Ivette Mora es una madre de dos hijos que prefiere pasar su vida sola, el maltrato y desamor que sufrió con el padre de sus hijos dejó huellas en lo más profundo de su ser, en una jugada del destino se cruza con Gustavo Martínez y viven una historia de amor plena. Pero un error hará perder la confianza, allí empezará la difícil tarea de reconquistar a su amor o dejar que todo se pierda.
Una historia de amores y desencuentros.
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El comienzo de un gran amor
— ¿Quién eres? — volvió a preguntar Ivette.
—Soy Gustavo Martínez.
—Gustavo ¿qué haces aquí?
— Bueno, me debes un helado.—Sonrió debajo de su mascarilla.
—De verdad te pregunto ¿que haces aquí?
—Iba pasando por afuera y te vi entrar y quise preguntar porque no me habías escrito o llamado Entonces vi que entraste a un tratamiento, no me dijiste que estabas enferma.
—No tenía por qué contarte.
—Lo sé, pero ahora que me enteré me gustaría acompañarte.
—No es necesario, no me gusta deberle nada a nadie.
—No te pediré nada a cambio, pero podemos ser amigos, yo no tengo nada en mi vida, no sé tú, pero si no tienes a nadie podemos escribirnos, hablar, tal vez tomar helado, ese helado qué me debes.
—Puedes darte cuenta que no es posible por el momento ir a tomar helado.
—Si, puedo entenderlo, pero puedes llamarme, tienes mi número — Le dijo mientras llevaba su mano hacia la oreja simulando un teléfono.
— mmmm, ok, te escribiré así te queda mi número también.
— Ahora intenta descansar. No hables tanto para que recuperes fuerzas.
Pasó un tiempo y volvió la asistente. — Ivette ¿cómo estás? ¿Vomitaste o algo que haya sido distinto a los procedimientos anteriores?
—No, tengo dolores un poco más fuertes, y aún me siento muy mareada.
—Es normal, pero eres fuerte, siempre te lo he dicho, otros pacientes en la primeraa sesión no se pueden parar y tú después de un rato te ibas sola y caminando.
Ivette no respondió, solo ella sabía que sacaba fuerza de donde no había solo por no preocupar a sus hijos, cada vez que se sometía a tratamiento dormía muchas horas y al despertar estaba mareada, con vómitos, tenía sangrados espontáneos qué llegaban de un momento a otro, Había días que no podía ni probar un bocado de nada y eso la hizo bajar de peso abruptamente.
Al escuchar esto Gustavo sacaba la conclusión de que ella no tenía marido, ¿quien dejaría sola a una mujer en este proceso tan cruel físicamente? Ni siquiera él que no la conocía.
El hecho de que la asistente le dijera que era una mujer fuerte lo hizo sentir orgulloso de ella, no sabía por qué, pero sentía que esa mujer era muy valiosa, quería conocerla más.
Finalmente la asistente le dijo —puedes retirarte, pasa a vestirte.
—OK, gracias
Intentó levantarse, le tomó mucho esfuerzo, él se acercó y la ayudó a levantarse, ella se afirmó en su brazo, él la sujeto de la cintura y la acompañó hasta la puerta del pequeño cuarto donde estaba la ropa de ella.
Minutos después salió vestida, él le extendió su brazo para que se pudiera afirmar y salió de allí por el pasillo, por primera vez acompañada de alguien, aunque Gustavo era un desconocido ella se sintió segura. Caminaban despacio, como pudiendo permiso un pie al otro pie, llegaron al auto él le abrió la puerta del copiloto y luego subió en su lado para conducir, tomó la marcha y se dirigió lentamente en cada semáforo él extendía su brazo para protegerla cada vez que frenaba, era una actitud innata de caballerosidad.
Le preguntó — ¿Como te sientes Ivette? ¿Quieres algo?
—No, gracias — pensó un momento y luego le dijo — tal vez sí, ¿podría esperar un momento en el auto estar un poco mejor para que mis hijos no vean tan mal?
— Si, claro. Si quieres duerme un momento, yo me quedaré contigo — busquemos un lugar tranquilo para estacionar el auto.
Condujo hasta un cerro, en uno de sus parajes con una hermosa vista donde se respiraba aire puro, allí estacionó y le dijo descansa. Ella se sintió segura, cuidada y tranquila. Se acomodó en el auto cerró sus ojos y descansó. Mientras tanto sentado a su lado, él la miraba, cada detalle de su rostro le gustaba.
Aquí fue el comienzo de un gran amor.