En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.
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Capítulo 5: Entre Triunfos y Derrotas
La temporada avanzaba sin tregua.
Cada semana traía consigo un nuevo reto, y Vittoria se encontraba en un punto donde cada partido era una prueba.
El equipo mostró un buen arranque después de la victoria en la Coppa Italia, pero el camino en la Serie B era otro asunto.
Los primeros encuentros dejaron claro que no sería un ascenso fácil.
El debut en la liga fue contra Bari, un equipo sólido, bien estructurado, que no regaló espacios. Vittoria luchó hasta el final y logró imponerse 2-1 con un gol agónico de Camilo Rojas en el último minuto.
La euforia del primer triunfo se vio opacada una semana después, cuando enfrentaron a Cosenza y sufrieron una derrota dolorosa por 1-0. El equipo mostró errores defensivos, y la falta de contundencia en ataque les costó el partido.
Siguió un empate contra Brescia que dejó sensaciones mixtas. El equipo jugó bien, pero dejó escapar la victoria en los últimos minutos.
Después llegaron dos victorias consecutivas, primero ante Südtirol (2-0) y luego contra Modena (3-1).
Pero justo cuando parecía que el equipo tomaba ritmo, llegó una goleada humillante ante Parma (4-0).
Bellucci estaba furioso. No era la derrota, sino la manera en que se había producido.
—No quiero ver a nadie conformándose con perder —dijo en el vestuario tras el partido—. No estamos aquí para ser un equipo promedio.
Los jugadores asintieron en silencio. Había sido un golpe duro, pero necesario.
A lo largo de los primeros diez partidos, Vittoria acumuló cinco victorias, tres derrotas y dos empates.
Se encontraban séptimos en la tabla, en zona de playoffs, pero aún lejos del ascenso directo.
Había margen para mejorar, pero también muchas cosas por corregir.
En medio del ajetreo de la liga, Luca tuvo que hacerse cargo de algo que había dejado en segundo plano por demasiado tiempo.
El Vittoria Femenino.
Era algo que no podía seguir ignorando, y el presidente de la liga se había encargado de recordárselo.
Silvia había hecho los deberes y tenía un informe detallado sobre la estructura actual del equipo.
—El equipo femenino ha tenido buenos resultados en los últimos años, pero nunca ha recibido el apoyo que realmente necesita.
Luca revisó los documentos en su escritorio.
—¿Qué tan competitivo es el plantel?
—Compiten en la Serie B femenina, pero sin refuerzos y sin una estructura más sólida, es difícil que peleen por el ascenso.
Luca dejó los papeles y cruzó los brazos.
—Necesitamos empezar desde arriba. Lo primero es contratar a una entrenadora.
Silvia asintió.
—Ya tengo una candidata.
Le pasó un expediente con una foto en la esquina superior derecha.
Luca la observó con curiosidad.
—¿Quién es?
—Claire Dubois.
—¿Francesa?
—Sí. Exfutbolista. Se retiró a los 29 años después de una lesión y empezó a entrenar equipos juveniles. Tiene solo 32 años, pero es una de las entrenadoras jóvenes con más proyección en Europa.
Luca recorrió su historial con la vista.
—Trabajó con Lyon y después en la selección sub-20 de Francia.
Silvia asintió.
—Sabe lo que hace. Es exigente, tiene un estilo ofensivo y trabaja bien con jugadoras jóvenes.
Luca dejó el expediente sobre la mesa.
—¿Ella quiere venir?
—No está cerrada a la idea. Quiere escuchar la propuesta.
Luca asintió.
—Entonces hagámoslo. Tráela a Vittoria.
Silvia sonrió levemente.
—Pensé que dirías eso. Ya organicé una reunión para mañana.
Luca sonrió de lado.
—¿Alguna vez me dejas tomar una decisión por mi cuenta?
Silvia solo se encogió de hombros con diversión.
—Para qué perder tiempo si ya sé lo que vas a decir.
Al día siguiente, Luca se reunió con Claire en una de las salas privadas del club.
La francesa era una mujer de presencia fuerte. De cabello oscuro recogido en una coleta y mirada directa, hablaba con seguridad, sin rodeos.
Se notaba que no tenía intención de impresionar a nadie.
—Seamos claros, señor Moretti —dijo apenas tomaron asiento—. No vine hasta aquí para escuchar promesas vacías.
Luca apoyó los codos sobre la mesa, sonriendo levemente.
—No suelo hacer promesas que no pueda cumplir.
Claire entrecerró los ojos, estudiándolo con cuidado.
—He trabajado en clubes donde el equipo femenino es tratado como un accesorio. No quiero eso.
Luca asintió.
—Lo entiendo. Y por eso quiero que estés aquí. Vittoria Femenino no puede seguir siendo una sombra. Quiero que tenga los recursos, el apoyo y la visibilidad que merece.
Claire no respondió de inmediato. Podía notar la confianza en su tono, pero también sabía que las palabras no eran suficientes.
—¿Tendré libertad total para trabajar con el equipo?
—Tendrás todo lo que necesites para hacer tu trabajo bien.
Claire sostuvo su mirada un instante más y luego asintió.
—Bien. Si voy a hacer esto, será a mi manera.
Luca sonrió.
—Eso es lo que quiero.
Claire se recargó en su silla con una leve sonrisa.
—Entonces hagámoslo.
El trato estaba cerrado. El primer paso para darle a Vittoria Femenino el lugar que merecía había sido dado.
Ahora solo quedaba construir.
Luca salió de la reunión con Claire Dubois con una sensación de satisfacción. El Vittoria Femenino finalmente tenía una líder con carácter, alguien que no solo dirigiría al equipo, sino que lo transformaría.
Pero aún había asuntos pendientes.
Caminó por los pasillos del club y se dirigió a la oficina de Adriano, donde su hermano lo esperaba con una expresión que solo podía significar una cosa: tenía noticias.
—Dime que es bueno —dijo Luca, tomando asiento sin preámbulos.
Adriano esbozó una sonrisa de satisfacción y deslizó un documento por la mesa.
—El último fichaje está cerrado. Un central con experiencia.
Luca tomó el papel y leyó el nombre.
—Daniel Harrington.
Reconocía el nombre al instante. Defensa inglés de 30 años, con años de experiencia en la Championship y un pasado en la Premier League.
—Harrington jugó en Aston Villa, luego pasó al Fulham y terminó como capitán en el Sheffield Wednesday —explicó Adriano—. No es el defensa más rápido, pero tiene algo que nos falta: liderazgo y solidez.
Luca apoyó el papel sobre la mesa y lo miró con interés.
—¿Condiciones del acuerdo?
—Contrato por dos años, sueldo dentro del límite que nos impusimos y una cláusula de rendimiento. Viene libre después de terminar contrato con Sheffield, así que no pagamos traspaso.
Luca asintió con satisfacción.
—Justo lo que necesitábamos.
—Exacto —respondió Adriano—. Santacruz y Riva son buenos, pero les falta un veterano que les enseñe cómo sobrevivir en el fútbol de verdad.
Luca sonrió.
—Y supongo que tú ya te aseguraste de venderle el proyecto.
Adriano se encogió de hombros con una mueca de autosuficiencia.
—Le dije que aquí tenía la oportunidad de ser clave en un equipo que aspira a la Serie A. Y que si quiere terminar su carrera en lo más alto, esta es su mejor oportunidad.
Luca soltó una leve carcajada.
—Me imagino que lo hiciste sentir como un rey.
—Le hice sentir que su legado no iba a ser el de un defensa más que se pierde en el olvido. Y lo compró.
Luca negó con la cabeza con una sonrisa. Adriano podía ser un negociador frío y calculador, pero cuando se trataba de fichajes, tenía un talento especial para persuadir a los jugadores.
—¿Cuándo llega?
—Mañana mismo. Se hará los exámenes médicos y firmará el contrato.
Luca se puso de pie y se estiró.
—Perfecto. Ya no quiero ver más fichajes por un tiempo.
Adriano sonrió con ironía.
—No digas eso tan rápido. El mercado siempre nos sorprende.
—Que sea después de que respiremos un poco.
Justo cuando Luca se giraba para salir, Adriano se reclinó en su silla con los brazos cruzados.
—Por cierto, Claire Dubois ya es oficialmente nuestra entrenadora.
Luca se detuvo y giró la cabeza.
—¿Cómo fue la reunión?
—Breve, pero clara. Le dije que esperábamos mucho de ella y que este no era un club que se conformaba con participar.
Luca arqueó una ceja.
—¿Y cómo lo tomó?
—Sonrió como si lo hubiera esperado. Esa mujer no tiene miedo, Moretti.
Luca sonrió levemente.
—Bien. Porque tampoco tenemos tiempo para gente que lo tenga.
Adriano asintió.
—Exacto.
Luca salió de la oficina con una sensación de satisfacción.
El equipo estaba cerrando sus piezas. Ahora solo quedaba demostrarlo en la cancha.
El sol comenzaba a bajar sobre Vittoria cuando Luca salió de la oficina, sintiendo el peso del día en los hombros. Había sido una jornada productiva, pero el trabajo nunca terminaba.
Caminó por los pasillos del complejo deportivo, disfrutando del aire fresco después de horas encerrado en reuniones. Por primera vez en el día, tenía un momento para sí mismo.
O al menos, eso pensó.
Justo cuando salía del edificio principal, una voz familiar lo llamó desde la distancia.
—Luca.
Se giró y vio a su primo Federico Moretti, todavía con la ropa de entrenamiento, el cabello húmedo y una botella de agua en la mano.
El joven se acercó con su energía habitual, esa mezcla de confianza y respeto que siempre lo había caracterizado.
—Saliste tarde hoy.
Luca sonrió con cansancio.
—¿Cuándo no?
Federico se detuvo a su lado y se apoyó en un pilar, estirando los músculos después de la sesión.
—Bellucci nos mató hoy —comentó, moviendo el cuello de un lado a otro—. No nos dejó salir hasta que todos hicieran los ejercicios de presión como él quería.
Luca soltó una leve carcajada.
—Bienvenido al fútbol profesional.
Federico sonrió de lado y luego lo miró con curiosidad.
—He visto cómo se mueven las cosas aquí desde que llegué. Tienes mucho encima, Luca.
Luca se encogió de hombros.
—Nada que no pueda manejar.
Federico frunció el ceño levemente, como si analizara sus palabras.
—Sí, pero... a veces me pregunto si disfrutas algo de esto o solo te consume.
Luca lo miró de reojo y sonrió.
—¿Te preocupa que me vuelva un viejo amargado antes de tiempo?
Federico rio.
—Solo digo que siempre fuiste el tipo que disfrutaba las cosas. Ahora pareces estar en mil lugares al mismo tiempo.
Luca suspiró, mirando hacia el horizonte.
—Es parte del juego, Fede. Si quiero que este club sea lo que imagino, tengo que estar en cada detalle.
Federico asintió, pero su expresión se mantuvo pensativa.
—Solo recuerda que a veces hay que jugar también fuera de la cancha.
Luca sonrió levemente.
—Sabes que no soy de los que se quedan quietos.
—Eso lo sé.
Federico le dio una palmada en el hombro antes de empezar a alejarse hacia el estacionamiento.
—Nos vemos mañana, primo.
Luca lo vio marcharse con una leve sonrisa. Federico tenía razón en algo.
El trabajo lo consumía, pero no era solo una carga. Era su elección.
Justo cuando sacaba las llaves de su auto, su teléfono sonó.
Marco Moretti.
Luca exhaló con calma antes de contestar.
—Dime que tienes buenas noticias.
Del otro lado de la línea, su hermano mayor sonrió con ese tono de voz que siempre indicaba que tenía el control.
—Tengo respuestas.
—Escucho.
—El informe financiero está completo. Tenemos margen para invertir en el equipo femenino, pero hay que hacerlo con cabeza.
Luca se apoyó contra su auto, cruzando un brazo sobre su pecho mientras sostenía el teléfono con la otra mano.
—¿Cuánto podemos liberar?
—Depende de qué tan rápido quieras resultados. Si buscamos algo progresivo, podemos soltar tres millones de euros este año y aumentar el presupuesto gradualmente.
Luca meditó en silencio.
—¿Y si lo hacemos más agresivo?
Marco rió bajo.
—Sabía que ibas a decir eso. Si queremos resultados inmediatos, podemos llegar a los cinco millones, pero eso significa que el club necesitará equilibrar los gastos en otras áreas.
Luca entrecerró los ojos.
—¿Eso afectaría el proyecto del equipo masculino?
—No de inmediato, pero nos daría menos flexibilidad en caso de que necesitemos hacer ajustes en la plantilla en el mercado de invierno.
Luca pasó una mano por su mandíbula, pensando rápido.
—Hablemos claro, Marco. ¿Cuál es la mejor jugada?
Marco se quedó en silencio unos segundos antes de responder.
—Tres millones este año. Nos permite crecer de manera sostenida sin poner en riesgo la estabilidad del club. Podemos reforzar el equipo femenino, mejorar la infraestructura y darle a Dubois las herramientas necesarias.
Luca asintió lentamente.
—Está bien. Cerrémoslo en tres millones.
—Sabia decisión.
—Siempre lo es cuando me llamas primero.
Marco rio suavemente.
—Eres el dueño del club, pero sigo siendo el que se asegura de que no lo hundas.
Luca sonrió.
—Lo sé. Por eso te dejo hacer números mientras yo hago que este equipo gane.
—Bien. Nos vemos en la reunión de fin de mes.
Luca colgó y dejó escapar un suspiro, guardando el teléfono en su bolsillo.
Todo estaba avanzando. El equipo masculino seguía en competencia, el equipo femenino estaba en proceso de fortalecerse y las finanzas estaban controladas.
Pero en el fútbol, siempre había algo más por hacer.
Luca llegó a su departamento con el deseo de desconectarse del mundo por unas horas. El día había sido largo y su mente aún estaba procesando todas las decisiones tomadas.
Pero la paz no duró.
Su teléfono comenzó a vibrar y cuando vio el nombre en la pantalla, supo que algo grave pasaba.
Adriano.
Contestó de inmediato.
—Dime que no es otro problema con el equipo.
Del otro lado de la línea, su hermano mayor dejó escapar un suspiro pesado.
—Ojalá. Es Alessandro. O mejor dicho, su hijo.
Luca se frotó la sien con los dedos.
—¿Qué hizo ahora?
—Lo detuvieron esta tarde. Lo encontraron con sustancias en su auto.
Luca cerró los ojos por un instante.
No estaba sorprendido.
El hijo mayor de Alessandro, Leonardo Moretti, siempre había sido un problema en la familia. Criado con demasiados lujos y sin demasiadas reglas, había crecido con la sensación de que el mundo estaba a sus pies.
Y eso solo empeoró porque su madre, Cecilia, era una mujer permisiva, que prefería mirar hacia otro lado en lugar de ponerle límites a su hijo.
Luca nunca había tenido una buena relación con ella. Siempre la consideró una mala influencia, y este era solo otro ejemplo más de lo que pasaba cuando criabas a un chico sin disciplina.
—¿Cómo lo manejaron? —preguntó finalmente.
—Alessandro movió algunos hilos para sacarlo antes de que la prensa hiciera una historia más grande. Pero el daño ya está hecho.
—¿Qué dice Cecilia?
Adriano resopló con amargura.
—Lo mismo de siempre. Que es joven, que cometió un error, que lo estamos exagerando.
Luca sintió la irritación creciendo en su pecho.
—Esa mujer siempre encuentra una excusa para justificar su maldita incompetencia como madre.
—Exacto. Por eso Alessandro está en crisis. Intentando contener el escándalo y al mismo tiempo no perder la cabeza con su esposa.
Luca suspiró.
—¿Dónde está Leo ahora?
—En la mansión, encerrado en su habitación como si fuera la víctima de todo esto.
Luca se pasó una mano por el cabello, frustrado.
—Escucha, esto tiene que parar. Si Alessandro y Cecilia no lo controlan ahora, va a terminar peor.
—¿Y qué propones?
Luca se quedó en silencio unos segundos, luego una idea cruzó su mente.
—Voy a llevármelo.
—¿Qué?
—Que lo voy a poner a trabajar en el club. Nada de lujos, nada de privilegios. Desde ahora, Leo será recoge pelotas en los partidos.
Adriano rio con incredulidad.
—¿Hablas en serio?
—Totalmente. Si quiere respeto, que lo gane. Si sigue por este camino, la próxima vez que lo arresten no habrá nadie que lo saque.
Adriano se quedó pensativo.
—Podría funcionar… pero va a armar un escándalo.
—Déjalo que grite lo que quiera. El apellido Moretti significa algo, y si no lo entiende, lo aprenderá.
—De acuerdo. Hablaré con Alessandro. Pero prepárate, porque el caos en la mansión es fuerte.
—No me asusta el caos, Adriano. Me asusta lo que pasará si seguimos permitiéndolo.
Colgó la llamada y dejó el teléfono sobre la mesa.
Sabía que se estaba metiendo en problemas.
Pero en la familia Moretti, los problemas nunca faltaban.
Luca colgó la llamada y se quedó en silencio unos segundos. Sabía que no podía dejarlo así.
Se levantó con calma, tomó su chaqueta y salió de su departamento. No importaba lo tarde que fuera, no importaba que el día hubiera sido agotador.
Si había algo que tenía claro, era que la familia Moretti no podía permitirse una mancha más.
El camino hacia la mansión familiar fue silencioso, acompañado solo por el sonido del motor y sus propios pensamientos. No era la primera vez que Leonardo se metía en problemas, pero esta vez era diferente.
Esta vez, Luca no iba a quedarse de brazos cruzados.
Cuando llegó, las luces de la enorme propiedad seguían encendidas, iluminando la fachada con un brillo imponente. La mansión Moretti nunca dormía.
El ambiente dentro era todo lo contrario a la tranquilidad exterior.
Caos.
Apenas cruzó la puerta principal, pudo escuchar las voces elevadas desde el salón.
—¡No puedes tratarlo como un criminal, Alessandro! —la voz de Cecilia, su cuñada, resonaba por toda la casa—. ¡Es solo un error, un malentendido!
—¡No es un malentendido! —respondió su hermano con una furia contenida—. Lo encontraron con drogas, Cecilia. ¿Qué parte de eso no entiendes?
Luca avanzó con paso firme, pasando entre los empleados de la casa que lo miraban con cautela. Sabían que cuando los Moretti discutían, lo mejor era mantenerse al margen.
Cuando llegó al salón, la escena no le sorprendió.
Alessandro, su hermano mayor, estaba de pie con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Siempre había sido el más diplomático de todos, pero esta vez su paciencia estaba al límite.
Su padre, Enzo Moretti, estaba sentado en su butaca habitual con un vaso de whisky en la mano. No hablaba, solo observaba.
Y en el centro de todo, estaba Cecilia. Furiosa, indignada, como si el mundo entero estuviera en su contra.
—Bien —dijo Luca, rompiendo el tenso silencio mientras entraba—. Veo que la familia sigue funcionando como un circo.
Cecilia lo miró con desprecio.
—Oh, por favor, Luca. No vengas con tu pose de presidente ahora. No eres el padre de Leonardo.
Luca se detuvo frente a ella y la miró con frialdad. No necesitaba alzar la voz para hacerse escuchar.
—No, pero parece que su madre tampoco lo es.
Cecilia abrió la boca, pero Luca no le dio oportunidad de hablar.
—¿Quieres seguir justificándolo? Adelante. Dime que "es joven". Dime que "cometió un error". Pero no me mires a la cara y me digas que no sabías que esto pasaría.
Cecilia palideció, pero mantuvo su expresión desafiante.
—¡No tienes idea de lo que dices!
Luca avanzó un paso.
—Sí, sí la tengo. Porque he visto a Leo hacer lo que le da la gana durante años. Y he visto cómo tú lo dejaste sin consecuencias.
—¡No puedes tratarme así!
—No te estoy tratando de ninguna manera, Cecilia. Solo te estoy diciendo la verdad.
El silencio que se hizo fue denso.
Luca se giró hacia Alessandro, su hermano mayor, que lo miraba con una mezcla de cansancio y frustración.
—Ya tomé una decisión. Me lo llevo.
Cecilia soltó una risa incrédula.
—¿Qué?
—Leonardo vendrá conmigo a Vittoria —continuó Luca, ignorando su exclamación—. Va a trabajar en el club. Nada de lujos, nada de excusas.
Cecilia bufó.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Que corra detrás de los jugadores para que aprenda disciplina?
Luca sonrió con frialdad.
—Algo así.
Se giró hacia su padre, quien no había dicho nada en toda la discusión.
—¿Y bien?
Enzo Moretti dejó su vaso sobre la mesa con calma.
—Me parece una buena idea.
Cecilia abrió los ojos con sorpresa.
—¡¿Qué?!
Enzo se acomodó en su butaca y la miró con la severidad de un hombre que no daba segundas oportunidades.
—Leo es un Moretti. Y un Moretti con nuestro apellido no puede ser un irresponsable sin propósito.
Cecilia lo miró con desesperación, luego volvió su vista a Alessandro.
—¿Tú vas a permitir esto?
Alessandro exhaló y se pasó una mano por la cara. Parecía agotado, desgastado.
—Si Luca cree que puede encarrilarlo, lo apoyo.
El rostro de Cecilia se descompuso.
—¡Esto es absurdo!
Luca mantuvo su mirada fija en ella.
—No más indulgencias, Cecilia. O aprende ahora, o lo perderás más adelante.
Ella no respondió. Porque en el fondo, sabía que era verdad.
Sin decir una palabra más, Luca se giró y subió las escaleras. Iba directo a la habitación de su sobrino.
Cuando llegó, golpeó la puerta dos veces.
—Leo.
No hubo respuesta.
Luca empujó la puerta y entró sin pedir permiso.
Leonardo Moretti estaba acostado en su cama, mirando el techo, con la luz apagada. Parecía más fastidiado que arrepentido.
—¿Viniste a sermonearme también? —murmuró sin levantar la mirada.
Luca cerró la puerta y se cruzó de brazos.
—No. Vine a decirte que mañana a primera hora nos vamos.
Leonardo frunció el ceño y giró la cabeza.
—¿Qué?
—Empiezas a trabajar en Vittoria. Serás recoge pelotas en los partidos y harás lo que se te pida.
Leo se incorporó de golpe, indignado.
—¡¿Qué?!
Luca mantuvo su expresión imperturbable.
—Te lo explico más fácil: si quieres que alguien vuelva a tomar en serio tu apellido, empieza por demostrar que lo mereces.
Leo apretó los puños.
—Esto es una tonteria.
Luca inclinó la cabeza.
—No, esto es la realidad. Y la vas a enfrentar, te guste o no.
El joven lo miró con rabia, pero Luca no se inmutó. Había sido moldeado por responsabilidades más grandes que él mismo.
No tenía paciencia para juegos ni para egos inflados.
—Mañana a las seis te quiero listo. No me hagas sacarte de la cama a la fuerza.
Sin esperar respuesta, Luca salió de la habitación y cerró la puerta detrás de él.
Sabía que no iba a ser fácil.
Pero si Leonardo Moretti quería ser tratado como un adulto, tenía que empezar a comportarse como uno.
El sol ya estaba alto cuando Leonardo Moretti llegó al complejo deportivo de Vittoria, tarde y de mala gana.
Bajó del auto con la misma actitud con la que siempre había caminado por la vida: creyéndose el centro del mundo.
Pero esta vez, no estaba solo.
—¡No me jodas, papá! —gruñó, girándose hacia Alessandro, su padre, que lo seguía con una expresión endurecida—. ¿Recogepelotas? ¿De verdad crees que necesito esta humillación?
—Lo que necesitas es disciplina, Leonardo. Y cuanto antes lo entiendas, mejor.
Leo bufó, pasando una mano por su cabello desordenado. Ni siquiera intentaba ocultar su fastidio.
Cuando entró en el edificio principal del club, se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre una mesa.
Sin pensarlo, llamó con un chasquido de dedos a un empleado que pasaba cerca.
—Oye, llévame esto a la oficina.
El trabajador, un hombre mayor, lo miró un segundo y siguió caminando como si no hubiera escuchado nada.
Leo frunció el ceño.
—¿Hola? ¿Me escuchaste?
Pero nadie le prestó atención.
Todos habían sido avisados.
Leonardo Moretti no debía recibir ningún trato especial.
Cuando Leo se dio cuenta de que nadie se movía para atenderlo, su molestia creció.
—No puedo creer esta estupidez…
Justo en ese momento, Adriano Moretti salió de su oficina.
Y Leonardo se quedó congelado.
Su tío mayor no era alguien con quien uno quisiera tener problemas.
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Adriano con tono seco.
Leo parpadeó.
—Nada, tío, solo—
No pudo terminar la frase.
Adriano avanzó hacia él y, sin dudarlo, lo tomó del brazo con firmeza.
—Ven conmigo. Ahora.
Leo sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Pese a su actitud desafiante, Adriano era de los pocos hombres a los que realmente le tenía miedo.
Sin decir más, lo arrastró por el pasillo hasta la oficina de Luca.
Cuando abrieron la puerta, Luca estaba sentado detrás de su escritorio, con la expresión completamente seria.
Ni una pizca de amabilidad.
Adriano empujó a Leo hacia el interior y luego cruzó los brazos.
—Es todo tuyo.
Luca ni siquiera se inmutó. Simplemente lo observó en silencio, con una mirada que decía más que cualquier palabra.
Leo se pasó una mano por la nuca, tratando de mantener su actitud relajada, pero algo dentro de él le decía que esto era diferente.
Luca entrelazó los dedos sobre el escritorio y finalmente habló.
—Mírame.
Leo levantó la mirada.
Luca sostuvo su contacto visual sin pestañear.
—Crecimos juntos. Jugamos en la misma casa, tuvimos las mismas oportunidades. Pero hay una diferencia enorme entre tú y yo.
Leo sintió la presión de esas palabras.
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
Luca apoyó los codos en la mesa y su voz se volvió aún más fría.
—Yo soy dueño de una franquicia.
El impacto de la frase golpeó a Leo más fuerte de lo que esperaba.
Luca ni siquiera necesitó alzar la voz. Solo había dicho la verdad.
—Tienes veintidós años, Leonardo. Eres un malcriado. Llevas toda tu vida creyendo que puedes hacer lo que quieras, y mira dónde te ha llevado eso.
Leo tragó saliva, pero no dijo nada.
Luca se levantó de su silla y rodeó el escritorio hasta quedar frente a él.
—Mientras estés aquí, no eres un Moretti. No eres el sobrino del presidente.
Hizo una pausa antes de soltar el golpe final.
—Eres solo otro trabajador más.
Leo sintió que algo dentro de él se encogía.
Siempre había sabido que su tío Luca era inteligente, ambicioso… pero nunca lo había visto tan frío, tan implacable.
Y por primera vez en mucho tiempo, no tuvo respuesta.
Luca extendió la mano.
—Dame el teléfono.
Leo frunció el ceño.
—¿Qué?
—No tienes nada más importante que hacer. Así que entrégamelo.
Leo resopló, pero la manera en que Luca lo miraba le dejó claro que no tenía opción.
Con desgano, sacó su teléfono del bolsillo y se lo entregó.
Luca lo tomó y lo guardó en un cajón sin decir nada más.
Después, se giró hacia Adriano.
—Llévalo con el equipo físico. Quiero que lo pongan a sudar hasta que entienda lo que significa ganarse algo en la vida.
Adriano sonrió de lado.
—Con gusto.
Leo abrió la boca para protestar, pero un solo vistazo de su tío mayor lo hizo cambiar de opinión.
Sin decir una palabra más, salió de la oficina detrás de Adriano.
Cuando la puerta se cerró, Luca se recargó contra su escritorio y dejó escapar un suspiro lento.
Sabía que había golpeado a Leo donde más le dolía.
Y tal vez, solo tal vez, ese era el primer paso para cambiarlo.
Luca apenas tuvo un minuto de respiro después de la salida de Leonardo cuando la puerta de su oficina volvió a abrirse.
Esta vez, no fue Adriano.
—¿Qué demonios está pasando aquí tan temprano?
La voz de Isabella Ricci resonó en la sala con su usual tono firme y elegante.
Llevaba un traje oscuro perfectamente ajustado, su cabello castaño recogido en una coleta alta y una expresión de absoluta incomodidad al ver el caos en las instalaciones del club.
Luca levantó la mirada desde su escritorio y le dedicó una sonrisa leve, de esas que usaba cuando sabía que algo la irritaba.
—Bienvenida de vuelta.
Isabella cruzó los brazos, inclinando la cabeza con desconfianza.
—Te dejo solo un par de días y parece que Vittoria se ha convertido en un campo de entrenamiento militar.
Luca se encogió de hombros.
—Digamos que estamos haciendo algunos… ajustes.
Ella entrecerró los ojos y tomó asiento frente a su escritorio sin esperar invitación.
—Estoy esperando una explicación, Moretti.
Luca exhaló con calma y se apoyó en la silla, observándola con esa paciencia calculada que siempre la sacaba de quicio.
—Mi querido sobrino Leonardo fue arrestado con sustancias en su auto. Su madre intentó taparlo, Alessandro está perdiendo la cabeza y yo decidí hacerme cargo antes de que terminara en la ruina.
Isabella parpadeó, procesando la información.
—¿Y "hacerte cargo" significa traerlo aquí?
—Exacto. Ahora es parte del club.
—¿Me estás diciendo que pusiste a un niñato irresponsable dentro de tu organización?
—No exactamente. —Luca sonrió con aire divertido—. Lo puse a recoger pelotas.
Isabella lo miró con incredulidad por unos segundos antes de reírse por lo bajo, apoyando una mano en su frente.
—Dios mío, Luca. No sé si eres un genio o un lunático.
Luca apoyó un codo en la mesa, sosteniendo su mirada.
—Tal vez ambas cosas.
Isabella lo miró por un momento más, luego suspiró y negó con la cabeza.
—Si no estuviera tan ocupada con mi empresa, diría que quiero quedarme solo para ver esto.
—¿Qué tal te fue en tu viaje? —preguntó Luca, cambiando de tema con naturalidad.
Ella acomodó su postura y rodó los ojos.
—Agotador. Pero provechoso. Los nuevos contratos en Milán están cerrados. Eso significa que estaré viajando con más frecuencia.
Luca asintió.
—Buena noticia. ¿Más dinero para ti?
—Y más poder.
Luca sonrió de lado.
—Siempre fuiste ambiciosa.
—Tú no te quedas atrás.
Ambos se miraron un instante, como si estuvieran midiendo el aire entre ellos.
Había una historia allí, una que ninguno de los dos mencionaba, pero que flotaba en el ambiente cada vez que estaban juntos.
Finalmente, Isabella suspiró y se levantó.
—Está bien, Moretti. Sigue con tu plan de disciplinar a tu sobrino. Solo intenta que no termine incendiando el club mientras tanto.
—Eso dependerá de qué tan rápido aprenda.
—Entonces estamos jodidos.
Luca rio suavemente mientras la veía salir de su oficina con la misma confianza con la que había entrado.
Cuando la puerta se cerró, exhaló lentamente y giró la silla hacia la ventana.
Justo cuando Isabella salía de la oficina, la puerta se abrió nuevamente y Silvia apareció con su característico profesionalismo, aunque esta vez su expresión era de absoluta molestia.
—Presidente —dijo con una voz más seria de lo habitual—, tenemos un problema afuera.
Luca cerró los ojos por un instante.
—Déjame adivinar.
Silvia cruzó los brazos.
—Tu sobrino.
Adriano, que se había quedado en la sala revisando unos papeles, se frotó la cara con ambas manos y soltó un suspiro pesado.
—Dios mío, dame paciencia.
Isabella, que ya estaba por salir, se giró con una expresión de absoluto fastidio y miró a Luca. No dijo nada, solo alzó una ceja y le hizo una seña con la cabeza, como diciéndole: "Resuélvelo".
Luca inhaló con calma y se puso de pie.
—Vamos a ponerle fin a esto antes de que pase de ridículo a bochornoso.
Salió de la oficina con Silvia caminando a su lado, mientras Adriano se les unía sin decir una palabra.
Pero cuando llegaron a la zona de entrenamiento, el espectáculo que encontraron fue aún peor de lo que imaginaban.
Leonardo Moretti estaba en medio del campo, con los brazos abiertos, gritándole a todo el mundo.
—¡¿Quién demonios se creen que son para darme órdenes a mí?!
Los empleados del club, los utileros, e incluso algunos miembros del equipo técnico, estaban parados en un semicírculo, observándolo con expresiones que iban desde la incredulidad hasta el hastío absoluto.
Uno de los preparadores físicos, Gianluca Vieri, un exmilitar convertido en entrenador de alto rendimiento, tenía los brazos cruzados y la mandíbula apretada. Claramente se estaba conteniendo.
—No nos importa tu apellido, niño. Aquí todos trabajan.
Pero Leo no se detuvo.
—¡No soy un maldito sirviente! ¡No voy a recoger pelotas ni a limpiar el sudor de nadie! ¡No tienen idea de quién soy!
—Eres un idiota —murmuró uno de los empleados en voz baja.
—¡¿Qué dijiste?! —rugió Leo, dando un paso hacia él.
Y fue en ese momento que Luca decidió intervenir.
El murmullo se apagó cuando Luca Moretti entró en escena.
Su presencia bastó para que todos los empleados dieran un paso atrás, como si instintivamente supieran que la tormenta estaba por desatarse.
Pero Leonardo no se movió.
Siguió de pie en el centro del campo de entrenamiento, con el rostro enrojecido por la rabia, los puños y el orgullo destrozado.
Cuando Luca avanzó con calma, su mirada afilada se fijó directamente en su sobrino.
—Leonardo.
El joven se giró bruscamente. Su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas.
—¡¿Qué?!
Luca no se alteró.
—¿Se puede saber qué carajos estás haciendo?
Leo apretó la mandíbula.
—¡Estoy harto de esto! ¡De que me traten como si fuera basura!
—No te estamos tratando como basura.
—¡¿Ah, ¿no?! —Leonardo se rio con amargura—. ¡Me tienen recogiendo pelotas como un cualquiera!
—No como un cualquiera —replicó Luca con frialdad—. Como alguien que no ha hecho nada para merecer otra cosa.
Un escalofrío recorrió la multitud.
Los empleados, los preparadores físicos, los jugadores que observaban a lo lejos… nadie osaba decir una palabra.
Leonardo sintió el golpe en su ego y su rabia creció.
—¡No tengo que merecer nada! ¡Soy un Moretti!
Luca sonrió, pero fue la sonrisa más cruel que Leo había visto en su vida.
—No aquí. Aquí, eres un niño mimado que cree que su apellido lo hace intocable.
Leonardo sintió cómo algo dentro de él se quebraba.
Y entonces, explotó.
Sin pensarlo, se lanzó hacia Luca.
Un puñetazo directo.
El mundo pareció desacelerarse en ese instante.
Algunos empleados soltaron exclamaciones ahogadas.
Vieri, el preparador físico, dio un paso al frente como si fuera a intervenir.
Pero Adriano extendió un brazo y lo detuvo.
—No. —Su voz sonó firme, sin vacilación—. Déjalos.
Vieri lo miró con incredulidad.
—¡Lo va a matar!
—No. —Adriano apenas parpadeó—. Le va a enseñar.
Y tenía razón.
Porque Luca no esquivó el golpe.
No porque no pudiera, sino porque no necesitaba hacerlo.
Cuando el puño de Leonardo estuvo a punto de alcanzarlo, levantó su brazo con la precisión de un depredador y lo bloqueó con facilidad.
El impacto resonó en el aire.
Leo sintió un dolor punzante en la muñeca.
Pero antes de que pudiera reaccionar, Luca contraatacó.
Un movimiento rápido, limpio, controlado.
Un puñetazo directo a su abdomen.
Leonardo sintió que el aire le abandonaba los pulmones.
Se dobló hacia adelante, llevándose las manos al estómago, jadeando en busca de oxígeno.
La multitud contenía la respiración.
Y entonces, Luca habló.
—Si vuelves a levantarme la mano, Leonardo —su voz sonó baja, grave, como el trueno antes de la tormenta—, te aseguro que la próxima vez no seré tan considerado.
Leo levantó la mirada, sudor en la frente, el orgullo hecho pedazos.
—Tú… tú no eres mejor que yo… —jadeó con rabia.
Luca inclinó la cabeza con frialdad.
—¿No?
Lo agarró de la camisa y lo obligó a ponerse de pie.
El joven no pudo resistirse. No tenía fuerzas.
—Yo soy dueño de una franquicia, Leonardo. Tú eres un mocoso que cree que puede dar órdenes cuando ni siquiera sabe lo que es trabajar.
Leo sintió un nudo en la garganta.
Porque, por primera vez, la realidad lo golpeó más fuerte que cualquier puñetazo.
Luego, miró a Vieri.
—Es todo tuyo. Haz que entienda lo que significa el esfuerzo.
Vieri asintió con una media sonrisa.
—Con mucho gusto, presidente.
Leonardo sintió una gota de sudor resbalar por su sien.
Y entonces, por primera vez en su vida, supo lo que era el miedo.
El día continuó con la misma intensidad con la que había comenzado.
Leonardo Moretti fue arrastrado al entrenamiento físico sin más protestas, dejando el campo de batalla con el orgullo hecho trizas.
Pero Luca ya tenía la cabeza en otro lugar.
El partido de Copa era al día siguiente y todo tenía que estar perfectamente listo.
Se dirigió de inmediato a la sala de juntas, donde lo esperaban Adriano, Isabella, Silvia y parte del cuerpo directivo.
Sobre la mesa había informes, tácticas, estrategias financieras y planes logísticos. Cada detalle contaba.
Luca tomó asiento y recorrió la mesa con la mirada.
—Bien, díganme que tenemos todo bajo control.
Isabella, quien acababa de regresar de su viaje de negocios, cruzó las piernas con elegancia y habló primero.
—Los patrocinadores están confirmados. La transmisión del partido se verá en toda Italia, y tenemos un acuerdo con una cadena extranjera para retransmitirlo en América Latina.
—Perfecto —asintió Luca—. ¿Y la parte operativa?
Silvia, siempre eficiente, intervino con precisión.
—El estadio estará al cien por ciento listo. La seguridad ha sido reforzada, especialmente después de la última vez que tuvimos problemas con la barra del rival.
Luca giró la cabeza hacia su hermano.
—Adriano, háblame del equipo.
El director deportivo pasó una carpeta con información.
—Bellucci ha trabajado en la táctica. Vamos con una formación ofensiva. Harrington debutará en la defensa, y Camilo Rojas estará en la delantera junto a nuestro nuevo fichaje.
Luca se recargó en la silla y asintió lentamente.
—¿Cómo están los ánimos?
Adriano sonrió de lado.
—El equipo está motivado. Quieren demostrar que no somos un club más de Serie B.
Luca miró a todos en la sala.
—Mañana es más que un partido. Es un mensaje. Vittoria no está aquí para jugar… estamos aquí para ganar.
Isabella sonrió levemente.
—No esperaba menos de ti, Moretti.
Silvia tomó la palabra por última vez.
—Todo está listo. Lo único que falta… es que llegue el día.
Luca se puso de pie y acomodó su chaqueta.
—Entonces, que el día llegue.
Porque Vittoria estaba listo para hacer historia.
Conversaciones Pendientes
La reunión había terminado y la mayoría de los presentes habían salido de la sala de juntas.
Pero Isabella no se movió.
Luca lo notó de inmediato.
Seguía sentada, con las piernas cruzadas, los brazos relajados sobre la mesa y la mirada fija en él.
Demasiado tranquila.
Lo conocía lo suficiente como para saber que eso significaba que quería decirle algo.
Él exhaló con calma y se recargó en su silla.
—Dilo de una vez, Ricci.
Isabella esbozó una sonrisa ladeada, pero no fue una de esas sonrisas coquetas que usaba con él cuando jugaban a provocarse. Era diferente.
Casi nostálgica.
—Luca… —susurró su nombre con suavidad, como si le costara lo que estaba por decir—. ¿Tú alguna vez me perdonaste?
Luca la observó con curiosidad, pero su expresión se mantuvo indescifrable.
—¿Por qué me preguntas eso ahora?
Isabella miró la mesa, como si buscara respuestas en la madera pulida, pero al final alzó la vista y sostuvo la mirada de Luca.
—Porque siento que, por más que lo intentamos, nunca fue lo mismo.
Luca entrecerró los ojos.
—Porque no podía serlo.
Ella suspiró, pero no apartó la mirada.
—Yo sé que cometí errores. Sé que te lastimé. Pero nunca dejé de sentir algo por ti, Luca.
El silencio se instaló en la habitación por un momento.
No era la primera vez que hablaban de eso.
Habían intentado recuperar lo que una vez tuvieron. Lo intentaron con pasión, con furia, con deseo… pero algo siempre faltaba.
Algo roto entre ellos que ninguno pudo reparar.
Luca bajó la mirada un instante, frotándose la mandíbula.
—No se trata de perdonar o no, Isabella. Lo que tuvimos… fue lo que fue.
Ella asintió lentamente, con una tristeza contenida en sus ojos.
—Lo sé… pero no quiero rendirme.
Luca apoyó los codos en la mesa y la miró con detenimiento.
—¿Qué es lo que realmente quieres?
Isabella tardó en responder.
Y cuando lo hizo, cambió el rumbo de la conversación.
—¿Tienes algo con Astrid?
Luca no se inmutó.
—¿Por qué quieres saberlo?
Isabella bajó la vista por un segundo antes de volver a mirarlo.
—Porque si la respuesta es sí… no quiero interferir.
Luca la observó en silencio.
Isabella no era de las que dudaban. No era de las que pedían permiso.
Pero ahí estaba, esperando una respuesta que le dijera si todavía había un lugar para ella.
—Astrid es… —Luca hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado—. Diferente.
Isabella entendió el mensaje al instante.
Apretó los labios, conteniéndose.
—Entonces, ¿aún hay algo de ti en mí?
Luca mantuvo su mirada firme en ella.
Y no respondió.
Porque algunas respuestas no necesitaban ser dichas en voz alta.
El silencio entre ellos era denso, pesado. Isabella esperaba una respuesta, pero Luca no la dio.
No porque no la tuviera.
Sino porque sabía que la verdad dolería más que cualquier palabra.
—Entiendo —murmuró ella, forzando una sonrisa que no le llegó a los ojos—. Eso es un no.
Luca no dijo nada.
Ella se acomodó en su asiento, como si intentara convencerse de que aún tenía el control de la conversación.
Pero Luca la conocía demasiado bien. Sabía que estaba dolida.
—¿Te arrepientes de haberte alejado? —preguntó ella de repente.
Luca la miró con calma.
—No se trata de arrepentimientos. Se trata de lo que somos ahora.
Isabella soltó una risa corta, sin humor.
—Y lo que somos ahora es… ¿qué, exactamente?
Luca exhaló despacio, apoyando los brazos en la mesa.
—Dos personas que se quisieron mucho. Dos personas que intentaron volver a algo que ya no existe.
Ella entrecerró los ojos, como si esas palabras la atravesaran.
—¿Y si yo quiero intentarlo otra vez?
Luca la miró con intensidad.
—¿Es eso lo que realmente quieres? ¿O solo lo quieres porque ahora hay alguien más?
Isabella tragó saliva.
Porque sabía que él tenía razón.
—No me gusta ver que te alejas de mí, Luca. No me gusta la idea de que otra persona tenga lo que una vez fue mío.
—Yo nunca fui de nadie, Isabella.
Ella apretó los labios.
—Lo sé. Pero lo sentía así.
El peso de los años, de los intentos fallidos, de las noches donde creyeron que podían recuperar lo que fueron, cayó entre ellos.
Pero era un peso vacío.
Luca se recargó en la silla, cruzando los brazos.
—No quiero hacerte daño.
—Ya lo hiciste —susurró ella, con una tristeza contenida—. Solo que yo no quería verlo.
Se levantó con calma, enderezando su chaqueta. Volvía a ponerse la coraza.
Luca la siguió con la mirada.
—Isabella…
Ella se giró, su expresión ya controlada.
—No tienes que decir nada más. Solo quería saber.
Luca asintió lentamente.
—¿Seguiremos trabajando juntos sin problemas?
Isabella rio suavemente.
—Soy una profesional, Moretti. No te librarás de mí tan fácilmente.
Se giró y salió de la sala con la misma seguridad con la que había entrado.
Pero Luca sabía que algo en ella se había roto un poco más esa noche.
Y aunque no lo admitiría en voz alta… tal vez algo en él también.
Dia del partido
El sol apenas comenzaba a asomar cuando Luca llegó al estadio. El día había llegado.
La Copa era el primer gran desafío de Vittoria en su nueva era, el momento de demostrar que no eran solo otro equipo en la Serie B, sino un club con ambición, con hambre de gloria.
Pero antes del partido, había otro enfrentamiento que no estaba en el calendario.
Cecilia Moretti había llegado.
Y estaba furiosa.
Luca aún no había salido de su oficina cuando escuchó la voz aguda de su cuñada resonar en los pasillos del club.
—¡¿Dónde está Luca Moretti?! ¡¿Dónde está ese desgraciado?!
Adriano, que estaba con él en la oficina revisando la alineación final, cerró los ojos con hastío.
—Dios, dame paciencia…
Luca exhaló lentamente y se levantó.
—Vamos a ponerle fin a esto antes de que haga un escándalo en medio del estadio.
Cuando salieron, encontraron a Cecilia en el vestíbulo principal, con la cara roja de rabia y las manos en la cintura, como si estuviera lista para destrozar todo a su paso.
—¡¿Cómo te atreviste a ponerle una mano encima a mi hijo?! —chilló apenas lo vio.
Luca no se inmutó.
—Cecilia.
—¡No me llames así, maldito engreído! —bramó—. ¡Le pegaste a Leo! ¡Lo humillaste! ¡Lo trataste como basura!
Luca mantuvo la calma, pero su mirada se endureció.
—Leo intentó golpearme primero.
—¡Porque lo provocaste! ¡Porque lo estás obligando a vivir como un sirviente cuando no lo necesita!
—Lo necesita más de lo que tú crees.
Cecilia bufó con desprecio.
—¡Tú no eres su padre!
—Y gracias a Dios por eso —intervino Adriano, con los brazos cruzados y el ceño fruncido—. Porque si dependiera de ti, Cecilia, ese niño nunca aprendería nada de la vida.
—¡No te metas, Adriano!
—Demasiado tarde —replicó él—. Ya me metí desde que dejaste que tu hijo se convirtiera en un caprichoso sin control.
Cecilia apretó los puños, lista para seguir gritando, cuando una nueva voz se hizo presente.
—Creo que ya es suficiente.
Isabella Ricci.
Caminó con elegancia hacia ellos, con su porte impecable y su expresión de absoluta frialdad.
Cecilia la miró con rabia.
—¡Tú no tienes nada que ver con esto!
Isabella ladeó la cabeza, completamente imperturbable.
—Tengo que ver con esto porque estás alterando el orden en mi club.
—¡Este no es tu club!
Isabella sonrió con superioridad.
—Revisa los contratos, querida. Tengo más poder en Vittoria del que imaginas.
El rostro de Cecilia se descompuso.
Isabella cruzó los brazos y se inclinó apenas hacia ella.
—Luca no es el problema, Cecilia. El problema es que no soportas la idea de que Leo finalmente está aprendiendo lo que es ser un hombre.
Cecilia se quedó sin palabras.
—Así que, si no quieres ser escoltada fuera del estadio por seguridad, te sugiero que te comportes como la dama que finges ser.
Cecilia la fulminó con la mirada, pero sabía que había perdido.
—¡Esto no se va a quedar así!
Se giró y salió del club con pasos furiosos, dejando un silencio pesado en el aire.
Isabella se alisó la chaqueta con tranquilidad.
—Dios, qué mujer tan insoportable.
Luca la miró con una sonrisa de lado.
—Gracias por la ayuda.
Ella le guiñó un ojo.
—No fue por ti, Moretti. Fue por el club.
Adriano soltó una risa.
—Bien, ahora que la bruja se fue, ¿podemos concentrarnos en lo importante?
Luca respiró hondo.
—Sí. Es hora del partido.
Segunda Ronda de la Copa – Vittoria vs. Cagliari
El equipo había superado con éxito la primera prueba en la Copa, pero ahora el verdadero desafío comenzaba.
Cagliari no era un rival cualquiera.
Un club con historia, con años en la Serie A y jugadores con experiencia en competiciones de alto nivel. Para Vittoria, este partido era la oportunidad de demostrar que su proyecto no era solo una ilusión pasajera.
Luca lo sabía. Adriano lo sabía. Y el equipo también.
Desde la mañana, el ambiente en el estadio era distinto. Había tensión, expectación, pero también hambre de victoria.
El estadio estaba lleno. Los hinchas habían respondido.
El club comenzaba a recuperar la confianza de su gente y, aunque eran considerados el equipo débil en esta eliminatoria, la ilusión estaba intacta.
Bellucci reunió a los jugadores en el vestuario antes de salir al campo.
—Ellos tienen experiencia —dijo el entrenador, con su tono grave y seguro—. Pero nosotros tenemos algo más importante: ganas.
Los jugadores lo miraban con atención.
—No quiero que salgan ahí a ver qué pasa. ¡Quiero que salgan a hacer que pase! ¡No hay excusas, no hay miedo! ¡Si queremos ser grandes, este es el tipo de partidos que tenemos que ganar!
Gritos de motivación. Golpes en los casilleros.
El equipo salió al túnel con una energía que no se veía en Vittoria en años.
Alineación de Vittoria (4-3-3 ofensivo)
— Portero: De Luca.
— Defensa: Santacruz, Harrington, Riva y Lombardi.
— Mediocampo: Moretti (Federico), Parisi y Bianchi.
— Delanteros: Camilo Rojas, Ferrara y Mancini.
Primer tiempo:
Desde el pitazo inicial, Cagliari impuso su jerarquía.
En los primeros 15 minutos, Vittoria casi no tocó la pelota.
Los visitantes dominaban la posesión, moviendo el balón con calma, obligando al equipo de Luca a defender con todo.
Minuto 18: primer aviso de Cagliari.
Un centro desde la banda derecha encontró a su delantero estrella, quien cabeceó con potencia…
¡Atajada de De Luca!
El portero de Vittoria salvaba el primer gol con una volada espectacular.
Luca, desde el palco, mantenía la mirada fija en el campo. Sabía que estaban sufriendo, pero no se desesperó.
Minuto 27: Vittoria responde.
Contraataque fulminante.
Parisi robó un balón en el mediocampo y filtró un pase perfecto para Camilo Rojas.
El delantero argentino corrió con velocidad, entró al área y sacó un remate cruzado…
¡El balón pegó en el palo!
El estadio se levantó con un grito ahogado. Casi.
Minuto 40: Gol de Cagliari.
Después de una serie de toques rápidos en la frontal del área, el mediocampista rival encontró un espacio y sacó un disparo colocado.
Nada que hacer para De Luca.
0-1.
Los jugadores de Vittoria bajaron la cabeza por un segundo, pero Bellucci desde la banda les gritó:
—¡Cabeza arriba, carajo! ¡Esto no ha terminado!
Segundo tiempo:
Luca sabía que necesitaban reaccionar.
Bellucci hizo un cambio estratégico: sacó a Bianchi y metió a Lorenzi, un mediocampista con más llegada al área.
Minuto 55: Oportunidad para Vittoria.
Ferrara recibió un pase filtrado de Moretti (Federico) y sacó un disparo al primer palo…
¡Desviado por centímetros!
Minuto 63: Gol anulado para Cagliari.
En una jugada de balón parado, el central rival marcó de cabeza, pero el árbitro anuló el gol por fuera de juego.
El estadio explotó de alivio.
Minuto 75: Empate de Vittoria.
Después de una presión alta, Lorenzi recuperó el balón en el borde del área y sacó un derechazo imposible para el arquero.
¡Golazo!
1-1.
El estadio se volvió una locura.
Cagliari sintió el golpe y Vittoria se lanzó con todo al ataque.
Minuto 85: Última oportunidad.
Tiro de esquina para Vittoria.
Federico Moretti se encargó de ejecutarlo. Envió un centro perfecto al área.
Harrington saltó más alto que todos y cabeceó con potencia…
¡El arquero rival la sacó en la línea!
Increíble.
Final del partido: 1-1.
El árbitro pitó y todo se definió en los penales.
Luca apretó los puños desde el palco.
Era todo o nada.
Serie de penales:
Cagliari: ⚽Gol.Vittoria (Camilo Rojas): ⚽Gol.Cagliari: ❌Fallo (atajada de De Luca).Vittoria (Federico Moretti): ⚽Gol.Cagliari: ⚽Gol.Vittoria (Harrington): ❌Fallo.Cagliari: ⚽Gol.Vittoria (Lorenzi): ⚽Gol.Cagliari: ❌Fallo (balón al travesaño).Vittoria (Ferrara): ⚽¡Gol!¡Vittoria gana en penales!
El estadio explotó en júbilo. Vittoria había eliminado a Cagliari.
Los jugadores corrieron a abrazarse en el campo.
Desde el palco, Luca sonrió con satisfacción y se giró hacia Adriano.
—Te lo dije. Este equipo es real.
Adriano asintió con una sonrisa orgullosa.
—Estamos empezando algo grande, Luca.
Y Vittoria… seguía avanzando en la Copa.
La euforia seguía vibrando en el estadio mientras Luca y Adriano bajaban por los pasillos rumbo a los vestidores.
El club acababa de eliminar a un equipo con historia, con más dinero, con más experiencia.
Pero esa noche, el fútbol había sido de Vittoria.
Al llegar a la puerta, ya podían escuchar los cánticos, las risas, los gritos de victoria.
Cuando Luca empujó la puerta y entró junto a su hermano, el vestuario explotó en celebraciones aún más fuertes.
—¡Miren quién llegó! —gritó Harrington, con una sonrisa amplia y el rostro aún bañado en sudor.
—¡El presidente ha bajado de su trono! —bromeó Camilo Rojas, riendo mientras chocaba las manos con sus compañeros.
Luca sonrió y alzó las manos.
—Tranquilos. No vine a pedirles que me rindan tributo.
Las carcajadas llenaron el vestuario.
Bellucci apareció desde una esquina, con los brazos cruzados y una leve sonrisa en su rostro serio. No era un hombre de muchas celebraciones, pero incluso él sabía que este era un momento importante.
—Muchachos —dijo Luca, elevando la voz—, lo que hicieron hoy no fue solo ganar un partido.
El silencio se hizo de inmediato. Todos los ojos estaban sobre él.
Luca miró a su alrededor, asegurándose de que cada jugador lo estuviera escuchando.
—Hoy demostraron que este club tiene algo que muchos equipos grandes han perdido. Corazón.
Algunos asintieron con orgullo, otros golpearon sus botines contra el suelo en señal de aprobación.
—Cagliari vino aquí creyendo que nos iban a pasar por encima. Pero no contaban con que ustedes iban a pelear hasta el final.
Adriano intervino, su tono tan imponente como siempre.
—Lo que hicieron hoy no es suerte, no es casualidad. Es trabajo.
Luca señaló a cada uno.
—Cada uno de ustedes dejó el alma en ese campo. Y quiero que recuerden esto: Vittoria no es un equipo más en la Serie B.
Hizo una pausa y luego sonrió con orgullo.
—Vittoria es un equipo que está en camino a hacer historia.
Los aplausos estallaron. Los jugadores golpeaban los casilleros, aplaudían, gritaban.
—¡Vamos, carajo! —rugió Federico Moretti, su primo, alzando el puño en el aire.
Camilo Rojas se acercó y le pasó a Luca una botella de agua.
—Presi, tiene que mojarse con nosotros.
Luca levantó una ceja.
—Ni se te ocurra.
Pero ya era tarde.
Camilo, Harrington y Lorenzi le tiraron el agua encima y el vestuario estalló en una lluvia de celebraciones.
Adriano, que se había mantenido al margen, rio entre dientes y negó con la cabeza.
—Pendejos… —susurró antes de recibir su propio baño de agua.
Las carcajadas llenaron el lugar.
No importaba si estaban empapados, no importaba si el camino aún era largo.
Esa noche, Vittoria había dado un golpe sobre la mesa.
Esa noche, el club renacía.