LA AMANTE DEL EMBAJADOR

La imagen de su esposa golpeando al niño y del rey ignorando su llanto llenaba su mente de una furia incontrolable. Pero tenía que ser astuto. Debía planear su salida con cuidado.

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Después de asegurarse de que su hijo estuviera cómodo y a salvo con una niñera de confianza, Alexander se dirigió a su despacho. Si estaba en lo correcto, una vez Byron le trajera la información que necesitaba, solo era cuestión de ir y conseguir pruebas de su adulterio.

—¡Su excelencia!—la voz de su mayordomo resonó en todo el lugar.

—¡Adelante!—espetó.

Allí, el embajador observó como su mayordomo estaba pálido. El hombre, sin ocultar nada, solo le pasó un extraño artículo de periódico, de una editorial conocida por ser amarillista. Allí, en grande, estaba el nombre de una mujer muy parecido al de su esposa.

Al parecer, la mujer desconocida había comenzado, no solo publicando un texto que evidenciaba un adulterio con una mujer similar a su esposa, sino también haciendo que el boca a boca fuera aún más cruel. Ahora casi todos en la ciudad estaban asociando aquello con la bisnieta del rey.

—Si conseguimos pruebas del burdel que frecuenta ella—dijo en un susurro sin apartar su vista del periódico—tal vez...

—¡Mi señor!—llamó Byron—¡Hay otra cosa que debe saber!

—¿Qué cosa?—preguntó desconcertado—¿tienes la información que te pedí?

—No, su excelencia—respondió un poco lastimero—¡Pero he descubierto algo que tal vez pueda ayudarle!

—¿Qué has encontrado, Byron?—preguntó Alexander.

El embajador dejó el periódico sobre el escritorio y se levantó para enfrentar al mayordomo. Byron tomó un respiro profundo antes de hablar, consciente de la gravedad de la información que estaba a punto de revelar.

—Seguí a su señoría hasta un hotel de lujo—respondió el mayordomo—allí, casi me costó, pero me di cuenta de que cambio de carruaje por un más discreto, el cual partió al barrio rojo. Siguiéndola desde mi caballo, noté que la señora llegó a un callejón donde entró al puesto de una bruja.

Alexander se acercó a la ventana, observando la ciudad que se extendía más allá de los muros de la mansión. El día era tranquilo, pero él sabía que la tormenta se estaba gestando. Una sonrisa siniestra, llena de venganza, se formó en su rostro.

No solo había una posibilidad de enterrarla ante la iglesia por adúltera, sino también por paganeria. La iglesia estaba en contra de las artes oscuras y detestaba a la bruja, por lo que sería un delito más por el que sumarle a la bisnieta del rey.

Alexander dejó escapar un suspiro profundo mientras su mente trabajaba a toda velocidad. La información que Byron había traído era crucial y le daba una ventaja significativa. Tenía que moverse con cautela, pero sabía que debía actuar rápidamente antes de que su esposa pudiera sospechar algo.

—Byron, necesitamos pruebas contundentes de su visita a la bruja, así como al burdel—dijo, girándose para enfrentar al mayordomo—esto podría ser suficiente para destruir su reputación y asegurarnos de que la iglesia tome cartas en el asunto.

—Haré todo lo necesario para obtener esas pruebas, su excelencia. Tengo un par de contactos que pueden ayudarnos a vigilar sus movimientos y obtener las evidencias necesarias—respondió un poco intranquilo—no obstante, necesitaré dinero para sobornarlos...

—Tráeme un avance de lo que necesito—respondió aventándole una bolsa con diez monedas de oro— y te daré más como esta, ¿entendido?

—¡Sí, señor!—dijo el mayordomo.

—Perfecto. No tenemos tiempo que perder. Debemos ser precisos y asegurarnos de que cada pieza de evidencia sea irrefutable—dijo retirándose del despecho.

Caminando hasta la habitación de su esposa, un nudo se formó en su garganta. La impotencia que sentía era grande, así como la humillación. Por mucho, pese a la forma en como fueron casados, intentó llevar la fiesta en paz; sin embargo, jamás pensó el estar conviviendo con un monstruo como ella.

La esposa del embajador estaba segura de que no había sido seguida por alguien, no por nada había sobornado muy bien a los del hotel para ocultar su carruaje secreto.

Una vez llegó al barrio Rojo, Alicia, oculta bajo una capa, ingresó rápidamente a la casa de una bruja.

La anciana calva y ciega, se encontraba terminando de empacar varias pócimas de amarre que había hecho a la esposa del embajador.

—¿Está listo?—preguntó al otro lado de la sala—¿has hecho la poción?

—Lo está...—expresó mostrándole un pequeño cofre—... Pero todo tiene un precio.

—Sí, sí, lo sé—respondió sacando un frasco lleno de sangre—es la sangre del bastardo que di a luz. Si tus pócimas sirven, te daré su alma a cambio.

La anciana bruja se acercó lentamente, sus dedos nudosos y arrugados palpando el aire hasta encontrar el frasco que Alicia le ofrecía. Con una sonrisa torcida, lo tomó con cuidado, sosteniéndolo como si fuera el objeto más precioso del mundo.

—La sangre de un inocente —murmuró, casi en un susurro reverente—es una poderosa ofrenda para el Maligno. Esto asegurará que la poción tenga la fuerza necesaria para cumplir tus deseos.

Alicia asintió, pero su mirada estaba llena de una mezcla de determinación y desesperación. Sabía que estaba haciendo un trato con fuerzas que no comprendía completamente, pero estaba dispuesta a pagar cualquier precio por lo que quería.

—¿Y qué debo hacer ahora?—preguntó, impaciente.

—Deberá tomarse un frasco entero, durante siete noches —instruyó la bruja—mientras lo haces, recitarás estas palabras—asegúrate de que nadie te vea y que las palabras sean pronunciadas exactamente como están escritas.

La bruja sacó un pergamino viejo y descolorido, entregándoselo a Alicia. La esposa del embajador sonrió con malicia, por fin podía hacer que su primo se enamorara de ella y la tomara como suya, para así ser la nueva reina. No le importaba su esposo, mucho menos el hijo que tuvo de un prostituto... si era necesario lo mataría.

Alicia tomó las pequeñas botellas y el pergamino, sintiendo el peso de su decisión. Asintió con la cabeza y se volvió para marcharse, pero la voz de la bruja la detuvo.

—Recuerde, lady Alicia, todo tiene un precio. La magia que estás usando es poderosa y peligrosa. Si algo sale mal, las consecuencias serán terribles.

Alicia no respondió, simplemente salió de la casa de la bruja, apretando el cofre y el pergamino contra su pecho. Sabía que estaba jugando con fuego, pero ya había llegado demasiado lejos para detenerse ahora.