La Mujer De Ovarios

---

Al despertar, me encontré en una cama de hospital, rodeada de todos mis hermanos, mi madre e incluso mi padre.

—¿Qué sucedió? —pregunté, mi voz temblorosa mientras observaba a todos, que parecían inmersos en sus pensamientos, evitando mirarme directamente.

Todos, al mismo tiempo, preguntaron con una sincronización casi perfecta:

—¿Cómo te sientes?

—Estoy muy bien, pero... ¿qué pasó con Eli? —Mi voz se quebró, llena de preocupación. Aún recordaba esos bellos ojos que se alejaban de mí, y aquel hombre que parecía ser su jefe, burlón, alto, moreno, con un bigote y unos ojos negros que reflejaban malicia.

El ambiente se cargó de tensión. Todos dudaron en responder, se miraron entre sí, evitando mis ojos. Sentí el peso del silencio, como si una sombra se cerniera sobre todos nosotros. Finalmente, mi padre fue el primero en hablar. Como jefe de familia, tenía que ser más fuerte que todos nosotros, aunque su voz traicionaba la emoción contenida.

—Eli fue secuestrada —dijo, mirándome fijamente. Sus ojos, que parecían a punto de llorar, mostraban la angustia que ninguno de nosotros quería admitir.

El miedo se instaló en mi pecho. No sabía si era una pesadilla o si de verdad la situación era tan grave. Aún con mi voz débil y mi corazón en la mano, me atreví a preguntar:

—¿Saben qué cartel fue?

Mi padre vaciló un momento antes de responder, su tono entrecortado:

—Dice el patrón que fue su cartel contrario, su cartel enemigo, los Estándar.

Los Estándar. La mención de ese nombre me heló la sangre. Era el cartel rival ... Del padre de Lore.

—¿Pero qué dice don Francisco? ¿Que pueda hacer algo? —Mi voz temblaba de rabia y frustración, incapaz de entender por qué alguien no hacía algo más. No podía aceptar que la situación se quedara ahí.

—Dice que no puede interferir en esos asuntos, pero hará lo posible para negociar.

—¿Es decir que no va a hacer nada? —Mi voz se tornó más áspera, mientras la furia se apoderaba de mí. ¿Cómo era posible que no hiciera nada si él conocía muy bien a Eli?

Luis, el más calmado de todos, intentó calmarme, sus palabras llenas de serenidad y algo de consuelo.

—No te preocupes, Cris. Yo sé que don Francisco hará todo lo que esté a su alcance. Nosotros también buscaremos por todo internet, haremos todo lo que podamos para encontrarla. No te angusties.

A pesar de sus palabras, sentí que la tensión en el aire no desaparecía. Mis hermanos, aunque siempre tan habladores, esta vez se sentían perdidos. El miedo y la tristeza los envolvían, porque Eli era como una hermana para todos. Ver cómo su ausencia nos golpeaba tan fuerte hizo que incluso yo perdiera el control de mis emociones.

Entonces, en un intento de aclarar mis pensamientos, me pregunté si, al haberse encargado don Francisco de mi estancia en el hospital, él o Lore habían tenido que intervenir para asegurarme un tratamiento. Sabía que mi familia no podía permitírselo, al menos no de esa manera.

—Entonces, ¿los Pérez pagaron por este hospital? —pregunté, mirando a mi padre con curiosidad.

Mi padre no respondió de inmediato. Se limitó a mirarme fijamente, como si estuviera evaluando qué decir. Finalmente, fue mi madre quien habló.

—Sí. Don Francisco se ofreció a cubrir los gastos. Lore te trajo directamente al hospital después del ataque. Nos llamó para avisarnos y nos dijo que te trasladaban al Gran Hospital La Esperanza. Llegaste con un golpe bastante fuerte, y por eso perdiste la conciencia. El doctor comentó que la lesión no era grave, pero que debía estar bajo observación. Le debemos tanto a esa familia, Cris. Debes ser agradecida y ayudarla en lo que puedas.

Mi hermano Juan, con su tono serio que rara vez usaba, solo cuando se trataba de temas difíciles, observó la conversación con atención.

—No creo que esto sea gratis —dijo, mirándome fijamente, como si intentara transmitir algo más profundo en su mirada.

Mi padre, al escuchar a Juan, permaneció en silencio, como si las palabras no pudieran calmar el creciente malestar que sentíamos todos. Esa noche, mis padres decidieron quedarse conmigo en el hospital, pero al día siguiente, tras la recomendación del doctor de que debía descansar, me llevaron de vuelta a casa. Los cuidados no cesaron. Estaban tan atentos a mí, como si fuera una frágil pieza de cristal.

Cuando llegamos a casa, Lore fue a visitarme. Mi hermana Fernanda, al ver cómo me encontraba, decidió dejarnos solas para hablar.

—¿Cómo te encuentras? ¿Te duele algo? ¿La cabeza? —Lore preguntó, preocupada, mientras se sentaba a mi lado en la cama.

—Ya basta con esas preguntas. ¿Cómo me siento? Todo esto es una farsa, Lore. Me están evadiendo la realidad. ¿Sabes qué? Eli fue secuestrada, y parece que ni tú ni nadie puede hacer nada. —Mi voz se tornó áspera y llena de rencor. Sentía que la ira me consumía, pero era imposible evitarlo.

Lore, con una expresión apenada, bajó la mirada antes de hablar, como si cada palabra le costara salir.

—Tú sabes que no podía interferir. Si lo hacía, mi padre habría tenido problemas. Necesitaba hablarlo con él primero para que él buscara una solución —dijo con tristeza, y me miró a los ojos con una vulnerabilidad que no había mostrado antes.

—¿Qué te dijo tu padre? Lo mismo que a los míos: que no puede hacer nada, pero que hará lo posible. —Mi voz tembló de frustración mientras intentaba calmarme. No podía seguir aceptando respuestas vacías.

—Sé que mi padre hará todo lo posible. Ten fe. Él es muy poderoso, y no permitirá que otro cartel se meta con su gente —dijo Lore, mirándome fijamente, intentando transmitir algo de esperanza.

—No digas estupideces, Lore. Sé que a él no le interesa. Si no somos de su familia, no hará nada —respondí, empujándola suavemente, aunque sentía que mis palabras eran como dagas.

Lore me miró con los ojos llenos de lágrimas, pero su tono se mantuvo firme.

—No pienses así. Mi padre se preocupa mucho por su gente. No dejará que esto quede impune. —Luego, con voz quebrada, añadió:— Tú y Eli son mis hermanas. No puedo dejar que esto quede así. Lo prometo, Cris. Si mi padre no puede hacer nada, yo lo intentaré. Pero no dejaré que esto siga destruyendo vidas.

Las palabras de Lore me sorprendieron, y aunque estaba llena de ira, la vi con otros ojos. Habíamos compartido tanto, desde la primaria. Era más que una amiga, casi una hermana. Había algo genuino en sus palabras, y por un momento sentí que podía confiar en ella.

—Te creo, Lore —respondí, tomándola de la mano, dejando que mi ira se desbordara en un abrazo. Ella me abrazó con fuerza, derramando lágrimas sobre mi hombro.

—Le extraño tanto, Cris. No sé qué haríamos sin ella... —susurró entre sollozos.

No pude más que responder con un suspiro profundo, apretando su mano con fuerza.

—Me esforzaré por recuperarla, lo prometo. Aunque el destino esté en mi contra, haré que ese maldito se ponga a mis pies