La esposa del emperador murió y el alma de una mujer que pertenecía a otro mundo entra a su cuerpo y tendrá que tomar las riendas de su nueva vida.
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Capítulo 24
Capítulo 24
Luego que el emperador David me dejara en la puerta de mi palacio, me adentro y me encuentro con mi doncella María, quien me estaba esperando muy cerca de la puerta. Tenía la cara preocupada y se la veía muy nerviosa. Al verme atravesar la puerta, se acercó corriendo a mi lado.
-¡Majestad! Que bueno que llegó. ¡La están esperando!
-¿Quién me está esperando?
Digo extrañada, desde que desperté en este cuerpo nadie ha venido a visitarme y que ahora alguien esté aquí para verme, sí que me deja intranquila.
Antes de que María pudiera abrir la boca para responderme, se escucha una voz proveniente de la puerta de la sala.
-Ha!! Te has dignado a aparecer maldita ingrata. Ven aquí de inmediato.
Muevo la mirada hacia el lugar de donde proviene esa desagradable voz, encontrándome con una persona igual de desagradable. El sujeto que habló, era un hombre de baja estatura, no era gordo pero tampoco delgado. Tenía una mirada de asco hacia mí, lo cual me generó dudas sobre su identidad. Pero rápidamente esas dudas fueron dejadas de lado, por la certeza.
-¡Que estás esperando Iris, muchacha ingrata, obedece a tu padre en este instante!
Detrás del hombre que ahora confirmo, es mi padre, o bueno mejor dicho el padre de Iris, estaba una mujer. Ella sí que era una preciosura por fuera, pero sé bien, después de lo que le hizo a su propia hija, que es en realidad un monstruo.
Como yo no era su hija de verdad y sabía bien quienes eran ellos, no tuve ni una pizca de compasión con ellos.
-¿Quiénes son y que hacen aquí? ¿Y como es posible que se refieran a la emperatriz, de esa manera tan arrogante?
-¿Cómo dices muchacha insolente?
Dijo mi ahora madre, se le salían los ojos casi de la impresión de que yo le contestara así.
-Mi señora ha perdido su memoria, gracias a un accidente. No recuerda quienes son ustedes.
-¿Qué es eso? ¿Es verdad que no recuerdas quienes somos?
Dice el idiota de mi padre, podía ver que en sus ojos, traslucía una imagen de oro. Ni crea que obtendrá algo de mí, este viejo asqueroso.
-Así es. Tuve un accidente y no los recuerdo.
-Bueno, eso no... nos importa ahora. Hemos venido a buscar nuestro dinero.
Dijo mi madre haciéndose la tonta. Como si yo creyera que en verdad Iris les daba dinero, si Iris solo se quedaba encerrada y no manejaba ni un poco de dinero, mucho menos les daría algo a estos buitres.
-¿Qué dinero?
-El que nos envías todos los meses. Hace rato que no lo estamos recibiendo y lo necesitamos. Somos personas humildes, no nos alcanza para comprar lo necesario. Tú eres una emperatriz, es obvio que nos darías algo a nosotros, tus padres, quienes te hemos criado para que seas una buena emperatriz.
Me quería reír en sus caras, mira que decir que están pasando hambre, cuando tienen en la ropa una fortuna. Además, esta estaba decorada con muy lindas joyas.
-Vende esas joyas que tienen y obtendrán el dinero que se merecen. De mí no obtendrán nada.
-Como puedes decir eso. Somos tus padres.
Dijo mi madre enojada por mi osadía.
-Eso a mí no me importa. Ustedes no se preocuparon por mí en este tiempo y yo ahora no me preocupó por ustedes. ¡Ahora largo!
-Muchacha del demonio, no nos iremos sin ese dinero, aunque tenga que sacártelo a los golpes.
Dijo mi padre, mientras se acercaba a mí con la intención clara de golpearme. Antes de llegar a mí, pegué un fuerte grito para los guardias, que estaban apostados en la entrada.
-¡Guardias!!
Rápidamente, entraron seis guardias con las espadas desenvainadas.
-¡Majestad! ¿Qué sucede?
Dijo el capitán, quien era el encargado de mi seguridad y con quien tenía muy buena relación, ya que lo invitaba a charlar sobre la seguridad del lugar.
-Acompañen a estas personas afuera de los terrenos imperiales. Desde ahora, tienen prohibida la entrada a mi palacio otra vez.
Les dije con enojo. Luego mire a mis padres que me miraban asombrados de que me defendiera de ellos y les dije.
-Si vuelven a venir aquí, serán mandados a los calabozos y me encargaré de que sean azotados para que aprendan una lección.
Al terminar mis palabras, los guardias se llevan a la pareja a las rastras de mi palacio. María me veía asombrada.
-Majestad, no puedo creer que le haya hecho frente a sus padres.
-Ya era hora de que pagaran un poco sus pecados como padres. Ya era hora que alguien les haga pagar.
-Tiene razón majestad, cuando llegaron todos nos pusimos muy nerviosos. Entraron exigiendo verla y por sus maneras de ser pensamos lo peor. Menos mal que se supo defender bien de ellos.
- Ja ja ja\, ahora olvidémonos de este desafortunado encuentro y es vayamos a disfrutar de la tarde.
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