Sinopsis
Enzo, el hijo menor del Diablo, vive en la Tierra bajo la identidad de Michaelis, una joven aparentemente común, pero con un oscuro secreto. A medida que crece, descubre que su destino está entrelazado con el Inframundo, un reino que clama por su regreso. Sin embargo, su camino no será fácil, ya que el poder que se le ha otorgado exige sacrificios inimaginables. En medio de su lucha interna, se cruza con un joven humano que cambiará su vida para siempre, desatando un romance imposible y no correspondido. Mientras los reinos se desmoronan, Enzo deberá decidir entre el poder absoluto o el amor que nunca será suyo.
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Capítulo 10: La Presencia en las Sombras
Las siguientes semanas transcurrieron con una calma aparente, pero Michaelis sabía que era solo una ilusión. El Inframundo, aunque contenido por el ritual de Samuel, seguía presente, acechando en los rincones oscuros de su vida. Cada vez que cerraba los ojos, las pesadillas regresaban con mayor intensidad, y los susurros en su mente se hacían más difíciles de ignorar.
En la escuela, las cosas también parecían haber cambiado. Las miradas que antes parecían de curiosidad ahora llevaban un matiz de temor. Los compañeros de Michaelis comenzaban a mantener más distancia, como si percibieran algo extraño en ella. Incluso Adrian, quien solía acercarse con naturalidad, había empezado a mostrarse más cauteloso. Aunque seguía preocupándose por ella, la conexión entre ambos se veía enturbiada por algo que Michaelis no podía entender del todo.
Esa mañana, mientras caminaba hacia la escuela, la sensación de ser observada era más fuerte que nunca. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Sin embargo, el aire a su alrededor parecía más denso, casi asfixiante, y las sombras parecían moverse de forma antinatural.
“Enzo...” susurró la voz, esta vez más clara y cercana. Michaelis se detuvo en seco. El eco de su verdadero nombre resonaba en su mente, provocando un escalofrío que recorrió su espalda. Se llevó una mano al pecho, tratando de calmar el ritmo frenético de su corazón.
Al llegar a la escuela, el ambiente seguía igual de pesado. Todo parecía teñido de una neblina inquietante, y Michaelis no podía sacudirse la sensación de que algo estaba a punto de ocurrir. Durante la primera clase, se encontró distraída, su mente vagando entre los recuerdos de los últimos rituales y las constantes visiones del Inframundo.
Al final del día, Adrian la alcanzó en el pasillo. Había algo distinto en su mirada, una preocupación que parecía haber crecido en las últimas semanas.
“Michaelis, ¿podemos hablar?” preguntó con un tono que denotaba urgencia.
Ella asintió, aunque no podía evitar sentir una creciente ansiedad. Lo siguió hasta un rincón apartado de la escuela, donde las sombras parecían más densas y el silencio era casi palpable.
“Sé que algo te está pasando,” comenzó Adrian, mirándola fijamente. “Lo siento cada vez que te veo. Hay algo en ti que ha cambiado, algo oscuro, y no sé cómo ayudarte.”
Michaelis tragó saliva, sintiendo que el nudo en su estómago crecía. Quería confiar en Adrian, contarle la verdad, pero las palabras se atascaban en su garganta. ¿Cómo podía explicarle que no era la persona que él creía, que no era siquiera humana?
“Adrian, yo…” comenzó a decir, pero fue interrumpida por un estruendo. El sonido metálico de los casilleros reverberó por todo el pasillo, y ambos giraron la cabeza hacia el origen del ruido.
El aire se volvió helado, y la luz de las lámparas comenzó a parpadear. Algo se movía entre las sombras, algo que no pertenecía a este mundo. Michaelis lo sintió antes de verlo. La presencia oscura del Inframundo había encontrado una manera de manifestarse en la Tierra.
“Corre,” susurró Michaelis, sintiendo el pánico crecer en su pecho. Agarró el brazo de Adrian con fuerza, intentando empujarlo lejos, pero él no se movió.
“¿Qué es eso?” preguntó Adrian, su voz temblando.
De entre las sombras emergió una figura grotesca, un ser deforme que parecía estar hecho de pura oscuridad. Sus ojos brillaban con una luz espectral, y su cuerpo se movía de manera antinatural, como si estuviera siendo arrastrado por una fuerza invisible.
El terror paralizó a Michaelis por un momento. Sabía lo que era esa criatura: un espectro del Inframundo, enviado para traerla de vuelta. Las barreras que Samuel había creado estaban fallando, y ahora el Inframundo estaba enviando a sus sirvientes a reclamar lo que les pertenecía.
“¡Adrian, por favor, corre!” gritó Michaelis, desesperada. Esta vez, él reaccionó. Se giró rápidamente y comenzó a correr por el pasillo, pero el espectro no se detuvo.
Michaelis lo vio moverse con una rapidez aterradora, deslizándose por las sombras, persiguiendo a Adrian. El pánico se apoderó de ella. No podía permitir que Adrian pagara por los pecados que ella había cometido, no podía dejar que esa criatura lo alcanzara.
“¡NO!” gritó con todas sus fuerzas, y en ese instante, algo dentro de ella se liberó.
El aire alrededor de Michaelis cambió, y un poder oscuro y antiguo fluyó a través de su cuerpo. Levantó una mano, casi sin pensar, y una ola de energía negra salió de ella, impactando al espectro y deteniéndolo en seco. La criatura se desintegró en el acto, desapareciendo en una nube de sombras que se disipó rápidamente.
Michaelis cayó de rodillas, exhausta. Nunca había sentido un poder tan intenso, y el miedo a lo que acababa de hacer la paralizó. Sabía que ese poder no venía de la Tierra; era el Inframundo reclamando su lugar dentro de ella.
Adrian se detuvo al final del pasillo, girándose lentamente hacia ella. Sus ojos estaban llenos de confusión y miedo. “¿Qué… qué fue eso?” preguntó, su voz apenas un susurro.
Michaelis no sabía qué decir. Las palabras no eran suficientes para explicar lo que acababa de suceder. Lo único que sabía era que todo estaba cambiando, y no había vuelta atrás.
Antes de que pudiera responder, Samuel apareció en el pasillo, su rostro pálido y lleno de preocupación. “Michaelis, debemos irnos. Ahora,” dijo con urgencia.
Adrian se quedó congelado en su lugar, pero Michaelis sabía que no tenía tiempo para explicaciones. Se levantó lentamente y caminó hacia Samuel, sintiendo que el peso del mundo caía sobre sus hombros.
Mientras se alejaba, miró a Adrian una última vez. La confusión y el miedo en sus ojos la rompieron por dentro. Sabía que esa mirada no la abandonaría nunca. Sabía que su secreto, su verdadera identidad, había salido a la luz de la peor manera posible.
Sin decir una palabra más, desapareció en la oscuridad junto a Samuel, dejando a Adrian solo en el pasillo, con más preguntas que respuestas.