Cristell obtiene una pasantía en una empresa de renombre. ¡Una oportunidad única! Sobre todo porque el CEO le da un puesto demasiado cercano a su corazón y así, ella descubre que su jefe se encuentra enamorado de una secretaria dulce. ¿Quién es esa señorita afortunada?
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Y AQUELLA MUJER
Alzo la vista, su sonrisa deslumbra y su mirada está llena de seguridad. ¡Qué guapa! Ella es muy hermosa. ¿Quién será? ¡Parece modelo! Cada vez está más cerca de mí y cuando se detiene frente a mi escritorio, sus dientes resplandecen a causa de sus labios curveados.
—¡Buenos días! Busco a Massimo —dice ella.
Su belleza me ciega, no tengo duda de que es modelo.
—¡Buenos días! ¿Tiene una cita con él?
—No, pero solo pasé a saludarlo.
—¿Cuál es su nombre? —La miro con serenidad.
—Andrea Licona —unos mechones de pelo le caen por la frente y su piel tiene un tono aperlado. ¡Ella es muy guapa!
—Permítame un momento, ¿gusta tomar asiento? —Señalo en dirección a la sala de espera.
—¡Gracias! Que amable.
¡Así que es ella! Al observarla durante unos segundos mi mente no logra entender porque razón es que Massimo no logró tener éxito con esta mujer. ¡Ambos son guapos! ¿Por qué elegirme a mí?
Me animo a respirar con lentitud para aclarar mis pensamientos. Descuelgo el teléfono sobre mi escritorio y marco el número de extensión. Escucho que timbra una vez, entonces su voz me hace mirarla a ella, Andrea teclea en su celular y sonríe despreocupada a la pantalla.
—¿Estás lista para irnos a casa de mi madre? —Su pregunta me causa incertidumbre.
—La señorita Andrea Licona desea verlo, ella está aquí.
No responde enseguida, se queda callado. ¿Qué pensará? ¿Qué sentirá él? ¿Su sentir será un caos? ¿Qué siento yo?
—¿Está aquí? ¿Te dijo que quiere?
—Quiere saludarlo, eso me comentó ella.
—Está bien, dile que pase.
—Por supuesto.
—Cris.
—¿Sí?
—En quince minutos salimos, ¿te parece bien?
—Claro. Iré a la cafetería.
—Perfecto. ¡Te veo en un rato!
Finalizo la llamada, me pongo de pie y camino hasta la sala de espera. Andrea enfoca sus ojos en mí y su sonrisa sigue siendo tan dulce.
—El señor Ferrazzi le pide que pase a su oficina, permítame acompañarla —soy afable.
—¡Qué amable! Muchas gracias.
La acompaño hasta la puerta, toco y él abre, su mirada brilla al posarse sobremis pupilas.
—La señorita Licona —y hago un ademán para dirigir la atención a ella.
—¡Así que eres un amante del trabajo! —Dice ella y se acerca para darle un beso en la mejilla—. ¿Por qué no contestas mis mensajes?
Me retiro de allí, la puerta se cierra y yo me dirijo por el pasillo principal. ¡Tengo antojo de un té! Mientras camino con tranquilidad, pienso en las flores que le llevaré a Alejandra.
—¡Cristell! —Me llama él.
—Hola Daniel, ¿cómo estás?
Me detengo, él llega hasta mí.
—Todo bien, ya es viernes y el cuerpo lo sabe. ¿Tienes plan para esta noche?
—No, ¿y tú?
—¿Quieres ir a cenar?
Daniel tiene una corbata de color rojo, su mirada es serena y a mi mente viene el día en que cenamos, cuando se emborrachó, dijo que yo le gustaba.
—Suena bien, pero, necesito confirmar algo en casa.
—Está bien. ¿Vas a la cafetería?
—Sí, quiero un té.
—¡Vamos! Yo quiero un pan.
Nos sentamos en la barra, Javier se acerca a nosotros y su mirada se apropia de mis pupilas.
—¿Qué te ofrezco? —Su pregunta tiene un toque curioso.
—Un té de canela con manzanilla, ¡por favor!
—Claro. ¿Y a ti qué te sirvo?
—Me puedes dar un cuernito y un capuchino —le pide Daniel.
Javier se aleja para preparar nuestras órdenes.
—Me pareció ver que Andrea Licona visitó al jefe —dice Daniel.
—Sí. ¿Conoces a Andrea Licona? —Me atrevo a averiguar.
—Todos los que trabajamos en MF la ubicamos. Llegó a ser modelo para la publicidad y se rumora que está saliendo con Ferrazzi.
—Ella es muy guapa —pronuncio sin pena.
A mi mente viene la sonrisa de ella y de cómo es que miraba a Massimo. ¡No puede ser! Yo compré flores para esa mujer y según mi jefe, le encantaron.
—¿De qué hablan? —Alma se acerca a nosotros—. ¿Vieron que Andrea Licona visitó al jefe?
—¿También la viste? —Le pregunta Daniel.
—Sí, ¿sabes a qué vino? —Alma parece muy interesada en averiguar, su mirada está impaciente por que yo me atreva a hablar.
—No, no sabría decirte —soy tajante.
Mi celular empieza a timbrar, su apellido aparece en mi pantalla.
—¿Dónde estás?
—En la cafetería.
—Es hora de irnos, ¿estás lista?
Andrea Licona pasa frente a nosotros con la sonrisa intacta y sus tacones rojos sonando al caminar.
—Yo, tengo que ir por mi bolso, lo dejé en mi escritorio.
...🫦🫦🫦...
Soy su copiloto una vez más. El clima está encendido y...
—¿Cómo estás? —Se anima a preguntarme.
—Bien, la mañana se pasó tranquila. ¿Tú qué tal?
—También estoy bien.
El silencio invade pero no siento que sea incómodo, hay un poco de tráfico, nos detenemos en un semáforo en rojo.
—Las flores que elegiste para mi madre son muy hermosas.
—Que bueno que te gustaron a ti también, son hortensias rosadas.
—¿Cómo es que sabes tanto de flores?
—Es que mi abuelita es amante de las plantas, tiene un jardín enorme y yo solía visitarla mucho. Aprendí el nombre de las flores gracias a ella.
Hago contacto visual, me mira con curiosidad y sonrío para él.
—Suena a que debías llevarte muy bien con ella.
—Sí, el último fin de semana de Abril iremos a visitarla.
—¿Dónde vive ella?
—En San Francisco, una orilla de Cholula.
—¿Puedo ir contigo?
Me toma un poco de sorpresa que él quiera ir a mi viaje familiar, pero después, me doy cuenta de que sería genial que él viniera con nosotros.
—Sí.
El semáforo cambia a verde, nos ponemos en marcha y...
—Cris.
—¿Si?
—Andrea Licona está enamorada de mí —dice sin más.
Sus palabras no me asustan y tampoco me causan incertidumbre.
—¡Qué padre! Supongo que eso es una buena señal, tú eres un hombre guapo.
A mi mente vino la conversación que tuve en la cafetería, Alma dijo que todos en la empresa saben que Andrea sale con Massimo.
—¿Te parezco guapo?
—Sí. Yo creo que hacen buena pareja, aunque, no entiendo porque razón dijiste que tu cita con ella no fue como esperabas.
—Es que yo no siento química con ella.
—¿Tú...?
—Y contigo me siento en libertad. Tu compañía me permite ser yo mismo y se me quita el miedo.
—¿Entonces hay química entre nosotros?
—Sí. ¡Más de lo que se pueda percibir!
Sus palabras me ponen pensativa, recuerdo que tengo una bolsita de lunetas de chocolate en mi bolso y no dudo en sacarlas.
—¿Quieres lunetas de chocolate?
—Bueno.
Extiende su mano hacia mí, acercó la bolsita y la inclinó sobre su palma para que las lunetas caigan sobre su piel. Lo veo llevarse la mano a su boca, introduce los dulces en su boca y mi mente se hipnotiza al verlo conducir. ¿Por qué estoy acompañando a este hombre? Un modelo de revista me está llevando en su auto.
—Eres muy guapo —mi voz sale de forma natural, es como si mis pensamientos fueran en voz alta.
Su sonrisa es una obra de arte. Sus pupilas me miran por unos segundos.
—¿Te gusta este guapo?
Y mi sonrisa está llena de rubor. Me muerdo el labio inferior.