No soy una mujer que siga reglas o estereotipos, odio que pretendan gobernarme.
A mis cuarenta y tres años soy la soltera más feliz que existe, no tuve hijos por elección propia. No consideré que para sentirme mujer debería ser madre.
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¿Son mellizos?
Flor Inés Villamizar
Observo como entre Mateo y Simón se disputan en atenciones por Gaby,
Mateo, es un Chico de casi 14 años, 1. 70 de estatura aproximadamente, tez trigueña, ojos verdes, delgado, ahora que me miro sin tacones es igual de alto a mí. Su personalidad es muy introvertida, es un adolescente curioso, por naturaleza todo lo quiere saber. A cada cosa le está haciendo una broma, pocas veces se puede quedar callado.
Simón tiene 15 años, piel trigueña, ojos cafés, delgado, al verlo junto a mi sobrino me doy cuenta de que mide unos centímetros más. Para su edad, es muy centrado y responsable, solo habla si es necesario. Aunque al lado de la chiquilla, quien está unos 10 centímetros más baja, no se ha quedado callado.
—Jovencitos, ustedes dirán por dónde iniciamos. —Manifiesto. En este lugar no tengo la más mínima idea, de que hacer.
—Tiía, hermosa, porque no comemos algo primero, está haciendo como hambre. —dice Mateo, abrazándome,
—¡Uhy sí! También tengo hambre, no alcance a desayunar, —agrega Simón. Miro a Gaby, esperando una respuesta.
—Por mí no hay problema, los acompaño con un jugo de naranja. —pronuncia la pequeña. Pienso igual que ella.
Llegamos al restaurante, Gaby y Mateo se sientan juntos, al frente nos ubicamos Simón y yo. Se acerca la mesera para tomar la orden.
—Buenos días, — nos saluda.
—Buenos días —respondemos al mismo tiempo todos. Nos ofrece la carta.
—¿Son Mellizos? —Le pregunta a la chiquilla y al hijo de mi hermana, no los había apreciado, pero tienen un gran parecido. Pienso, las coincidencias de la vida.
—No son amigos, —Respondo.
—Podría jurar que son mellizos, tienen facciones muy parecidas, no sería que se robaron a uno de los dos de la mamá. — dice la chica que no para de hablar.
—¿Señorita, nos va a atender o nos va a averiguar la vida? —La encara Gaby. Lanzándole una mirada mortal.
—¡Qué pena es una manía de hablar de más! —expresa la chica apenada. ¿Qué es lo que van a comer.? Cada uno pide lo suyo.
Una vez terminamos de desayunar, decidieron comenzar por la casa del terror.
—Simón toma de la mano a Gaby, no la vayas a soltar, yo a mi tiíta. Nos vemos a la salida, no se van a asustar chicas. —Realizamos una mueca al tiempo, la chiquilla y yo.
—No creo que sea necesario —decimos.
—Chicas déjense guiarte por los expertos. —dice mi sobrino en medio de su arrogancia.
—Ja, ja, ja, —reímos todos.
—Hagamos caso, del experto —digo
Ingresamos en parejas, el sitio está oscuro, el camino es alumbrado por pequeñas lámparas, se escuchan risas y gritos. El escenario es escalofriante, aprieto más la mano de Mateo.
Vamos caminando y de la nada aparece un fantasma, gritamos y corremos, más adelante, un hombre con un hacha ensangrentada, creo que la mano del chiquillo, quedará roja, qué susto.
Los gritos de pánico no paran. Cada puerta que se abre trae una nueva aberración, creo que me quedaré sin voz.
Al fin llegamos a la salida. Parece que hubiese corrido una maratón.
¿Cómo les quedo el ojo? —cuestiona Mateo mientras abre y cierra sus ojos, pestañeando.
—Nunca había asistido, a un lugar así, lo que más me aterra fue el hombre lobo. —Expreso con mi respiración aún agitada.
—Ese hombre lobo, sí que era aterrador, vieron sus uñas llenas de sangre al igual que sus colmillos, alcanzó a cogerme, creí que sería su cena. Simón me jalo para quitarme de sus manos —nos cuenta Gaby en medio de la euforia.
—A mi tiíta, la atrapa el grupo de zombis, ese sí que me asusto, esos manes andando así, y los gritos. —Mateo es único, imita la forma lenta y rígida en que caminaban los personajes.
—¿Qué tal si vamos a la montaña rusa? —interroga Simón, mientras seguimos, hablando de nuestra aventura de miedo.
—Cambiemos de parejas, les parece, —dice, el hijo de mi examiga.
Comenzamos a hacer la fila, vamos con Simón, quien me cuenta que pronto terminará el año escolar, pasamos la máquina registradora.
—¿Ustedes dos son mellizos? —pregunta la operadora. Nuevamente la misma pregunta a Gaby y Mateo. Dos personas distintas con la misma percepción.
—Señora, por favor avance, —me dice la trabajadora sacándome de mis pensamientos. Sonrió y continuo
Nos sentamos, la operadora verifica que los cinturones de seguridad estén bien puestos; nos indica que las manos deben estar sobre la barra que está al frente. Arranca muy suavemente, vamos en ascenso, la verdad muy alta desde arriba se aprecia parte de la ciudad y edificios muy altos.
—Recuerda que estoy a tu lado —dice Simón, colocando su mano sobre la mía.
—¡Oh Dios mío! —Grito cuando la velocidad aumenta y comienza el primer descenso, siento que voy a morir, un vacío en mi estómago, Gracias al cielo baja la velocidad y vuelve a iniciar el ascenso, uno más corto, pero antes de darme cuenta vuelve la caída. —¡ay! ¡Ay!
Cierro mis ojos, pero la sensación de estar cayendo no desaparece...
Bajamos y nos reencontramos. Creo que tengo el cabello alborotado. Además, mi cuerpo no deja de temblar.
¿Cómo les fue? ¿Sintieron esa sensación de vacío? Porque yo, si cuando estábamos en lo más alto, casi me hago pipi. —dice el charlatán de mi sobrino.
—Ay, Mateo, tú y tus ocurrencias, —le dice Gaby, mientras lo golpea en el brazo
—¡Ay! ¡Ay! Le voy a decir a mi mamita, que casi me fracturas el brazo, — exclama Mateo, en medio del teatro que hace, tomando su brazo, como si en realidad le doliera.
Nos dirigimos a los carros chocones, cada uno toma uno. Los chicos obstaculizan mi paso, me estrellan, poco a poco le voy agarrando la maña, y comienzo a estrellarlos, la chiquilla está feliz.
Estuvimos en el Black Hole, los karts
Vamos, almorzamos, visitamos otras atracciones, los chicos dejaron para lo último, el Sky coaster, ahí lo hicimos, la pequeña y yo. Realmente estaba supremamente nerviosa, nos colocaron los arneses, no sé cuántas veces pregunté si era seguro. Cuándo inicio el ascenso, mi miedo se incrementó, Gaby me tomo de las manos, mis alaridos salían naturales.
Eran aproximadamente unos sesenta metros, colgadas de una cuerda. Cuando inicio el balanceo, ¡madre de Dios! Sentí que casi muero, el vacío. En mi estómago, la sensación de estar volando, el aire sobre el rostro. Mis gritos no cesaron, la niña, nunca soltó mis manos mientras gritábamos.
Ya en tierra firme, mis piernas tiemblan de emoción, mis ojos brotaban lágrimas. Un día maravilloso realmente.
Al salir, al lado de mi auto estaba René...