En una mezcla de desesperación y determinación, Abigail, una Santa casada con el Duque Archibald, se enfrenta a un oscuro giro del destino. Luego de una confesión devastadora por parte de su esposo sobre su infidelidad con una plebeya, Abigail toma una decisión drástica: pedir el divorcio y romper con el matrimonio que la ha oprimido por años. Sin embargo, esta vez no es una simple víctima. Tras una misteriosa reencarnación, ha regresado al pasado con el conocimiento de su fatídico futuro.
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Capítulo 10
"¡¿Qué demonios está pasando en su ducado?!"
-Archibald, asustado, pregunta-
"No sé a qué se refiere, su alteza. Todo está de maravilla."
"¿Es eso así, Duque Archibald?"
"Sí, sí. No sé a qué se debe su preocupación, su excelencia. ¿Podría decirme a qué viene su exaltación?"
"He escuchado por ahí que están ocurriendo algunos estragos cerca del palacio, y que estos están, para ser más exactos, en su ducado. Así que será mejor que me diga de una buena vez qué está pasando y por qué en mi oficina no hay ningún documento con su informe previo a esta problemática."
"Bueno... en verdad son solo algunos pequeños problemas, pero los estamos solucionando."
"¿Llamas al hecho de que varios ciudadanos están perdiendo la vida un 'pequeño problema'? No sabía que usted fuera tan desalmado, Duque Archibald."
"No, su Majestad. Me importa la vida de mis allegados."
"¿De sus allegados? Dígame, ¿en esos 'allegados' están incluidos todos los ciudadanos de su ducado? ¿Desde el más pequeño hasta el más adulto? Aquí en el Imperio valoramos la vida de aquellos a quienes usted está dejando morir por no haberlo reportado. Esto no quedará impune."
"Su alteza, por favor, se lo imploro. Le prometo que solucionaré este problema lo más rápido posible para que no se pierdan más vidas."
"Te lo advierto, Archibald, tienes los días contados. Te daré poco tiempo para que resuelvas este problema. No quiero que la cifra de fallecidos aumente ni en uno más, o tú responderás por cada una de esas vidas. Informaré al Rey sobre este caso. Ahora vete."
-Archibald se retira y piensa-
"Maldita sea, ¿quién se cree? ¿Solo porque es el príncipe cree que puede hablarme así? Ya me las pagarás. Pareces una maldita chismosa corriendo a contarle todo al Rey."
-Mientras tanto, el príncipe Arthur se acerca al Rey-
"Exaltado sea el poderío del Sol del Imperio."
"¿Qué tal, Arthur, hijo mío? ¿Qué te trae por aquí?"
"Padre, buenas tardes. He venido porque quería hablar con usted un momento."
"Para que hayas venido, ha de ser algo importante. Ven, acércate."
"Padre, vengo a decirle que podemos obtener la victoria en esta maldita guerra que se avecina."
"¿Por qué estás tan seguro de eso, Arthur? Tú no eres de los que dicen cosas así a la ligera."
"Observe, su Majestad, este artefacto llamado radiotransmisor. Este artilugio nos dará la ventaja en la guerra. Funciona para que varias personas puedan contactarse todas al mismo tiempo; así se podría informar sobre la ubicación exacta del enemigo y solicitar apoyo rápidamente."
"Eso que dices es estupendo. ¿De dónde has sacado eso, Arthur?"
"Este artefacto fue ideado por la Santa Abigail Lasmon. Ella me presentó estos prototipos y dice que aún no están del todo completos, pero que, si le damos apoyo monetario, podrá hacer tantos como sea necesario."
"Disculpe que interrumpa, príncipe, pero creo que no sería buena idea gastar tanto dinero en un artefacto que aún está en estado de prototipo."
"Consejero Meliodas, ¿por qué dice eso?"
"Creo que lo más prudente sería que ese dinero se destinara a crear armas y mejorar las que ya tenemos. Así se podrá ganar la guerra, y lo que sobre podría usarse para ayudar a los pueblos afectados, su alteza."
"Lo que dices es cierto, Meliodas."
"Muchas gracias, mi Rey."
"Pero, padre, nada asegura que podremos ganar de esa forma."
"Lo vuelvo a interrumpir, príncipe, pero hemos estado investigando al Imperio vecino y hemos comprobado que superamos sus tropas. Así que esta guerra está prácticamente ganada."
"Consejero Meliodas, eso no nos da derecho a confiarnos solo por la cantidad de tropas; en una guerra, la más mínima probabilidad puede volverse muy peligrosa."
"¡Arthur, ya basta! Lo que dices no cambiará el hecho de que ese artefacto está en prototipo. Quizás después de la guerra podrías invertir en ello, pero ahora no podemos darnos el lujo de gastar los ingresos del reino en eso."
"¡Pero padre!"
"¡Esta es la última vez que lo repito, Arthur!"
"Está bien, padre. Me retiro."
-El príncipe Arthur se retira mientras el Consejero Meliodas lo observa-
"Que tenga una buena tarde, príncipe."
"Lo mismo digo, Consejero Meliodas."
"Tendré que hablar sobre esto con Abigail. Este es un buen artefacto y, sin duda, nos daría ventajas. Pero mi padre no quiere ceder... ya veré cómo hacer."
-Mientras tanto, Abigail se dirige a la oficina de Archibald-
"Archibald, ¿por qué no has solucionado el problema de la plaga?"
"Ahora no me vengas tú también, Abigail. No estoy de buen humor; lo mejor es que te retires."
"No me iré, Archibald. Esas personas dependen de ti. ¿Cómo puedes dejarlos pasar por ese problema?"
"¿Que dependen de mí? No me hagas reír, Abigail. Es cierto que tengo que ayudarlos porque son mi gente, pero no digas que dependen de mí. Tú, que eres la Santa, el ser más bondadoso y glorioso, y al mismo tiempo benevolente, ¿los has ayudado? Claro que no puedes, porque no has despertado tu bendición. A veces dudo que en verdad seas una Santa; más bien pareces un simple timo."
"Archibald, estoy cansada de todo esto. Desde que me casé contigo, yo he sido la única que ha ayudado a esa gente. Es cierto que aún no despierto mi bendición, pero he ayudado de muchas formas, mientras tú te la pasabas paseando e incluso terminaste acostándote con una completa desconocida, a la cual dejaste embarazada y piensas traer a vivir contigo. Pero está bien, si tú no piensas ayudarlos, yo personalmente lo haré, ya que veo que solo te importa tu maldito estatus."
"¡Haz lo que quieras, Abigail! Solo no me estés molestando."
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Continuará...