Thiago siempre fue lo opuesto a la perfección que sus padres exigían: tímido, demasiado sensible, roto por dentro. Hijo rechazado de dos renombrados médicos de Australia, creció a la sombra de la indiferencia, salvado únicamente por el amor incondicional de su hermano mayor, Theo. Fue gracias a él que, a los dieciocho años, Thiago consiguió su primer trabajo como técnico de enfermería en el hospital perteneciente a su familia, un detalle que él se esfuerza por ocultar.
Pero nada podría prepararlo para el impacto de conocer al doctor Dominic Vasconcellos. Frío, calculador y brillante, el neurocirujano de treinta años parece despreciar a Thiago desde la primera mirada, creyendo que no es más que otro chico intentando llamar la atención en los pasillos del hospital. Lo que Dominic no sabe es que Thiago es el hermano menor de su mejor amigo y heredero del propio hospital en el que trabajan.
Mientras Dominic intenta mantener la distancia, Thiago, con su sonrisa dulce y corazón herido, se acerca cada vez más.
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Capítulo 9
Cuando Cicatrizar Parece Imposible
Algunas semanas han pasado desde aquel día.
Desde la madrugada de desesperación, desde los gritos, las lágrimas, el suelo manchado de dolor. Desde que Thiago eligió no estar más allí… y, de alguna forma, sobrevivió.
Pero sobrevivir no era lo mismo que vivir.
El hospital le dio el alta con recomendaciones rigurosas: sesiones semanales con la psicóloga, seguimiento psiquiátrico, reposo emocional y, principalmente, nunca estar solo.
Fue Theo quien lo llevó a casa. Preparó el apartamento como un santuario — retiró todo lo que pudiera ser peligroso, compró comida ligera, instaló luces más suaves y colocó plantas en la ventana. Como si intentara, de alguna forma, devolverle color a la vida de su hermano.
En el primer día, Thiago se quedó en silencio.
En el segundo, lloró sin parar.
En el tercero, intentó sonreír. Un esbozo. Un recuerdo.
Pero en el cuarto día... Dominic apareció.
Era fin de tarde. El cielo estaba medio nublado y el viento soplaba frío. Theo había salido a buscar los medicamentos. Cuando Dominic tocó el timbre, Thiago dudó antes de atender.
Pero abrió.
Dominic estaba en sudadera, nada formal. Sin bata. Sin máscara de frialdad. Solo él, con los ojos marcados por ojeras y culpa.
— Yo... disculpa por aparecer así — comenzó, con la voz más baja de lo habitual.
Thiago se quedó parado en la puerta, el cuerpo tenso. No sabía qué decir. No sabía qué sentir.
— Yo solo quería... — Dominic pasó la mano por su cabello. — Saber cómo estás.
Thiago no respondió. Sus ojos no se levantaron.
— ¿Puedo... puedo entrar?
Silencio.
Pero Thiago dio un paso hacia el lado, permitiendo la entrada.
Dominic caminó hasta la sala lentamente, observando los detalles. Los cojines nuevos, la luz suave, el olor a manzanilla que flotaba en el aire.
— Yo no vine como médico — dijo él. — Ni como el idiota que fui. Vine como alguien que... está intentando cambiar.
Thiago se sentó en el sofá, las manos entrelazadas en su regazo. Miró hacia adelante, aún evitando contacto directo.
— Deberías odiar mi presencia — Dominic continuó. — Y yo lo entendería. Me lo merezco.
Thiago tragó saliva.
— No odio a nadie. — La voz salió débil, pero firme. — Yo solo... tengo miedo.
Esa frase alcanzó a Dominic como una flecha en medio del pecho. Porque no era rabia. Era peor. Era dolor. Era trauma.
— Nunca quise herirte de ese modo — murmuró él, sentándose en el sillón frente a él. — Pero te herí. Y lo peor es que... todavía fuiste gentil conmigo. Incluso después de todo. Eso me destruye, Thiago.
Silencio.
— ¿Por qué me odiabas tanto? — Thiago preguntó, en un susurro, encarando finalmente los ojos de Dominic.
Y fue como ver un espejo de dolor.
— Porque eras demasiada luz — respondió él. — Y yo... soy solo sombra. Tú sonreías, creías en las personas, ayudabas sin esperar nada. Yo no sabía cómo lidiar con eso. Y me protegí de la peor forma: alejando, lastimando. Como siempre hice con todo el mundo.
Thiago no lloró. Pero sus ojos se llenaron.
— No soy tan fuerte como pareció. Yo solo quería ser visto — confesó. — Y tú… me hiciste sentir invisible. Pequeño.
— Lo sé. — Dominic bajó la cabeza. — Y si pudiera cambiar de lugar contigo aquella noche, lo cambiaría. Lo juro por todo. Porque fue allí donde me di cuenta del tamaño de la mierda que causé.
Ellos se quedaron en silencio por un largo tiempo.
Hasta que Thiago murmuró:
— Estás arrepentido. Pero eso no borra.
— Lo sé. Y no voy a pedir perdón esperando que todo vuelva a la normalidad. Solo quiero... hacer diferente ahora. Comenzar pequeño. Incluso si nunca me perdonas.
Thiago respiró profundo.
— ¿Comenzar pequeño?
Dominic asintió.
— ¿Puedo… pasar por aquí a veces? Solo para tomar un té, o ver cómo estás. Sin presión. Sin esperar nada. Solo… estar cerca. Si tú lo permites.
Thiago pensó por algunos segundos. La respiración ligeramente acelerada. El corazón apretado.
— Si Theo está en casa… tal vez.
Dominic sonrió. Una sonrisa tímida, frágil, diferente de todo lo que Thiago ya había visto en él.
— Eso ya es más de lo que merezco.
Cuando Dominic se fue, Thiago cerró la puerta y se quedó allí, apoyado. El pecho pesaba, pero... había algo diferente. Algo que él aún no sabía nombrar.
Una grieta muy sutil en la pared del miedo.
Pero toda grieta, un día, deja entrar luz.