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Un Hogar En El Apocalipsis

Un Hogar En El Apocalipsis

Status: En proceso
Genre:Sci-Fi / Apocalipsis / Zombis
Popularitas:1.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Cami

El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.

Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.

Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.

NovelToon tiene autorización de Cami para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

5

El río serpenteaba con una tranquilidad que resultaba obscena. Después de horas de carretera, el lugar parecía una postal del mundo antiguo: aguas cristalinas, el canto de los pájaros y la brisa susurrando entre los juncos. Fue Derek, el padre, quien señaló un claro apartado, lo suficientemente lejos de la carretera como para sentirse invisibles.

—Ahí —murmuró, su voz aún cargada de la pesadumbre del amanecer.— Escondemos el SUV y descansamos.

Valery asintió en silencio. Su mirada, ya no la de una adolescente, sino la de una estratega, escudriñó el perímetro. Mientras su padre camuflaba el vehículo entre la espesura, ella se arrodilló frente a Luka. Con un gesto suave pero firme, le puso un dedo sobre los labios. Sus ojos, serios e intensos, se encontraron con los azules e inocentes de su hermano.

—Silencio, Luky —susurró, casi sin aliento—. Es un juego de silencio. ¿Vale? El que aguante más sin hacer ruido gana... gana un caramelo del bote azul cuando lleguemos al lago.

Inventó la recompensa en el acto, pero funcionó. El niño asintió con solemnidad, apretando su dinosaurio verde contra el pecho. Comprendió que su mundo ahora estaba gobernado por los susurros.

Fue entonces cuando el sonido llegó. No era el viento ni un animal. Un ruido húmedo y persistente, el de fauces masticando con avidez, surgía de la oscuridad bajo el puente de cemento que se alzaba a unos cincuenta metros. La paz del río era una mentira. Valery se tensó de inmediato. Con un movimiento rápido de la mano, hizo la señal acordada: peligro, quietos. Se agacharon entre los matorrales, convirtiéndose en sombras.

Derek abrazó a Luka, protegiéndolo con su cuerpo. Su mirada, sin embargo, no estaba en el puente, sino en el agua. Flotando entre las rocas, meciéndose con la corriente, vio algo que le heló la sangre: un brazo humano, pálido y desgarrado, la carne deshilachada en la muñeca donde una mano debería estar. Más allá, semi-sumergido y golpeando suavemente contra una piedra, un torso sin dueño. No solo eran animales. La infección había consagrado este lugar, lo había convertido en un comedero.

Segundos después, el mundo estalló.

—¡AYÚDENNOS! ¡SÁLVENNOS! —Un grito desgarrador, seguido de otros, cortó el aire desde el otro lado del río.

La reacción bajo el puente fue instantánea. Los zombis, atraídos por el festín sonoro, emergieron de su guarida con movimientos espasmódicos. Eran tres, sus ropas hechas jirones y sus bocas manchadas de sangre oscura. Uno de ellos, un hombre corpulento con el cuello abierto en una sonrisa grotesca, arrastraba un pie de forma audible, un sonido raspante que se sumaba al coro de sus gemidos.

Valery no lo pensó. "Actuaremos como si fueran Zombies". Esa regla ahora los salvaba. Cargó a Luka en sus brazos, notando cómo el niño entierra su cara en su cuello, y con una mirada urgente y cortante como un cuchillo hacia su padre, inició una retirada silenciosa hacia la espesura más densa. Derek los siguió, su respiración entrecortada, cada exhalación un riesgo calculado. Se ocultaron entre unos matorrales de espino, con una vista clara pero segura de la carretera y la escena que se desarrollaba.

Lo que vieron entonces fue una lección sangrienta, un manual de supervivencia escrito en carne viva.

Dos hombres y una mujer corrían despavoridos, perseguidos por los caminantes que habían despertado. Pero en su pánico ciego, no vieron la otra amenaza: dos zombis más que surgieron de detrás de unos arbustos, cortándoles el paso. Estaban atrapados en una pinza mortal, con el río a sus espaldas.

—¡No, no, por favor! —gritó la mujer, su voz un hilo de terror puro, mientras el zombi corpulento la agarraba del brazo con una fuerza antinatural y sus dientes se hundían en su hombro con un crujido sordo y húmedo. Su grito se quebró en un jadeo.

Uno de los hombres, desesperado, empuñó una pistola. —¡Aléjense!—rugió, y apretó el gatillo. ¡BANG! ¡BANG!

Los disparos eran ensordecedores en el silencio natural del lugar, y completamente inútiles. Las balas impactaron en un torso y en un brazo, sin detener el avance de las criaturas. El zombi, con un agujero negro y humeante en el pecho, ni siquiera se inmutó, siguió avanzando hacia el hombre que retrocedía, tropezando con sus propios pies.

"Precisión, no fuerza", pensó Valery, su mente fría como el acero de la llave inglesa que empuñaba. "Hay que ser cirujano. Un golpe. El cerebro." La puntería desesperada del hombre era un suicidio, un faro que atraía más muerte. Lo supo incluso antes de ver las sombras moviéndose entre los árboles al otro lado de la carretera, atraídas por el estruendo.

Derek, con el corazón encogido y un nudo de impotencia y horror en la garganta, juntó a Valery y a Luka contra su pecho. Con una mano grande y temblorosa, le tapó los ojos al niño. —No mires, hijo —murmuró, enterrando su rostro en el cabello de Valery, buscando un consuelo que no existía—. No mires.

No podían verlo todo, pero los sonidos les bastaban para pintar el cuadro completo en sus mentes. Los gritos se transformaron en alaridos de un dolor inimaginable, en súplicas que se ahogaban en la garganta, reemplazadas por el burbujeo horrible de la sangre en los pulmones. El sonido húmedo y repugnante de la carne siendo desgarrada, de huesos siendo triturados para llegar al tuétano, llenó el aire, seguido de un silencio aún más aterrador cuando los últimos estertores se apagaron para siempre. El único sonido que persistió fue el de la masticación lenta y metódica, el ruido que habían oído al principio, pero que ahora era un coro más numeroso.

Valery apretó la llave inglesa que nunca soltaba hasta que los nudillos le dolieron y perdió la sensibilidad en los dedos. Por su mente, en un loop aterrador, pasó una frase clínica y terrible que había leído una vez en un libro de texto: 'Shock hipovolémico. Desangramiento masivo. Pérdida de conciencia en cuestión de minutos, muerte irreversible.' Eran diagnósticos de su vida pasada, de cuando soñaba con ser médico, aplicados ahora a una muerte de su nuevo mundo. No había botiquín, ni ambulancia, ni nada que pudiera salvar a quienes no entendían las reglas.

Los minutos se arrastraron. Uno a uno, los zombis, saciados, comenzaron a perder interés, deambulando sin rumbo o volviendo a su letargo bajo la sombra del puente. El claro junto al río recuperó su silencio profano, un silencio ahora cargado con el peso de lo sucedido. La postal idílica estaba manchada para siempre, y el aire, que antes olía a agua fresca y hierba mojada, ahora tenía un tufo dulzón y metálico que se les pegaba al paladar.

Valery se giró hacia su padre. Sus ojos no tenían lágrimas, solo la fria certeza del hierro forjada en el horno de lo que acababan de presenciar. Le tomó la mano a Derek, que aún temblaba, y se la apretó con fuerza.

—¿Ves?—susurró, su voz era áspera como la arena, deshidratada por el miedo—. No es que no quisiéramos ayudarlos. Es que su ruido era su sentencia. Y el nuestro... el nuestro habría sido la nuestra. No podemos salvar a quienes no quieren ser salvados. O a quienes no saben cómo.

Derek asintió lentamente, la lección grabada a fuego en su alma. La "Nueva Regla" ya no era una teoría, una idea abstracta discutida en la seguridad relativa de su casa fortificada. Era el único evangelio en un mundo que había dejado de perdonar, un mundo donde la compasión mal aplicada era un billete de ida a la muerte. Miró a su hija, a esta joven mujer en la que se había convertido su niña en pocas semanas, y sintió una mezcla desgarradora de orgullo y de una pena infinita.

—Tienes razón —logró decir, su voz un hilillo de sonido—. Tienes razón.

—No podemos quedarnos aquí —declaró Valery, poniéndose de pie con una determinación que parecía tallada en granito. Los músculos le dolían por la tensión acumulada. Ajustó a Luka en su cadera; el niño, pálido y callado, se aferró a su cuello como a un salvavidas—. El olor los atraerá a otros, o a más de esos. Sigamos. La casa del lago está más cerca que ayer. Es todo lo que importa.

Se movieron con una sigilosa deliberación, alejándose del río, de la carnicería, de la ilusión de seguridad. Derek tomó la delantera, su mirada escaneando cada sombra, cada movimiento de las hojas, ya no el hombre abrumado de la mañana, sino un centinela alerta. Valery lo siguió, cargando no solo el peso de su hermano, sino el peso de la decisión de no actuar, un peso que sabía que siempre llevaría consigo.

Mientras se alejaban, el último sonido que Valery registró no fue el del agua, ni el canto lejano de un pájaro que se atrevía a romper el silencio, sino el zumbido persistente y creciente de las moscas, legiones de ellas, que empezaban a congregarse en un banquete bajo el puente de cemento. Era el sonido del mundo nuevo, un zumbido de decadencia y olvido, y sabía que tendrían que acostumbrarse a él.

1
Paola Zamorano Rossel
muy bueno y muy bien escrito
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