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Nuestro Desastre Perfecto

Nuestro Desastre Perfecto

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Amor eterno / Completas
Popularitas:631
Nilai: 5
nombre de autor: HopeVelez

🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.

Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.

Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.

Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.

Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.

✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.

NovelToon tiene autorización de HopeVelez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 9 – Malentendidos en el pasillo

El sábado por la mañana, Lucía salió de su habitación medio dormida, con el pelo enredado y un café en la mano. Al doblar el pasillo, se quedó helada.

Diego estaba apoyado en la pared, hablando con una chica rubia, de sonrisa perfecta y vestido corto.

—Así que este es tu famoso piso compartido —decía la chica con voz dulce.

—El mismísimo —contestó Diego, con esa sonrisa ladeada que usaba para todo el mundo.

Lucía sintió un pinchazo extraño en el estómago. ¿Famoso piso? ¿Y desde cuándo Diego traía visitas sin avisar?

—Buenos días —dijo ella, con un tono más frío que el café en su taza.

Diego levantó la mano a modo de saludo.

—Lucía, esta es Clara. Amiga de toda la vida.

La chica rubia le dedicó una mirada rápida y amable.

—Encantada.

Lucía forzó una sonrisa, pero por dentro ardía.

—Encantada —repitió, y pasó de largo hacia la cocina.

Desde allí, escuchó risas. Risas de Diego. Risas de Clara.

El café le supo amargo.

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Una hora más tarde, Carla apareció en la cocina y la encontró removiendo furiosamente el azúcar, como si quisiera disolver algo más que los granos en la taza.

—Eh, ¿qué te pasa? —preguntó Carla apoyándose en el marco de la puerta.

—¿A mí? Nada. Absolutamente nada —contestó Lucía, con el ceño fruncido.

Carla la miró con media sonrisa.

—Ajá. ¿Y esa nada tiene nombre rubio y vestido corto?

Lucía se atragantó con el café.

—¡No estoy celosa!

—Claro. —Carla se encogió de hombros—. Pues disimulas fatal.

Lucía abrió la boca para protestar, pero en ese momento, Diego entró a la cocina. Clara ya se había ido, dejándole un silencio incómodo en su lugar.

—¿Todo bien? —preguntó, mirándolas a las dos con inocencia.

Lucía levantó la barbilla, aferrándose a su taza.

—Perfecto. Mejor imposible.

Diego la observó con una mezcla de diversión y curiosidad. cómo si pudiera leerla sin que dijera nada. Luego, sin aviso, abrió un sobre de cacao, calentó leche en silencio y le pasó una taza de chocolate caliente.

—Es tu favorito, ¿no? —dijo, como si fuera lo más normal del mundo.

Lucía lo miró, sorprendida.

—¿Cómo…?

—Te observo más de lo que crees —replicó él con una sonrisa suave y sin rastro de burla.

Carla, en un intento desesperado por contener la risa, salió de la cocina dejándolos solos.

Lucía bajó la vista, tratando de ocultar el rubor en sus mejillas. Dio un sorbo del chocolate y el calor le recorrió el cuerpo de golpe, desarmandola más que cualquier palabra.

Diego, mientras tanto, se recostó contra la encimera, como si no hubiera hecho nada extraordinario.

—Clara dice que se muere por viajar pronto a Madrid. Yo le hablé del piso... de todos nosotros. —Hizo una pausa, buscando su mirada—. No tienes que preocuparte.

Lucía apretó la taza entre las manos.

—¿Quién dijo que me preocupo? —preguntó, con el corazón golpeándole el pecho.

Diego solo sonrió, como si la respuesta le hubiera confirmado algo que ella no estaba lista para admitir.

Y mientras bebía otro sorbo de chocolate, Lucía no pudo evitar pensar que odiaba a Diego por saber exactamente cómo desarmarla... y por hacerla sentir que, en ese pasillo, quizás no era la única que se estaba confundiendo.

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