Leonardo Salvatore, un empresario italiano/español de 35 años, ha dedicado su vida al trabajo y a salvaguardar el prestigio de su apellido. Con dos hijos a su cargo, su concepto del amor se limita a la protección paternal, sin haber experimentado el amor romántico. Todo cambia cuando conoce a Althea.
Althea Salazar, una colombiana de 20 años en busca de un nuevo comienzo en España para escapar de un pasado doloroso, encuentra trabajo como niñera de los hijos de Salvatore. A pesar de sus reticencias a involucrarse emocionalmente, Althea se siente atraída por Leonardo, quien parece ser su tipo ideal.
¿Podrá su amor superar todo? ¿O el enamoramiento se acabará y se rendirán?
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Parte 9
Althea
Tenía todo planeado para nuestra salida. Había vestido a Pablo con un adorable conjunto y, lo primero que hice, fue tomarle una foto, lucía tan bonito con su gorrito. Luego arreglé a Matteo, quien estaba emocionado por ir al centro comercial, especialmente cuando le puse sus lentes de sol y el mismo gorro que llevaba Pablo.
—Son tan lindos —susurré, junto a mis mejillas con las de ellos, Matteo rio y Pablo emitió sonidos de bebé—. ¿Listos para salir?
—¡Sí! —exclamó Matteo, alzando las manos emocionado. Bajamos al primer piso y coloqué al más pequeño en el cochecito para salir.
Tal como había prometido Leonardo, nos llevaron en coche. Había visitado el centro comercial una vez antes, aquí en España, y aunque era un poco diferente, estaba igualmente lleno de personas. Lo primero que hice fue comprar ropa adecuada para Italia, según lo que encontré en Google.
Después, busqué el juguete que Matteo quería: una batería de juguete. Una vez hecho eso, guardé la tarjeta y empecé a hacer mis compras, pidiendo ayuda al mayor.
También compré unos coches de colección para enviarle a mis hermanos, ya que amaban los coches con todo su ser. Sabían todo sobre marcas y cosas similares, así que decidí mandarles eso junto con algo de dinero para que pudieran ahorrar y obtener su licencia de conducir tan pronto como fuera posible.
A pesar de que mi padre no quería que les diera dinero, compré otras cosas que necesitarían y que pudiera conseguir de mejor calidad aquí.
—Muchas gracias —respondí con gratitud cuando salí del lugar de envíos.
—¿Escuchaste su acento? No es de aquí —escuché murmullos a mi alrededor. Suspiré, ya me estaba acostumbrando. Pablo comenzó a llorar con fuerza y saqué del bolso el biberón que había preparado para este momento y se lo empecé a dar.
—Mírala, solo viene a quitarnos todo. Nos quitan el trabajo y tienen hijos con los españoles —oí a alguien comentar con desdén. Rodé los ojos, siempre hablaban mal de nosotras. No teníamos una buena reputación, pero más respetico.
A pesar de los comentarios desagradables que solían escucharse a mi alrededor, me mantuve serena y concentrada en cuidar a los niños. Pablo se calmó al recibir el biberón, y poco a poco su llanto se transformó en suspiros tranquilos mientras tomaba su leche.
Matteo estaba sentado a mi lado, moviendo los pies en la banca mientras yo cerraba los ojos por unos segundos. No había dormido muy bien esos días, así que necesitaba asegurarme de tener todo listo para el traslado a Italia, especialmente para Matteo, quien estaría medio día en la guardería. Marini me había informado al respecto, y quería que todo estuviera perfectamente organizado.
Cuando abrí los ojos de nuevo, vi a un hombre acercarse demasiado al coche, cerca de mi bolso. Enarqué una ceja, y creo que él notó que lo estaba observando porque se alejó rápidamente. Se acercó demasiado al lado donde guardaba la tarjeta que me había dado Leonardo. ¡La tarjeta!
—¡Oiga! —Exclamé, sosteniendo a Pablo mientras le daba palmaditas en la espalda y acomodaba a Matteo más cerca de mí, por si acaso. —No se haga el tonto. Estaba demasiado cerca de mi bolso. ¿Qué estaba intentando coger? —Mi tono era firme, y extendí mi mano para agarrar el brazo del hombre.
—No cogí nada. Estás loca —respondió con una sonrisa burlona.
—Bebé, mientras tú te acercabas, yo ya venía. ¿Quieres apostar? —Le dije, notando que palidecía. Había agarrado algo.
—Eres solo una migrante. No deberías decir nada —me dijo con desprecio.
Algo en mí se encendió. Solo una vez me habían robado en mi país, y no permitiría que eso sucediera de nuevo.
—Mira —dije, ejerciendo más presión en su brazo. Si intentaba escapar, podría hacerme caer con el bebé incluido. Noté que varias personas empezaban a prestar atención. —Devuélveme lo que cogiste y podrás irte en paz. Pero si no lo haces, te aseguro que te arrepentirás.
—No te cogí nada, absolutamente nada —insistió.
—Te soltaría para confirmar si me robaste la tarjeta, pero si lo hago, saldrás corriendo y no podré dejar a los niños. Así que hazlo por las buenas —dije con firmeza.
—No te cogí nada. Mejor vete a tu país —me espetó.
—¡No digas eso! Ella se quedará conmigo —intervino Matteo con un acento tan marcado que sorprendió a todos. Su tono sonaba diferente al que estaban acostumbrados a escuchar.
—Devuélveme la tarjeta, si no, te acordarás de mí —dije firme, cambiando mi agarre de su brazo a su cabello. Escuché su queja, pero no aflojé. —Tendré un bebé en brazos, pero te aseguro que no te olvidarás de mí, ya sea porque te quedes calvo o porque termines en el suelo por robarle a una mujer indefensa.
Noté que los de seguridad se acercaban, pero no aflojé mi agarre. Cuando finalmente llegaron, solté al hombre, pero no antes de asegurarme de que no pudiera escapar.
—Señorita, necesito ver sus documentos —me dijo uno de los guardias.
—¿Entonces soy la culpable? —pregunté, temblando de rabia. ¿Por qué me trataban como si fuera la delincuente?
—Simplemente, necesitamos sus documentos para verificar su estatus legal aquí —me respondió.
—Los extranjeros solo vienen a hacer escándalos —escuché un murmullo despectivo de la multitud.
—¡Él me robó! —exclamé, señalando al hombre mientras acomodaba a Pablo en mis brazos para calmarlo.
—Lo entendemos. Simplemente, necesitamos verificar su identidad —repitió el guardia.
—Italia es mejor —escuché una voz familiar decir, y me giré para ver a Leonardo. ¿Qué hacía él aquí? Varias personas lo reconocieron, y hubo un asombro generalizado al verlo. —Simplemente, te dije que fueras a comprar cosas, pero ahora estás discutiendo porque alguien te robó. Creo que te pagué lo suficiente para que no te quejaras por algo tan insignificante como un robo.
—Es tu tarjeta. La tarjeta que me diste para gastar en los niños —le dije, frunciendo el ceño. Él me sonrió, y las personas a mi alrededor exclamaron sorprendidas. Sí, se veía increíblemente guapo cuando sonreía.
—¿Y qué? Puedo cancelarla y no podrás sacar ni un euro de esa tarjeta. Además, hago caridad para los pobres —dijo, mirando al hombre como si fuera insignificante. Oh, por Dios, sentí como algo en mi interior vibró al verle esa expresión, mis hormonas se alborotaron de inmediato al verlo tan poderoso, tan capaz de aplastar a cualquiera, ese hombre me fascinaba.