En un mundo donde los ángeles guían a la humanidad sin ser vistos, Seraph cumple su misión desde el Cielo: proteger, orientar y sostener la esperanza de los humanos. Pero todo cambia cuando sus pasos lo cruzan con Cameron, una joven que, sin comprender por qué, siente su presencia y su luz.
Juntos, emprenderán un viaje que desafiará las leyes celestiales: construyendo una Red de Esperanza, enseñando a los humanos a sostener su propia luz y enfrentando fuerzas ancestrales de oscuridad que amenazan con destruirla.
Entre milagros, pérdidas y decisiones imposibles, Cameron y Seraph descubrirán que la verdadera fuerza no está solo en el Cielo, sino en la capacidad humana de amar, resistir y transformar la oscuridad en luz.
Una historia épica de amor, sacrificio y esperanza, donde el destino de los ángeles y los humanos se entrelaza de manera inesperada.
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Amar desde lo eterno.
El amanecer cubría la ciudad con un velo pálido.
Entre los primeros rayos, Seraph observaba el horizonte desde la ventana del pequeño departamento sobre la cafetería.
Su reflejo en el cristal le devolvía la imagen de un joven de cabello dorado y ojos verde oscuro, pero él sabía que esa apariencia era solo una máscara.
Detrás de ese rostro humano latía un corazón de fuego celestial, desgarrado entre el deber y el deseo prohibido.
Había pasado la noche en vela.
Podía sentir el eco de un sueño que no era suyo.
Cameron había soñado con él otra vez.
El lazo que los unía vibraba entre los planos como una cuerda tensa, a punto de romperse.
—Debí mantenerme lejos… —susurró con amargura—.
Cada mirada, cada palabra… altera su destino.
Entonces el aire cambió.
Una brisa helada recorrió la habitación, haciendo titilar las luces.
Seraph levantó la vista: una presencia descendía del techo, envuelta en un resplandor plateado.
Sus alas eran invisibles para los ojos mortales, pero el aire vibraba con su poder.
Arion, ángel de alto rango, uno de los vigilantes del equilibrio, se erguía frente a él.
Su voz, profunda y serena, resonó como un eco entre mundos:
—Seraph de la Casa del Alba.
El Cielo ha observado tus pasos. Has cruzado líneas que ningún custodio debía traspasar.
Seraph bajó la mirada, sabiendo lo que vendría.
—No lo negaría, aunque pudiera. He sentido amor por una humana. Pero no es impuro… es compasión.
Arion dio un paso hacia él, sus ojos brillando con luz contenida.
—No mientas al Cielo. La compasión no hace temblar el alma.
Tus sentimientos por esa humana son más profundos de lo que admites.
Tus actos han perturbado el tejido del destino.
Se te encomendó la redención de un alma, y en cambio, otra ha sido condenada.
Hoy ha cruzado el umbral la hija menor de Lester.
Seraph parpadeó, incrédulo.
—¿Stella? Apenas he tenido tiempo de verla...
—Así es. Tus acciones le robaron la oportunidad de hallar paz.
Ahora yace atrapada entre mundos, sostenida por la tristeza que tú ayudaste a avivar.
Seraph sintió que el aire lo abandonaba.
—No fue mi intención… —murmuró—. Yo solo… me equivoqué...
—El amor mal dirigido también puede destruir —dijo Arion con voz grave—.
Debes alejarte, o de lo contrario, arrastrarás a Cameron contigo.
El vínculo que los une crece. Si continúa fortaleciéndose, ella verá más allá del velo.
Si llega a reconocer tu verdadera esencia, la frontera entre Cielo y Tierra se romperá…
y ambos serán borrados del tiempo.
Seraph apretó los puños, un temblor recorriéndole los brazos.
—¿Entonces debo olvidarla? —preguntó, la voz quebrándose.
Arion lo miró con tristeza.
—Debes aprender a amar desde la distancia.
Tu deber es velar por su luz, no poseerla.
Si su felicidad no te incluye, deberás aceptarlo.
Ese es el precio de los que aman desde lo eterno.
El silencio pesó como una losa.
El viento agitó las cortinas, tiñendo la habitación con destellos dorados.
Seraph cerró los ojos, conteniendo el dolor que lo desgarraba.
—¿Y si la oscuridad vuelve a tocarla? —susurró—.
¿Y si su destino se rompe sin mí?
—Entonces otros bajarán —dijo Arion con calma—.
Pero no serás tú. El Cielo ya ha comenzado a decidir si serás perdonado… o borrado.
El resplandor se disipó lentamente, y Arion desapareció como un soplo de luz.
Seraph cayó de rodillas, con las manos apretadas contra el suelo.
Por primera vez desde que descendió, lágrimas verdaderas —cálidas, humanas— resbalaron por su rostro.
Muy lejos de allí, Cameron despertó sobresaltada.
Había soñado con un avión cayendo envuelto en llamas.
Se levantó, temblando, con el corazón desbocado.
Jhon dormía profundamente a su lado, ajeno a la tormenta invisible que se desataba sobre ella.
Cameron miró hacia la ventana.
En el cielo, una luz fugaz cruzó como una lágrima ardiente.
Y aunque no podía entenderlo, una certeza se clavó en su pecho:
Aquello no era solo un sueño.
Era una advertencia… y el principio de algo que ni el Cielo podría detener.
gracias Autora