Siempre he pensado que el hombre que nace malo, nunca en su vida vuelve a recuperar la bondad de su corazón, nadie se hace malo porque quiere, la vida, la sociedad y el mundo te obligan.
Pero que haces si a tu vida llega una persona que no te teme y que cambia el rumbo de tus pensamientos.
Soy Jarek y necesito una madre para mi hijo, no importa lo que tenga que hacer para conseguirla.
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Capítulo 9: Sombras en la boda
El ambiente en el salón se tornó tenso al instante.
La sonrisa de la abuela Alma se borró de su rostro inmediatamente, mientras Paulina buscaba refugio en la mirada de Dylan, quien la miraba dándole tranquilidad.
Jacob, asustado por el tono de la voz de Dalila, su abuela, se aferró con fuerza al brazo de Victoria.
—¿Qué haces aquí, madre? —preguntó Jarek con voz firme, aunque sus ojos reflejaban un torbellino de emociones contenidas.
Dalila avanzó con paso elegante, su mirada fría recorrió el vestido de Victoria de arriba a abajo.
—¿De veras piensas que esta mujer puede ocupar mi lugar en esta casa? —escupió con desprecio.
Victoria tragó saliva, pero sostuvo la mirada, intentando no mostrar miedo.
Aunque sus piernas temblaban bajo el vestido blanco, no iba a dejar que esa mujer la intimidara a ella y mucho menos a Jacob.
—El lugar que ocupas lo perdiste hace mucho tiempo, Dalila —dijo Alma con dureza, poniéndose de pie—. Y no te atrevas a venir a arruinar este momento.
Cinthya, que venía justo detrás de Dalila, sonrió con malicia y se cruzó de brazos.
—¿Y qué dirías, abuela, si todos supieran que tu nieto se está hundiendo más y más en la mafia? ¿Qué la doctora no es más que una víctima de sus juegos de poder? — preguntó, elevando la voz para que todos escucharan.
Un incómodo silencio recorrió la sala.
Demetrio observaba a Cinthya con interés, pues sabía que cada una de sus palabras eran parte del plan contra Jarek.
Dylan, en cambio, se adelantó un paso, como si estuviera dispuesto a interponerse en caso de que algo pasara.
Jarek dio un golpe seco con su mano contra la mesa, haciendo que el cristal se quebrara.
—¡Basta! —gritó con rabia contenida—. Aquí no eres bienvenida, Dalila. ¡Ni tú, ni tu amiga! Al parecer no entendieron que no quería volverlas a ver.
Dalila arqueó una ceja, disfrutando del enojo de su hijo.
—Eres igual a tu padre… Crees que puedes imponer tu voluntad, pero tarde o temprano la sangre que corre por tus venas te traicionará. Y cuando eso, pase, ni esa doctora ni tu maldita familia podrán salvarte.
Victoria sintió un escalofrío recorrer su espalda. Por un momento, la duda cruzó su mente… ¿y si Dalila tenía razón? Pero al ver cómo Jacob escondía su rostro contra su pecho, comprendió que debía ser fuerte, por él y por todos.
—Se acabó —dijo Jarek con voz gélida, llamando a dos de sus hombres de confianza que vigilaban discretamente el pasillo—. Saquen a estas dos mujeres de mi casa… y asegúrense de que no vuelvan a cruzar las puertas de la mansión.
Dalila lanzó una carcajada amarga, pero no opuso resistencia.
Antes de salir, se inclinó hacia Victoria y le susurró lo suficientemente bajo para que solo ella escuchara:
—Veremos cuánto te dura la corona de esposa, querida. En esta familia, nadie sobrevive con el corazón intacto.
Victoria se estremeció, pero no respondió.
Jarek rodeo a Victoria y a su hijo la rodeó con el brazo, protegiéndolos del veneno de aquellas palabras, y anunció con firmeza:
—Esta boda es el inicio de una nueva vida, y no permitiré que nada ni nadie lo arruine- Exclamo Jarek con mucha seguridad
La abuela Alma aplaudió con fuerza, obligando a los presentes a retomar el ambiente festivo.
Dylan se acercó sigilosamente a Paulina, mostrándole protección.
En los ojos de Demetrio brillaba una sombra peligrosa, su venganza empezaba a tomar forma.
Y en la mente de Victoria quedó grabada la amenaza de Dalila. Porque en lo más profundo de su corazón… sabía que aquellas mujeres regresarían.
La música envolvió el salón después de la tormenta que había provocado Dalila.
La abuela Alma, con la experiencia de los años, se encargó de que se retomara el ambiente de celebración.
Paulina acompaño a Jacob a la habitación, era mejor dejarlo descansar, ya había tenido, muchas emociones en un solo día.
Jarek no podía apartar la mirada de Victoria.
El recuerdo de ese beso en la frente lo había dejado inquieto, como si hubiera prometido más de lo que estaba dispuesto a dar.
Victoria, por su parte, aún sentía el eco de las palabras de Dalila clavadas en el pecho.
Sin embargo, cuando los ojos oscuros de Jarek se encontraron con los suyos, todo ruido se apagó dentro de ella.
—Victoria —dijo él con voz tranquila—, ¿bailarías conmigo?
Ella dudó unos segundos, pero la abuela le guiñó un ojo desde la mesa, animándola a hacerlo.
Tomó la mano que él le ofrecía y se dejó guiar hasta el centro del salón.
La orquesta improvisada por Dylan comenzó a tocar un vals.
Jarek posó una mano firme en la cintura de Victoria, y ella sintió un calor inesperado recorriéndole el cuerpo. Intentó mantener la calma, pero el roce de sus manos la desarmaba poco a poco.
—Nunca imaginé que sabías bailar —murmuró ella, levantando la vista hacia él, con una pequeña sonrisa.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —respondió Jarek, acercando su rostro lo suficiente como para que su respiración rozara la piel de su esposa.
El corazón de Victoria latía tan fuerte que temía que él pudiera escucharlo.
No quería aceptarlo, pero había algo en ese hombre que la atraía de manera inexplicable.
De pronto, la música se detuvo unos segundos, y la abuela aplaudió sonriente:
—¡Un beso para sellar este hermoso baile de los recién casados!
La abuela coreaba entre risas, y Victoria sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
Jarek la observó fijamente, como si intentara leer lo más profundo de su alma.
—¿Quieres que finjamos, o prefieres que sea real? —le pregunta Jarek en un susurro.
Antes de que Victoria pudiera responder, Jarek inclinó su rostro y rozó sus labios con los de ella.
Fue un beso lento, sin prisa, pero cargado de una intensidad que la dejó sin aliento.
No era posesivo ni brusco: era una promesa, un inicio.
Cuando se separaron, los aplausos de la abuela y Dylan llenaron la sala.
Victoria, ruborizada, bajó la mirada, pero Jarek la tomó del mentón y le susurró al oído:
—A partir de hoy, doctora, ya no estás sola.
Y aunque su razón le insistía en dudar, su corazón poco a poco empezó a creer en esas palabras.