En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
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Cap 21
James me tomó suavemente del brazo y me guió hacia la salida. Al llegar al auto, Simón se adelantó y trató de abrir la puerta delantera para subir, pero James lo detuvo con una mano firme en el hombro.
—Allí va ella —dijo con un tono que no dejaba espacio para objeciones.
Simón lanzó una mirada irritada y, con un suspiro, se volvió hacia mí. Bajó la voz, lo suficiente para que solo yo lo escuchara, y preguntó:
—¿Qué haces aquí? ¿No habíamos saldado ya la deuda con James? ¿O lo volviste a meter en problemas?
Abrí la boca para responder, pero James se adelantó, lanzándole una mirada severa.
—Eso ya no es asunto tuyo, Simón.
Simón, sin embargo, soltó una leve risa.
—Sí lo es, porque ahora somos amigos —dijo, mirándome de reojo y esbozando una sonrisa burlona que me hizo rodar los ojos.
James suspiró, sin perder la paciencia, y Simón finalmente dio un paso atrás, rindiéndose a la situación. Se fue hacia el asiento trasero, murmurando algo por lo bajo. Subí al auto junto a James, quien encendió el motor y nos puso en marcha sin añadir una palabra.
El ambiente era denso y lleno de cosas no dichas mientras avanzábamos. La carretera se desplegaba frente a nosotros, con destellos de luces en la distancia. Intenté concentrarme en el camino, pero no pude evitar sentir la mirada de James sobre mí.
—¿Por qué fuiste al casino, no era mejor ir a mi casa? —preguntó, su voz baja y seria.
Suspiré, buscando las palabras. Ni siquiera estaba del todo segura de por qué había ido. Una mezcla de querer entender lo que había pasado y, de alguna forma, de querer estar cerca de él, de resolver todas las dudas que surgían en mi mente lo más rápido posible.
—No estoy completamente segura —admití, mirándolo por un instante—. Creo que necesitaba respuestas de una vez por todas, estaba pensando casi en todo el dia.
Simón, desde el asiento trasero, carraspeó de manera exagerada.
—Solo les recuerdo que yo estoy aquí y no tengo por qué escuchar toda esa… ¿cómo llamarlo? —hizo una pausa y nos miró a ambos con una expresión divertida—. Toda esa tensión no resuelta.
Rodé los ojos, tratando de ignorar su comentario, pero sentí cómo mis mejillas se ruborizaban un poco. James, en cambio, se mantuvo impasible, aunque una ligera sonrisa apareció en sus labios.
—Podrías bajar del auto si prefieres no escucharnos, Simón —le respondió James, sin molestarse en mirarlo—. Aunque nadie te pidió que opinaras.
Simón soltó una risita y se recostó en el asiento, como si encontrara la situación increíblemente entretenida.
—No me bajo por nada —replicó—. Estoy demasiado intrigado también.
James detuvo el auto frente a mi casa y apagó el motor en silencio. Simón soltó un suspiro desde el asiento trasero, claramente impaciente, pero James, ignorándolo por completo, salió del auto y se dirigió hacia mi lado, abriéndome la puerta con un gesto serio y un brillo indescifrable en los ojos.
—Te acompaño hasta la puerta —murmuró, con un tono más suave de lo habitual.
Asentí y comencé a caminar a su lado. La noche estaba tranquila, y el silencio entre nosotros solo parecía intensificar los pensamientos que ambos intentábamos disimular. Al llegar a la puerta, James pareció querer decir algo, pero las palabras parecían atorarse en su garganta, como si estuviera buscando el valor para hablar.
No podía dejar que el momento se desvaneciera en esa incomodidad, así que, sin darle tiempo a dudar, me adelanté.
—De todas maneras… tenemos que vernos de nuevo para revisar todo lo de la herencia que dejó mi padre —dije, tratando de sonar casual, aunque cada palabra me salía un poco apresurada.
James levantó la mirada, sorprendido, y pude ver cómo la tensión en sus hombros desaparecía, reemplazada por un leve destello en sus ojos. Justo cuando iba a responder, la voz de Simón interrumpió desde el auto:
—¿Vas a amanecer despidiéndote o qué? ¡Vamos, hombre!
James giró los ojos, molesto, pero luego me miró de nuevo, esbozando una sonrisa.
—Está bien —dijo—, cuando estés lista, me llamas y vendré a buscarte.
Asentí, tratando de ignorar el pequeño aleteo que sentía en el pecho. Nos despedimos con una última mirada antes de que él se diera la vuelta y regresara al auto.
Cerré la puerta detrás de mí y me encontré en el silencio de la casa. La oscuridad envolvía todo, y la luz tenue de la lámpara de la sala apenas iluminaba el espacio. Mi tía ya se había retirado a dormir, dejando el libro abierto sobre el sofá y la habitación en un estado de calma casi palpable.
Decidí no hacer ruido, así que caminé con cuidado hacia la cocina, donde el sonido del refrigerador era lo único que rompía el silencio. Me serví un vaso de agua y apoyé las manos en la encimera, sintiendo la frescura del mármol bajo mis palmas. Sin querer, mi mente volvió a lo sucedido de esta noche. El volver a ver a James, su mirada intensa, y la promesa de mantenerme a salvo.
Después de un rato, dejé el vaso vacío en el fregadero y me dirigí a mi habitación, el corazón latiendo con fuerza. La cama me recibió con sus sábanas frescas, pero no podía encontrar el sueño. Decidí encender la lámpara de mi escritorio y me senté frente a una pila de documentos que había estado revisando antes. Las notas de mi padre, las fotos viejas.
A medida que pasaba las hojas, una mezcla de nostalgia y curiosidad me invadió. Tenía tantas preguntas para el y no estaba, y la conexión que había sentido con James esa noche solo aumentaba mi inquietud.
Los minutos se convirtieron en horas, y cuando finalmente decidí que ya era suficiente, dejé los documentos esparcidos sobre mi escritorio.
Con el deseo de despejar mi mente, decidí dar un pequeño paseo por la casa. Caminé hacia la ventana del salón y miré hacia afuera. La luna brillaba en el cielo, iluminando el jardín y el camino de entrada. En ese momento, no pude evitar pensar en lo que James había dicho: “Cuando estés lista, me llamas y vendré a buscarte.” Las palabras resonaban en mi cabeza.
El deseo de verlo de nuevo se apoderó de mí, pero también la incertidumbre. ¿Qué pasaría si al verlo no solo encontrara respuestas sobre mi padre, sino que también despertara en mí emociones que no estaba lista para enfrentar?
Finalmente, volví a mi habitación, sintiéndome más aliviada, aunque aún llena de pensamientos agitados. Me acomodé en la cama y traté de cerrar los ojos, pero sabía que la noche sería larga.
*
Pasaron dos días desde aquella noche en la que mi vida se había enredado en pensamientos y emociones. Con cada amanecer, la inquietud se fue apaciguando un poco, aunque los recuerdos aún parecían danzar en mi mente. Para distraerme, decidí que era hora de salir de casa y hacer algunas compras.
La tienda estaba a una corta distancia, y el aire fresco me dio la bienvenida mientras caminaba por la acera. El lugar estaba lleno de vida, con gente entrando y saliendo, charlando y riendo. Me perdí entre los estantes, eligiendo algunos artículos que necesitaba, disfrutando de la rutina normal.
Al salir, con una bolsa en cada mano, levanté la mirada y me encontré de repente con Mario, quien se detuvo frente a mí, sus ojos reflejando sorpresa.
—¡Hola! —exclamó, sonriendo ampliamente—. No esperaba verte aquí.
—Hola, Mario —respondí, sintiéndome un poco avergonzada por el encuentro—. Solo vine a hacer unas compras.
Él miró la bolsa que llevaba, después volvió a fijar su atención en mí.
—Tienes que dejar de esconderte —dijo, con una sonrisa juguetona—. ¿Qué tal si vamos a tomar algo esta noche? Solo como amigos, claro.
La idea de salir, aunque fuera solo como amigos, me pareció refrescante. Así que asentí.
—Está bien, suena bien. ¿A qué hora?
—¿Te parece a las nueves? —sugirió, su mirada iluminándose—. Conozco un lugar tranquilo donde podemos charlar.
Acepté, y después de charlar un poco más nos despedimos.
Esa noche, me preparé, eligiendo un vestido cómodo y sencillo. Me miré en el espejo, tratando de recordar la última vez que había salido solo por diversión. Pero con Mario eso tampoco nunca paso mientras estábamos juntos, y ahora eso se sentía raro.
Cuando llegué al lugar acordado, una pequeña cafetería con un ambiente acogedor, me sentí un poco inquieta. Pero al verlo sentado en una mesa, con una sonrisa amplia y un gesto de saludo, me sentí más relajada.
—¡Hola! —dijo al verme acercar, levantándose para darme un abrazo amistoso—. Me alegra que vinieras.
Tomé asiento y empezamos a charlar sobre cosas triviales: trabajos, pasatiempos, y las últimas noticias de la ciudad. La conversación fluía sin esfuerzo, y poco a poco, las risas. Era extraño porque nunca pudimos hacer esto como pareja, pero me agradaba que no me preguntara sobre el pasado y olvidara todo aquello.
Era reconfortante hablar con alguien sin la carga emocional que me había seguido los días anteriores. Pero a pesar de todo me di cuenta de que aun no dejaba de pensar en el.
Mientras continuábamos nuestra conversación, un par de personas entraron a la cafetería, y sin pensarlo mucho, tomaron asiento en la mesa junto a nosotros. Cuando giré la cabeza para ver quiénes eran, me quedé paralizada al reconocerlos: eran James y Simón, quienes parecían divertidos y un poco protectores al mismo tiempo.
—¿Los conoces? —me preguntó Mario, su mirada curiosa entrelazada con la sorpresa que sentía en mi interior.
Antes de que pudiera responder, Simón se apresuró a intervenir.
—Sí, somos amigos de ella —dijo, sonriendo de una manera que parecía juguetona.
Mario miró entre los dos, y luego se volvió hacia mí, con una ceja levantada.
—No sabía que tenías amigos, y mucho menos amigos guapos —comentó, su tono ligero, pero con un trasfondo de incredulidad.
James, con su habitual aire confiado, se inclinó ligeramente hacia adelante, un destello de diversión en sus ojos mientras me observaba. Sentí que un escalofrío recorría mi cuerpo, una mezcla de nerviosismo y algo más que no podía definir. Su mirada me tocaba como si tuviera el poder de desnudarnos emocionalmente a todos en la mesa.
Intenté no mirar directamente a James, pero era difícil. Su presencia llenaba la habitación, y cada vez que intercambiábamos miradas, una chispa parecida a la electricidad pasaba entre nosotros. Me pregunté si Mario notaría la tensión, esa mezcla de sorpresa y un toque de algo más profundo.
—Bueno, parece que ahora eres parte de un círculo interesante —dijo Mario, intentando romper el hielo mientras observaba a James y Simón—. ¿Están aquí para unirse a la diversión?
—Sí, algo así —respondió Simón con una sonrisa amplia, disfrutando evidentemente de la situación—. Nos pareció bonito el lugar y decidimos pasar de un prontito.
No pude evitar sonreír ante su humor. La situación se tornaba cada vez más curiosa. Mientras Mario y Simón intercambiaban comentarios, la atención de James seguía fija en mí. Era como si el ruido a nuestro alrededor se desvaneciera, dejando solo su mirada y la pulsación en el aire entre nosotros.
Finalmente, Mario tomó la iniciativa de presentarse adecuadamente.
—Soy Mario, un amigo de aquí de la zona —dijo, tendiendo la mano hacia Simón y luego hacia James—. Encantado de conocerlos.
James tomó su mano, con su estilo casual, pero con esa intensidad en la mirada que me hacía sentir como si fuera la única persona en la habitación.
—James —dijo, con una voz suave, pero con un matiz que transmitía más de lo que las palabras podían expresar.
—Y yo soy Simón, un amigo cercano de Adeline—añadió Simón, recibiendo el saludo con un gesto amistoso.
La noche avanzó, y pronto nos encontramos en la puerta de la cafetería. La brisa fresca me dio la bienvenida al salir, y miré a mi alrededor, sintiendo la calidez de la compañía. Mario se despidió con una sonrisa amplia, dejando caer un comentario despreocupado.
—Espero que podamos volver a vernos pronto —dijo, su tono ligero y amistoso.
Simón, con una mueca juguetona, intervino:
—Ojalá que no —bromeó, haciéndome reír. Mario, confundido por la broma, simplemente me lanzó una mirada de despedida y se alejó, dejando a los tres de pie en la acera.
James, a mi lado, pareció fruncir el ceño ligeramente cuando este se volvió hacia el para despedirse antes de desaparecer de la incomodidad, James no le respondió, manteniendo una actitud distante. Era obvio que algo lo molestaba.
—¿Por qué no me llamaste? —me preguntó, dirigiendo su mirada intensa hacia mí en cuanto Mario se fue. Su tono era serio, casi un reproche.
Simón, que escuchaba la conversación con atención, se unió a la queja.
—Sí, estuvo esperando a que hicieras la llamada —añadió, cruzando los brazos mientras me observaba. La preocupación en su voz era evidente.
Tragué saliva, sintiendo que la presión se acumulaba en mi pecho. Sabía que debía explicarme, pero encontrar las palabras adecuadas no era tan sencillo.
—No es tan fácil, chicos —comencé, sintiéndome un poco abrumada—. Tengo una vida aquí, con mi tía que cuidar. Ella depende de mí, y a veces me siento atrapada en todo esto.
Ambos me miraron, y mientras las palabras salían, podía ver que James suavizaba un poco su expresión.
—Solo necesito tiempo —continué, sintiendo la sinceridad en cada palabra—. No puedo simplemente dejar todo y salir corriendo. A veces me gustaría, pero tengo responsabilidades.
James pareció reflexionar sobre mis palabras, mientras Simón asentía, reconociendo mis preocupaciones.
—Entendemos que tienes una vida complicada, Adeline —dijo Simón—. Pero también entiende que si estas asi es porque quieres, ya James te dijo que tienes la herencia de tu padre.
James asintió, su mirada era intensa, pero había una mezcla de comprensión y frustración.
—Solo quería que supieras que estoy aquí, y no te apresures, no le hagas caso a simón —dijo en un susurro, como si el mensaje fuera más profundo de lo que las palabras podían captar.
El silencio que siguió estuvo lleno de significado. Sentí una mezcla de gratitud y confusión. La verdad era que, a pesar de mis responsabilidades, quería acercarme a el.
Después de un momento, decidí que era mejor dejar la conversación para otro día.
—Deberíamos irnos —sugerí, intentando cambiar de tema mientras sentía que la presión de la conversación se aliviaba un poco—. Ya es tarde, y no quiero preocupar a mi tía.