña calma en la casa, como si todos estuvieran guardando energías para lo que vendría. Theo y Nikos ya estaban en la sala, revisando los nuevos informes que habían recibido esa madrugada. Aunque intentaban mantener sus preocupaciones en privado, sus miradas serias hablaban más que cualquier palabra.

Ariadna bajó las escaleras, sintiendo la atmósfera tensa. No pudo evitar pensar que su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo, pasando de preocupaciones triviales a vivir con la constante amenaza de un hombre que no conocía personalmente pero que ya era un fantasma en sus días.

—¿Hay algo nuevo? —preguntó, acercándose a sus hermanos.

Theo levantó la vista, dudando por un momento antes de hablar.

—No mucho, pero lo suficiente para preocuparnos. Los movimientos del padre de Eryx parecen más estratégicos de lo que pensábamos. Está reclutando aliados.

Ariadna frunció el ceño.

—¿Qué tipo de aliados?

—Gente con mucho poder, tanto económico como político —respondió Nikos, dejando caer una carpeta sobre la mesa—. Este hombre no solo quiere desestabilizarnos; quiere borrar cualquier posibilidad de que podamos responder.

Ariadna tomó asiento, sintiendo cómo el peso de las palabras de Nikos se hundía en su pecho.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—Planeamos —dijo Theo, con firmeza—. Si él quiere jugar al ajedrez, nosotros vamos a jugar mejor.

Mientras tanto, Eryx estaba en el patio trasero, practicando con un saco de boxeo improvisado. Cada golpe que lanzaba parecía un intento de deshacerse de la frustración acumulada, de toda la rabia y la impotencia que llevaba dentro.

Ariadna lo encontró allí poco después. Se quedó observándolo por unos minutos, admirando la fuerza con la que enfrentaba sus propios demonios. Sin embargo, también vio la vulnerabilidad que escondía detrás de cada golpe.

—Eryx —dijo finalmente, llamando su atención.

Él se detuvo, girándose hacia ella mientras respiraba con dificultad.

—¿Qué pasa?

—Theo y Nikos tienen información nueva. Creen que tu padre está preparando algo grande.

Eryx apretó los labios, quitándose los guantes antes de acercarse a ella.

—¿Qué tipo de información?

—No saben exactamente qué es, pero parece que está reuniendo aliados poderosos.

Él asintió lentamente, sus ojos oscuros mostrando una mezcla de preocupación y determinación.

—No me sorprende. Ese es su estilo: usar a otros para hacer su trabajo sucio.

Ariadna dio un paso hacia él, colocando una mano en su brazo.

—No estás solo en esto, Eryx. Estamos aquí contigo.

Por un momento, Eryx simplemente la miró, como si sus palabras fueran la única ancla que tenía en un mundo caótico.

—Lo sé, Ariadna. Y no puedo agradecerte lo suficiente por eso.

Más tarde, la tensión en la casa se rompió con la llegada de una visita inesperada. Una camioneta negra se detuvo frente a la entrada, y Theo salió inmediatamente para averiguar de quién se trataba. Cuando abrió la puerta, encontró a un hombre alto y corpulento, vestido con un traje oscuro y gafas de sol.

—¿Quién eres y qué quieres? —preguntó Theo, sin molestarse en disimular su desconfianza.

El hombre se quitó las gafas, revelando unos ojos grises que parecían escanear todo a su alrededor.

—Mi nombre es Andreas. Vengo con un mensaje para Eryx.

Theo cruzó los brazos, bloqueando la entrada.

—Si tienes algo que decirle, dímelo a mí.

—No puedo hacer eso —respondió Andreas, con calma—. Esto es algo que solo él puede escuchar.

En ese momento, Eryx apareció detrás de Theo, con el ceño fruncido.

—¿Qué está pasando?

—Este hombre dice que tiene un mensaje para ti —respondió Theo, sin apartar la mirada de Andreas.

Eryx avanzó, deteniéndose frente al extraño.

—Habla.

Andreas sacó un sobre del bolsillo interior de su chaqueta y se lo entregó a Eryx.

—Es de tu padre.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Eryx miró el sobre como si fuera una bomba a punto de explotar, antes de tomarlo con manos tensas.

—¿Qué quiere ahora?

—Eso tendrás que descubrirlo por ti mismo —respondió Andreas, antes de darse la vuelta y regresar a la camioneta.

De vuelta en el interior de la casa, todos se reunieron alrededor de la mesa mientras Eryx abría el sobre. Dentro había una carta escrita con una caligrafía impecable, que le resultaba demasiado familiar.

"Querido hijo,

Sé que piensas que soy tu enemigo, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Todo lo que he hecho ha sido por nuestro legado, por proteger lo que es nuestro. Sin embargo, me doy cuenta de que nuestras diferencias nos han llevado a este punto de conflicto. Por eso te propongo un encuentro. Sin armas, sin aliados. Solo tú y yo. Si realmente quieres resolver esto, ven a la dirección que adjunto al final de esta carta. Espero verte allí.

Con afecto,

Tu padre"

Eryx dejó caer la carta sobre la mesa, su mandíbula tensándose mientras procesaba las palabras de su padre.

—Es una trampa —dijo Theo, rompiendo el silencio.

—Por supuesto que lo es —respondió Eryx—. Pero eso no significa que pueda ignorarla.

Ariadna negó con la cabeza, sus ojos llenos de preocupación.

—Eryx, no puedes ir. Es demasiado arriesgado.

—¿Y qué alternativa tengo? —preguntó él, mirándola con intensidad—. Si no hago nada, seguirá avanzando hasta que no quede nada de lo que intento proteger.

Nikos intervino, intentando calmar las cosas.

—Si decides ir, no irás solo. Nos aseguraremos de que estés cubierto.

Eryx asintió, aunque su expresión seguía siendo sombría.

—De acuerdo. Pero esto es algo que tengo que enfrentar personalmente.

Esa noche, Ariadna se encontró incapaz de dormir. Sabía que Eryx tenía razón, pero la idea de que enfrentara a su padre la llenaba de un miedo que no podía ignorar. Finalmente, se levantó y fue a buscarlo.

Lo encontró en la sala, sentado frente a la chimenea con la carta aún en sus manos.

—No puedo evitar preocuparme por ti —admitió, sentándose a su lado.

Eryx le sonrió débilmente, dejando la carta sobre la mesa.

—Lo sé, Ariadna. Y no sabes cuánto significa eso para mí.

Ella tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de él.

—Prométeme que tendrás cuidado.

—Lo prometo.

Y aunque sus palabras eran sinceras, ambos sabían que el camino que tenían por delante sería cualquier cosa menos seguro.