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En Blanco

En Blanco

Status: En proceso
Genre:Romance / Yaoi / Pérdida de memoria / Traiciones y engaños / La Vida Después del Adiós
Popularitas:703
Nilai: 5
nombre de autor: Marianitta

Cuando Aiden despierta en una cama de hospital sin recordar quién es, lo único que le dicen es que ha vuelto a su hogar: una isla remota, un padre que apenas reconoce, una vida que no siente como suya. Su memoria está en blanco, pero su cuerpo guarda una verdad que nadie quiere que recuerde.

NovelToon tiene autorización de Marianitta para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Colores

El silencio de La casa sin tiempo tenía una textura especial. No era un vacío, sino una presencia. Un murmullo que se adhería a las paredes, que se mezclaba con el olor a pintura seca y madera húmeda. Aiden se sentía a salvo allí, aunque no supiera por qué.

Esa mañana, caminó hasta la cabaña sin pensarlo demasiado. Lo hacía casi todos los días ahora. Ya no era un refugio secreto. Era un santuario. Un lugar donde el mundo no le pedía respuestas. Donde nadie lo llamaba por un nombre que aún no sentía suyo. Donde podía existir sin explicarse.

Había comenzado un nuevo mural.

No sabía exactamente qué quería pintar. Solo ponía el pincel en la pared y dejaba que la mano se moviera. Los colores lo guiaban: tonos de azul oscuro, amarillo pálido, un rojo que usaba con precaución. A veces los mezclaba sin mirar. A veces los elegía con una precisión que lo desconcertaba.

Ese día, mientras trazaba una línea curva sobre el fondo, algo se activó en su pecho. Un calor repentino. Un estremecimiento leve.

Y, sin aviso, una imagen.

Unos dedos —los suyos— sosteniendo una brocha fina. Un pincel casi idéntico al que usaba ahora. Pintaban sobre un lienzo… no, sobre piel. Sobre la espalda desnuda de alguien que respiraba lento, con los ojos cerrados.

Aiden dio un paso atrás, jadeando.

La imagen desapareció tan rápido como llegó.

Se apoyó en la pared contraria, intentando calmarse. No era una memoria. No del todo. Era como… una emoción encarnada. Un recuerdo escondido bajo capas de silencio.

—¿Qué fue eso? —susurró.

No obtuvo respuesta.

Solo el sonido de las ramas mecidas por el viento afuera.

Volvió a acercarse al mural. Tocó la pintura fresca. Estaba temblando.

Cerró los ojos.

Y otra sensación apareció.

Calor de verano. Una canción sonando a lo lejos. Risas. Un beso fugaz. La sensación de estar exactamente donde debía estar.

El corazón de Aiden se aceleró.

No sabía si estaba recordando… o si simplemente deseaba que eso hubiera pasado.

¿Y si esa vida no le pertenecía?

¿Y si no era real?

—Pero lo sentí —murmuró—. No lo inventé. Lo sentí.

Se sentó en el suelo de madera, entre frascos de acuarela y papeles manchados. El mural lo miraba desde la pared, inacabado, como un espejo difuso. Ya no era el niño del acantilado. Era una figura más abstracta, sin rostro, con el torso cubierto de formas geométricas. Aiden no sabía qué significaban. Solo que necesitaban estar ahí.

Sacó el cuaderno que siempre llevaba en la mochila. El que había empezado a llenar desde que Maia se lo dio.

Escribió:

Hoy pinté una línea que conocía antes de nacer. Vi colores que no sé nombrar. Y sentí que estaba tocando algo sagrado. ¿Puedo echar de menos una piel que no recuerdo? ¿Un cuerpo que nunca vi? ¿Una voz que aún me llama mientras duermo?

Cerró el cuaderno.

Miró hacia la esquina donde había encontrado la carta. Como si esperara que otra apareciera, como si su yo pasado le hubiera dejado más señales.

No encontró ninguna.

Pero una palabra le rondaba la mente: Leo.

Se repitió en su interior como una melodía conocida.

Leo. Leo. Leo.

No sabía si era un nombre, una emoción o un grito.

Solo sabía que le dolía.

En casa, Aiden se volvía más callado. Más evasivo.

Thomas empezaba a notarlo.

—¿Dónde pasas tanto tiempo? —preguntó una noche, mientras Aiden removía la sopa sin probarla.

—Caminando —respondió sin levantar la mirada.

—Te estás aislando.

—¿No es eso lo que siempre quisiste?

Thomas lo fulminó con la mirada.

—¿Perdón?

Aiden lo sostuvo.

Algo en él estaba cambiando. Despacio. Pero firme. Como una raíz creciendo bajo tierra.

—Estoy empezando a recordar cosas.

Thomas apretó la cuchara.

—¿Qué cosas?

—No sé aún. Pero… no tienen tu voz.

Thomas se levantó con brusquedad y salió de la cocina sin decir más.

Aiden se quedó solo, temblando. No de miedo. De certeza.

Volvió a La casa sin tiempo la tarde siguiente.

Pintó durante horas, sin descanso.

Esta vez, los colores lo guiaban con rabia. Trazos más agresivos. Rojo más vivo. Círculos dentro de círculos. Una silueta que parecía emerger del fondo del mural, con los ojos cerrados y la boca apenas abierta. Gritando en silencio.

El aire en la cabaña se volvió denso.

Aiden tuvo que detenerse.

Fue entonces cuando, sin querer, derribó un frasco de agua. Éste rodó hasta una tabla suelta del piso y quedó atrapado debajo.

Al agacharse para sacarlo, notó que la tabla no estaba bien clavada.

La levantó con cuidado.

Debajo había una bolsa plástica vieja. Dentro, un solo objeto: una mariposa azul de papel, hecha con tanto cuidado que parecía real.

La desplegó con manos temblorosas.

En el interior, había un dibujo: dos siluetas abrazadas. Una más alta, con cabello oscuro. La otra con rizos cortos. Ningún rostro. Solo un sol gigante en el fondo.

Y en una esquina, escrito con lápiz:

“A veces el amor se esconde en el arte. Por si algún día no lo podemos decir en voz alta.”

Aiden sintió que se rompía.

Lloró en silencio.

No por lo que recordaba.

Sino por todo lo que todavía no podía recordar, pero ya extrañaba.

Esa noche, volvió a escribir en su cuaderno:

No sé si fui feliz alguna vez. Pero creo que alguien me hizo sentir amado. Aunque sea solo por un instante. Aunque haya sido un error. Aunque esté muerto. Hoy vi su sombra entre los colores. Y no voy a dejar que me la quiten otra vez.

Debajo, escribió una palabra sin entender del todo por qué.

Leo.

Y la subrayó.

1
Maru Sevilla
/Frown/
Maru Sevilla
El capitulo está interesante /Smile/
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